sábado, 28 de abril de 2012

La Banda del Maestro Tejera

Por más que responda a una tradición con bastante más de medio siglo de historia, porque se remonta a 1938, todavía es el día en el que algunos se extrañan, e incluso critican, que la Banda del Maestro Tejera siga unas pautas de comportamiento singulares y propias en la Real Maestranza de Sevilla.
 Sin embargo, estas particularidades no son más que una prueba de la riqueza de tradiciones que se dan en toda la geografía taurina. Una diversidad gracias a la cual la Fiesta siempre hundió sus raíces en las sensibilidades de cada pueblo, de cada afición. Prescindir de estas tradiciones locales a poco conduce, salvo al uniformismo que empobrece la riqueza de diversidades, que en realidad donde se unifican sólidamente --y así debe ser-- es en torno al toro y al torero.
Antonio Petit Caro
Cuentan las crónicas que un 10 de octubre de 1897, cuando Cocherito de Bilbao toreaba en su plaza de Vista Alegre, la faena llegó a tal nivel que la Banda la solemnizó con las notas del “Gernikako Arbola”, una pieza emblemática en la música vasca. Probablemente es el ejemplo más paradigmático que podemos traer a colación para el tema que queremos abordar, que no es otro que las singularidades que se dan con la música en la Plaza de la Real Maestranza de Sevilla.
Algunos se extrañan, cuando no critican, que el director de la Banda sea quien decida cuando se toca y cuando se deja de hacerlo.
 Por ejemplo, a algunos parece molestarles que corte en seco el pasadoble de turno cuando se produce un desarme o cuando, simplemente, la faena entra en una fase baja. En cambio, se encuentran encantados, como ocurrió el otro día, cuando la música suena en honor del buen hacer de un cuadrilla, o ante un gran puyazo o cuando se están cuajando un ramillete de lances con sentimiento y compás. Lo uno y lo otro responde, simplemente, a tradiciones que no hay por qué modificar.
La banda del Maestro Tejera, que actúa en la Maestranza nada menos que desde 1938, en una agrupación con más de un siglo de historia. De forma más oficial, a la música taurina se acercó a requerimiento de Joselito, cuando en el tramo final de su carrera tuvo la idea de levantar la efímera plaza Monumental de Sevilla.
 Un acercamiento que, por lo demás, tiene mucho que ver con la amistad que su fundador, Manuel Pérez Tejera, tenía Gallito, Belmonte, Chicuelo…
Desde su llegada a las gradas de la Maestranza se le reconoció esa peculiaridad, que a algunos extraña y otros critican, de la banda para que fuera su director que decidiera cuando suena la música y cuando no.
 ¿Qué se trata de una decisión subjetiva? Eso lo sabía ya el creador de la banda y sus sucesores. La realidad es que, por lo general, aciertan, por la simple razón de la calidad de aficionado de quienes han cogido la batuta.
Pero lo mismo que se reservan esta singularidad, también mantienen la particularidad de que se puede tocar en cualquier momento de la lidia: con el capote, en un par de banderillas o en un buen puyazo. Su único criterio es conectar con la particular sensibilidad que se da en esta plaza y que no resulta fácil de encontrar en ninguna otra.
En defensa de esta tradición habría que referirse someramente a lo que la música representa en la Fiesta. Un poeta sevillano escribió que la música y el sol ofrecen a la Fiesta, en lo concreto de cada momento de la lidia, los ritmos del cantar del pueblo. Y alejándose con bastante rapidez de ese tópico del sol y moscas, como el poeta hacía, atinaba en su percepción, sin duda porque nace de ese ver más allá de las cotidianidades terrenas, que de siempre ha caracterizado a quienes crean versos.
Si es así, nada más lógico que en cada pueblo se den costumbres, incluso ancestrales, en cuanto a la música de toros se refiere. Es tradición que en Madrid no se recurra a la música para magnificar una faena.
 En Bilbao, en cambio, existía la costumbre de que la banda no se pusiera en marcha, si es que convenía que lo hiciera, hasta que el espada de turno comenzaba a torear con la mano izquierda.
 Y en Sevilla, el maestro Tejera, como luego sus sucesores, deciden por sí mismo interrumpir el pasodoble cuando lo estiman adecuado. Cada Plaza ha sido siempre un mundo a estos efectos. Y es bueno que así se diferencien. Lo que no tendría sentido es que se produjera una mezcolanza entre las costumbres de unos sitios con otros, porque al final más que una tradición compartida sería un trabalenguas.
También en esto la diversidad de la Fiesta resulta siempre muy recomendable.
 Y es que al igual que la música es muy diversa, también lo es y debe seguir siendo su utilización en una plaza. Entre otras cosas porque la música de toros no sólo da color al espectáculo del ruedo; también sirve hasta para personalizar su propia realidad y, siempre, para realzar un hecho que de por sí se considera notable.
  Muchos recuerdan con agrado cómo suenan las palmas por bulerías cuando se escuchan en la Plaza del Puerto, pero eso no excusa para que en otro lugar de la geografía encajen poco. En aquel rincón de Cádiz parecen incorporadas al paisaje mismo. Ese es un ejemplo de la personalidad que debiera preservarse en cada punto de nuestra geografía taurina.
En el fondo, con estas diversidades lo que estamos realmente comprobando, y es gran cosa, es que los toros, cuanto se encierra en torno a ellos, tienen la enorme virtualidad de poder expresarse en el lenguaje más universal de todos, que es la música.



 Pero, además, hacerlo al unísono con las sensibilidades de cada afición. Luego, se encontrará uno con piezas magistrales, como comprobará que hay bandas –-tal que Sevilla, Bilbao o Málaga, por citar tres ejemplos— particularmente dotadas para la interpretación. Pero hasta el tachum-tachum del último pueblo tiene su encanto.

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