Hay quien viene para ser Rey y quiere serlo a toda costa, aunque la vida
o la integridad le vaya en ello. Roca Rey logró lo que tanto ansiaba en
Madrid: una Puerta Grande sin contestaciones. Rotunda.
En esta ocasión,
dudo que alguien pueda poner un solo pero, que discrepe en lo más
mínimo. Esta sí es una Puerta Grande de Las Ventas.
El solo hecho de que
el ruedo se abarrotara de gente que quería ser partícipe de saborear la
gloria de Madrid lo dice todo. La tarde se la llevó el peruano con el
toreo más asentado que hay dentro de su repertorio. Demostró que no solo
sabe hacer fuegos artificiales.
Tampoco quisiera olvidar a “El Cid” que
se despidió de la que fue su plaza. La tarde que se entronó un Rey, uno
que pudo serlo se despidió de quien tanto lo quiso y apostó por él.
Dicen que hasta el rabo todo es toro.
Cuando la tarde parecía
precipitarse hacia final aciago, aburrido, exasperante, salió de
chiqueros “Maderero” de Parladé. Los primeros compases de su lidia
estuvieron marcados por su mansedumbre. Salió suelto de los capotes,
correteó sin que nadie lo pudiera sujetar.
Roca Rey lo dejó crudo en el
caballo, como ya es norma en él. Permitió que el segundo puyazo lo
recibiera en el caballo que guarda la puerta. Cuando el peruano se
dispuso a recibirlo con la pañosa, pocas eran las esperanzas. Sin
embargo, las primeras acometidas del animal nos hicieron cambiar el
gesto. Empezó con varios pases del péndulo, pasaje que mete de lleno a
la gente en la faena, aunque sea repetitivo.
Cuando se dispuso a torear,
Roca Rey templó y mandó sobre la mano derecha, con muletazos de mano
baja y ceñidos. De fuera a dentro y de arriba a bajo. El toro,
manteniendo esa condición de manso, se abría a los vuelos. El cante
grande llegó con la zurda: un cambio de mano eterno y dos series
monumentales de toreo al natural. Sobre todo la última, esperando al
toro, tirando de él, mandando, embarcando la embestida. Roto y con el
compás abierto. Tremendo pase de pecho. Nadie se acordaba de la cornada…
Parecía imposible que la llevara.
Cerró la faena con vulgares
bernardinas, no necesita abusar tanto del toreo accesorios. Estas las
remató con gustosos pases por abajo. ¡Ven cómo sabe torear! La espada no
podía fallar. Y no falló, al recibir. Dos orejas incontestables.
Su tercero lo devolvió Florito a chiqueros con esa maestría propia,
al alcance de muy pocos. Salió un sobrero del Conde de Mayalde. En un
alarde de inconsciencia, se echó al capote a la espalda, siendo prendido
y llevándose una tremenda paliza con una cornada en el glúteo.
Claramente aturdido, no picó a su toro, cosa que luego acusaría. Juan
José Domínguez mostró que con el capote abajo y llevándolo hasta el
final el toro descolgaba, y eso que siempre venía desafiante,
enterándose. Roca Rey estuvo despegado, con muchos enganchones. No le
ganaba el paso y no siempre lo llevaba tan toreado como requería. Mató
de un infame bajonazo.
Manuel Jesús “El Cid”, nada más romperse el paseíllo, recogido una
cerrada ovación de su afición. Sin embargo, la cosa se quedó ahí. Hace
mucho tiempo que el sevillano no está. Hace bien en irse. Tuvo un lote
noble. El primero tuvo poca fuerza, aunque quiso humillar, sobre todo
por el pitón derecho. El segundo no transmitía, desconocía absolutamente
la casta. Tal vez oyó a hablar de ella, pero, desde luego, no la
conocía de primera mano. En los dos, Manuel Jesús se justificó, anduvo
aseado y templado. Digno. Quizá en otro tiempo el resultado hubiera sido
distintos. Quién sabe. Para colmo estuvo mal con la espada. Pero Madrid
lo sacó a saludar, nadie quería irse sin despedirse.
El tercer torero acartelado fue el madrileño Alberto López Simón.
Cualquiera diría que puede tener cinco puertas grandes en su haber. Le
tocó un buen toro para la muleta en su primer turno. Embestidas
humilladas y con casta -de Juan Pedro, claro- por el pitón derecho que
exigían mando y ser muy llevada. Peor era por el zurdo, pues
desparramaba más la vista. Tampoco se empeñó el madrileño en enseñarlo a
embestir ni a poderlo. He de decir que no me gustó más que en otras
ocasiones, que es nada. Por momentos, no abusó tan descaradamente del
pico y se acopló algo más con el toro, llevándolo hasta el final.
Evidentemente, se trata de López Simón, no esperemos el poder y el mando
de Roca Rey ni la naturalidad o la torería de Aguado. Por el izquierdo
no lo vio, como es habitual. Se justificó e hizo creer que era peor por
ese pitón. Faena de altibajos, mató de estocada trasera. No obstante, ni
una cosa ni la otra fue óbice para que, en este Madrid moderno, se
corte una oreja. Del quinto poco se puede decir, pues se rajó en
banderillas. Solo estaría contento con su resultado el carnicero: 626
kilos dio en la romana.
Tarde de ensueño para Roca Rey y para cualquiera que pudiera ver
semejante faena. Nadie de nosotros se acordaba de la paliza ni de la
cornada. Quizá él tampoco. El glorioso momento de salir en volandas por
la Calle Alcalá solo se vio truncado por la bochornosa forma que se
tiene ahora de acompañar a los toreros. Esta vez lo tiraron al suelo. Un
respeto, por favor. Un torero no es un roquero. Un torero es el último
héroe mediterráneo, coño.
Por Francisco Díaz.
http://torosdelidia.es/hay-quien-viene-para-ser-rey/
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