El final de estas Fallas ha sido generoso con los buenos aficionados, los mismos que tuvieron que tragarse el sapo del triunfalismo en las tardes de circo. Pero brilló el toreo bueno, el toreo exquisito, y hasta el toreo grande en muchos momentos. No es de extrañar que a Daniel Luque se lo llevaran por la puerta grande como gran triunfador de estas Fallas. Habría sido justo que lo acompañara Morante de la Puebla para recibir esos honores. Solo la espada lo evitó.
Y es que lo de Morante en el quinto toro es para verlo.
No se puede describir tanta belleza, tanta torería y, por supuesto, tanta grandeza en unas líneas. Morante entendió al manso animalito de Juan Pedro y con infinita delicadeza fue cosiendo una faena prodigiosa. Creció en grandeza en el tramo final cuando los redondos profundísimos y los remates de pecho de cartel encendieron una hoguera de torería. Por alto, por bajo, ayudados y trincheras. Toda una sinfonía torera que merecía una gran estocada. El pinchazo y los dos decabellos dejaron en una vuelta clamososa el premio a este torero excepcional.
Daniel Luque va madurando por fin en lo que apuntó siempre: un torero importante. Estuvo delicado ante la poca fuerza del tercero en una faena a media altura y un pelín afectado. Pero en el sobrero de Jandilla se creció, hizo un toreo profundo especialmente en los derechazos finales. Una faena densa, torera y poderosa que remató de un espadazo. Las dos orejas inobjetables.
Enrique Ponce estuvo facilón y desangelado con dos toros blanditos, pero a los que en ira época les habría montdo un lío. La faena al cuarto, larga y reiterativa buscó el amparo del público de sol, vendiendo una baratija como si se tratara de un toreo hondo y poderoso
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