miércoles, 3 de julio de 2013

"Si en la portátil torean tres figuras, ¿dónde voy a torear yo?"

Si desde hace años los aficionados se han quejado, infructuosamente por cierto, con esa especie de "sota, caballo y rey" que caracterizado a las ferias, con una cansina monotonía nacida muchas veces por intercambio de cromos en las empresas más fuertes, la extensión de esa costumbre a plazas de orden menor, sigue cerrando hoy las puertas a toreros que comienzan, que necesitan rodarse y darse a conocer, pero que se ven obligados al paro forzoso. Por eso, cuando uno de ellos se lamenta que "si en la portátil torean las figuras, ¿dónde voy a torear yo?" aun sin quererlo hace más que una queja; se trata de una denuncia en toda regla de una situación que en nuestros días se ha agravado con respecto a épocas anteriores.
Un experto, algo cursi a la hora de expresarse, decía hace años que ”un cartel es un grito puesto en una pared”. Cursilerías al margen, todavía tengo guardado un texto leído en internet hace ya unos meses, que ese si que era un verdadero grito desgarrado, en este caso puesto en una pantalla.
Decía así: "Si en la portátil torean 3 figuras, ¿dónde toreo yo?". No se puede decir más con menos palabras. Su autor, uno de esos toreros nuevos que luchan por abrirse un camino en la profesión: Alberto Lamela. Pero bien visto, es mucho más que un grito: es un auténtico juicio sumarísimo al momento que atraviesa la Fiesta desde hace años.
Y es que resulta completamente cierto lo que afirmaba Miguel Abellán, a finales de 2012, cuando no dudaba en decir: “El toro no pone a cada uno en su sitio. Te pone el sistema, la organización de las cosas”. Y luego matizaba: “El sistema taurino está mal dentro, y además desde fuera le atacan sin piedad”.
¿Dónde buscamos la raíz de todo este grave problema? Una respuesta bastante explicita hemos leído a Manuel Escribano, cuando en una entrevista decía: “El principal problema es el sistema. Como está montado esto. Llegará el día en el que ha de cambiar. Se tiene que mover hacia otro lado. Todo no puede seguir siendo para los mismos. Ellos están ahí, son figuras del toreo… pero siempre ha habido plazas de segunda, tercera y portátiles  donde toreros como yo han toreado. Llegó un momento  en que los mismos iban a todos sitios, y eso ha pasado pocas veces en la historia del toreo”.
Pero si se da un paso más allá, no le faltaba razón a Diego Urdiales cuando sostenía hace unos meses: “Los valores se perdieron mucho antes de la crisis. Respeto todas las opiniones, pero en el toreo se perdieron valores fundamentales mucho antes de que la prima de riesgo y los intereses a 7 años irrumpieran en nuestras vidas. Cada día se tiene menos respeto a los toreros. No creo que sea justo ni equitativo, pero es la realidad”.
Un diagnóstico que, en opinión de Luis Francisco Esplá, exige necesariamente y con urgencia que se devuelva al toreo “sus constantes vitales, porque está lamentable”. Una prioridad que explicitaba sin rodeos: restablecer la salud del toreo y reubicarlo en el siglo XXI. Luego vendrá todo lo demás, pero lo verdaderamente urgente es que “ahora estamos llevando a un enfermo agonizante a que expire en un hospital”.Frente a esta realidad, los toreros no pierden la esperanza de un cambio, aunque tampoco saben ni cómo ni cuando se dará: “A pesar de las muchas crisis que padecemos --opinaba Escribano-- , llegará el día en que todo vuelva a la normalidad. Cambiará el sistema y se dará sitio a toreros nuevos y no vistos. Para ello se necesita conciencia de futuro, de querer que esto siga. Todos, profesionales y público, debemos luchar por ello”.
Frente a esta realidad hoy observamos como esos toreros que necesitan un lugar bajo el sol, buscan el amparo de las plazas de orden menor por los países taurinos de Iberoamérica. Parece como si no les dejaran otro sitio.
Desde luego lejos queda aquellas otras observaciones más románticas de otras épocas, cuando el torero todo lo fiaba a “buen toreo y una Puerta del Príncipe”, que ahora cuando se dan no constituyen garantía suficiente para seguir adelante. Hasta una cierta pena da que esa filosofía no pase hoy de ser una pura ensoñación.

Por T. Villegas

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