martes, 18 de junio de 2013

La mala salud de hierro de la Fiesta: "Esto se acaba"


Una cierta constante histórica

Viene a ser una constante histórica. En todas las etapas se dijo que "esto se acaba", que la Fiesta no era sino un enfermo en fase terminal. Luego resulta que no, que siempre ha gozado de una excelente mala salud de hierro. Las añoranzas por el pasado, que no fue ni tan glorioso ni tan malo como se contaba en cada momento, ha sido una permanente seña de identidad de la historia taurina. Sin embargo, todo ese pesimismo existencial ha solido saltar por los aires cuando alguien ha dado ese paso al frente que siempre fue necesario para todo progreso.
 Por eso, hoy no se sabemos si "nuestros nietos no vivirán de este negocio"; lo que sí puede decirse es que nuestros nietos miraran a este presente como nosotros miramos hacia la etapa del Guerra o de Gallito, con una cierta nostalgia
Si se hace caso al pie de la letra a cómo se ha contado la historia de la Fiesta a lo largo de más de un siglo, se llega a una conclusión:  estamos ante un enfermo casi terminal, que luego resulta que tiene una magnífica salud de hierro. Al desaparecer “Guerrita” al decir de quienes  lo contaron nada ya iba a ser lo mismo, allá  a finales del XIX; en estos días, el rotundo “esto se acaba” que acaba de proclamar el empresario de la primera plaza del mundo, viene a insistir en el mismo o parecido pensamiento. Al repasar lo escrito a lo largo de los años nos  encontramos con una amplísima relación de similares juicio de valor, que  hasta resulta apabullante en su unanimidad.
Hace unos años, un agudo escritor de toros –un poeta magnífico, además— como fue el bilbaino Javier de Bengoechea buceó en las hemerotecas y el resultado no pudo ser más contundente. Con la exigencia general del “más toro”, por lo demás muy razonable para la época,  por entonces el debate central de lo taurino se situaba en si el toro que se lidiaba era o no el adecuado para asegurar la vitalidad a futuro de la Fiesta. La conclusión de aquella investigación no pudo ser más clara: el debate del “más toro” ha sido una constante histórica de la Tauromaquia, que se agudizaba en aquellas etapas en las que en los ruedos no estaba una figura arrolladora. Y se refería el escritor a la amplísima época  que iba desde el siglo XIX a nuestros días.En otros momentos, el debate y las correspondientes responsabilidades se han dirigido al papel que cumplían los empresarios taurinos. Y así desde las críticas tan enérgicas que se le hacían a don Pablo Mosquera por su gestión de Madrid --qué ya ha llovido desde entonces-- hasta la dura confesión de Martínez Uranga, cuando en estos días ha augurado que sus nietos no podrán vivir de este negocio, se puede construir un relato uniforme acerca del empresariado como  causante de la crisis.
Pero durante otras etapas la cuestión se ha centrado en torno a la figura de turno. Histórica fue aquella pancarta desplegada en la Maestranza sevillana la primera tarde en la que hubo toros tras la muerte de Gallito: “Joselito ha muerto. Viva el gol”, decía. Luego resultó que Juan Belmonte se mantuvo en primera línea y que detrás vinieron una serie de toreros de mucho fuste que dieron nuevas tardes de gloria a la Fiesta.
Como puede colegirse, estos estados de ánimo no son fruto de eso que años atrás llamaban “la crítica destructiva”, un eufemismo creado por los profesionales del taurinismo para tapar vergüenzas propias y que no se sostiene más que en el propósito interesado de colgar sobre la percha de terceros las responsabilidades que cada cuál tiene acerca de lo que ocurre en el ruedo. La crítica taurina, como los historiadores, lo único que ha hecho ha sido reflejar el estado de opinión que en cada momento ha caracterizado y ha condicionado a lo taurino.En realidad, esta tendencia a una especie de pesimismo existencial nunca dejará de responder a esa característica tan propia de la Fiesta, en virtud de la cual --usando la popular expresión sanferminera”-- “todos queremos más”, todos pretendemos con más o menos fortuna reactualizar las glorias permanentes del Arte del Toreo. Se trata, en suma, de un inconformismo que a la postre puede resultar hasta creativo si se acierta a encausarlo.
Por eso, nos equivocaríamos si creyéramos que toda esa escalera histórica de malos augurios ha resultado infundada y que tan sólo ha servido para ese deporte tan hispano de fustigarnos a nosotros mismos. De hecho, después de todas esas etapas particularmente críticas, la historia enseña que vinieron otros períodos de enaltecimiento de lo taurino.
Casi siempre ha bastado para marginar todos los demás debates la aparición de ese torero arrollador que centra la atención universal. Pero en otras ocasiones ha sido la causa por la que se ha subido un escalón más en la Fiesta. Y así, por ejemplo, sin aquella dura etapa del “más toro” probablemente no se habría logrado lo que por entonces parecía tan sólo un sueño: la vuelta al cuatreño y a ser posible íntegro. Como tampoco habrían evolucionado los parámetros que rigen en el negocio taurino. En suma, las etapas de crisis no han solido ser baldías.Todo lo cual no debiera llevar a la conclusión de que, a la vista de la historia, lo más procedente es sentarse a esperar y ver, porque al final el tiempo todo lo acabará curando. Eso no es sino puro inmovilismo que a nada conduce. La historia ni está predeterminada de antemano, ni nunca se ha escrito por el mero paso del tiempo. Por el contrario, la han escrito quienes han tenido la agudeza para diseccionar los problemas y han sido capaces de proponer soluciones.
Si ahora el problema radica en la perdida del norte empresarial, que no ha sabido adaptarse aún a las nuevas condiciones del negocio, y en la falta de ambición por la acomodaticia razón de que así se vive mejor que practican los profesionales --que no otra cosa es, por ejemplo, la obsesión por eso que llaman “las corridas con garantías”, eludiendo cualquier atisbo de riesgo sobreañadido--, la propia vitalidad que caracteriza a la Fiesta volverá a imponerse en el momento en el que algunos den ese paso al frente que siempre ha sido necesario para el progreso.
No es seguro que nuestros nietos no puedan vivir de todo esto, como augura tan pesimistamente Martínez Uranga. Lo seguro es que nuestros nietos mirarán a la época que hoy vivimos como nosotros miramos a lo que ocurría en la etapa del Guerra o de Gallito. Desde una cierta añoranza por unos tiempos pasados, que no por ser pasados son necesariamente mejores. Sencillamente, son otros tiempos. Lo que no pasa, lo que pervive según enseña su propia Historia, es la realidad casi misteriosa de la Fiesta de los toros.

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