martes, 3 de junio de 2014

EL BALANCE CÓRDOBES

Terminó la Feria taurina de mayo. Terminó como se gestó. Gris, enrevesada, oscura y con un futuro, se antoja, poco halagüeño. 
Una feria en declive y sin lugar por la forma cómo se gestó, cosa que se presuponía le iba a pasar factura.
 Una feria sin alma donde el público, hastiado de mediocridades y ninguneo, optó por quedarse en casa y desertar de acudir a los tendidos de Los Califas. 
Y es que el respetable, el consumidor final de lo que se cuece más mal que bien entre bastidores, ha dicho basta.

 Si el año pasado el trabajo duro y concienzudo de los hermanos Tejero hizo que se vislumbrara la esperanza de la recuperación, este año todo ha vuelto como estaba, o lo que es más triste, ha ido a peor.

Triste y oscura: así ha sido la Feria. Sus resultados artísticos también han tenido un tono gris. No ha sucedido prácticamente nada reseñable en los dos festejos mayores que se celebraron. Otro se fue al garete, por una suspensión que no vino nada más que a mostrar los momentos tan bajos en que se encuentra Córdoba en el planeta toro. 
Circularon los días previos las fotos de los tres encierros por internet publicadas por un portal especializado. Curiosamente la corrida que aparentemente menos problema podía tener en los reconocimientos era la de Jaralta. Fue precisamente la de este hierro cordobés la que trajo las horas de mayor polémica de la Feria. 
En el reconocimiento previo, de un total de doce toros presentados sólo se aprobaron tres, aduciendo los técnicos que los desechados no cumplían con el peso reglamentario. La empresa buscó otra corrida en la ganadería de Julio de la Puerta, pero, al no estar disponible a la hora del sorteo, la autoridad, reglamento en mano, optó por la suspensión. Mucho se habló sobre una posible avería de la báscula. Curiosamente, la romana que los días siguientes sí cumplió con precisión, pues saltaron al albero reses con unos pesos muy justos para una plaza de primera categoría.
 Defraudó la corrida de González Sánchez-Dalp, correcta de presentación, pero vacía de todo. Justa siendo benevolentes fue la presentación de la de Zalduendo. Su juego pobre y descastado dio a traste con la corrida estrella de la feria. Éste es el toro que imponen las figuras y éste es el toro que desgraciadamente está echando al público de las plazas y colocando a la fiesta contra la espada y la pared. 
La corrida de rejones perteneciente al encaste de Murube, el monoencaste en este tipo de corridas, gozó de buena presentación pero demasiado desigual entre sí y con un juego de más a menos. Mención aparte merecen las reses corridas en los festejos menores. 
Tanto las de La Quinta como la de La Morantilla estuvieron fenomenalmente presentadas y tuvieron un juego brillante, lo que permitió que fuese en esos festejos sin picadores donde se pudieron ver los pasajes más vibrantes del ciclo. 

Los resultados artísticos fueron, al igual que la Feria, grises. Faenas mecánicas y sin alma, sólo salvadas por detalles que supusieron fogonazos luminosos en medio de tanta oscuridad. Lo mejor lo realizaron dos espadas de corte estilista como Curro Díaz y Morante de la Puebla, este último con el beneplácito de un público muy entregado, en dos trasteos que tuvieron como denominador común la genialidad y el buen gusto, pero que no gozaron de la rotundidad suficiente como para hacer temblar los cimientos de Los Califas. Por lo demás, un Ferrera que no parecía el triunfador de Sevilla, un valiente Jiménez Fortes, un técnico Enrique Ponce y un ecléctico Alejandro Talavante. En cuanto a los caballeros en plaza brilló Leonardo Hernández, pasando desapercibidos un clásico Bohórquez y un aún muy nuevo Manuel Moreno. 


Ya se ha dicho antes: fue en las novilladas sin picadores donde se vivieron los momentos más emotivos, lo que abre una puerta a la esperanza. La nueva hornada de toreros cordobeses, de nacimiento o adopción, caso de Fernando Sánchez, puso de manifiesto que con un poco de suerte la nueva generación es válida. Cortaron trofeos El Rubio, Romero Campos, Rafael Reyes y Fernando Sánchez. También obtuvo un trofeo el venezolano Antonio Suarez. Todos aportaron sus ganas y condiciones.
 Pero si alguien destacó fue el nuevo Lagartijo, quien en la primera de las novilladas demostró que quiere ser torero y, en una tarde casi redonda -estropeó la faena a su primero con el descabello-, fue el único torero que consiguió abrir de par en par la puerta califal. A la postre única del ciclo, un ciclo gris o triste, tan triste que el máximo triunfador -eso sí, con todo merecimiento- ha sido un novillero que aún actúa sin picadores. Esperemos que este Lagartijo, cuarto cordobés con ese apodo en la historia del toreo, reverdezca laureles que aúpen a Córdoba a un lugar que nunca debió de perder.

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