lunes, 24 de octubre de 2011

Antoñete



Creo que para la mayoría de los aficionados, la figura de Antoñete era una de las más familiares de entre los profesionales taurinos. Su presencia continua junto a Molés en las retransmisiones televisivas y en las tertulias de los domingos de la Ser hacían que su voz (cada vez más escasa, pero también más medida) formaran parte de nuestros recuerdos de grandes tardes de toros presenciadas con sus comentarios.

De su presencia en la plaza, quedaban sobre todo los vídeos que las tardes vividas. Porque por evidentes razones de edad, fueron más las grandes faenas que nos precedieron que los destellos de sus últimas comparencencias. Estas en las que, además de apaciguar sus ansias de seguirse sintiendo torero, dejaba apuntes impagables de distancias y cites.

Antoñete nos era familiar, porque raro es el festejo que volvemos a poner en el DVD y en el que no se escucha su voz. Por eso, está siempre asociado a grandes tardes, a grandes momentos.
Pero, además, cuando recordamos su presencia en la plaza, nos invade una sensación de nostalgia por un modo de torear, clásico y profundo, que cada vez resulta más difícil de ver. Un toreo en el que dar distancia al toro es importante. Sin atosigarle, dándole su sitio, dejándole que se venga de lejos. Donde hay que dar el medio pecho. O donde se cita de frente. Donde la colocación es importante. Pero desde la más absoluta naturalidad, sin alaracas. Y donde al toro, con la muleta planchada, se le recoge delante, se le conduce en su embestida, y se remata atrás, ligando el siguiente pase.

Esa forma de torear, además, creo que tuvo una virtud que difícilmente agradeceremos los aficionados. A finales de los setenta y comienzos de los ochenta del siglo pasado, la Tauromaquia se asociaba con la parte casposa y cañí de la dictadura. En plena movida, y con deseos de modernidad, los toros no estaban entre lo más cool. Sin embargo, Antoñete, su forma de ser, su personalidad y su toreo, fueron uno de los elementos icónicos que obligó a despejar la tauromaquia de prejuicios ideológicos. Sin aquel acercamiento de lo moderno al toreo, sería muy difícil que hoy estuviéramos viviendo la relevancia que, a pesar de muchos, tiene el toreo. Y, sobre todo, se haría menos creible el discurso de su dimensión cultural.

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