viernes, 30 de enero de 2015

El difícil trance de irse a tiempo

Irse a tiempo es de las decisiones que, como nos enseña la historia, resulta más difícil de adoptar en el toreo. 
Siempre queda en la cabeza un proyecto, una ilusión pendiente. 
Pero las realidades son tozudas, especialmente en etapas de la Tauromaquia como las que ahora nos toca vivir.
 Por coherencia, por honestidad consigo mismo, en estos días el vallisoletano Leandro ha decidido dejarlo, doce años después de haberse doctorado. 
Esta en una edad como para ir pudiendo aguantar unos años más, a la espera de la oportunidad que casi nunca llega. 
Pero es bastante más inteligente dejarlo cuando uno mantiene viva en la memoria de los aficionados una concepción determinada del toreo, antes que ir adulterando por las circunstancias el propio sentimiento del toreo.

En la vida profesional siempre hay un momento de llegar y otro de marcharse. En el toreo este principio está particularmente marcado, en especial a la hora de dejarlo, que suele ser de los momentos en los que más fácil resulta equivocarse. Acertar con ese irse en el momento preciso, como demuestra la historia, nunca fue fácil.
Ahora lo ha dejado el vallisoletano Leandro.
 Y lo ha dejado, con un respeto y con una enorme dignidad, que en sus propias palabras se traduce en una razón de peso:la honradez e integridad que me debo, tanto en el plano artístico como humano”
Para a continuación añadir: “me siento inmensamente agradecido al toro y al toreo, a quien siempre me he entregado en cuerpo y alma y a quien debo mi vida y mi felicidad, esperando haber correspondido con mi toreo gran parte de todo ello, y deseando continuar devolviendo y ofreciendo todo de mí a través de nuevas facetas que logren ilusionarme”.
Quince años de lucha, desde aquel ya lejano 1999 cuando debutó con picadores, no es pequeño camino. Sobre todo cuando se ha tratado siempre, como es su caso, de ser coherente que la propia e íntima concepción del toreo, tan marcada como ha sido en su caso.
Como ocurre siempre, diríase que es ley de vida, en su trayectoria se podrán encontrar luces y sombras. Pero por encima de todo ha sabido ser honesto consigo mismo. No se viven en el toreo momentos para muchas filigranas y menos para esperas que se vislumbran inútiles. 
Y no es tan sólo que las oportunidades para quien quiere abrirse paso cada vez son menos y en peores condiciones; es que también en la vida de un quien se siente creador de arte también se producen fluctuaciones comprensibles.
Saber leer todas estas circunstancias, actuar serena y consecuentemente con ellas no es fácil.
 Sobre todo para quien en su interior aún siente cosas por dejar dichas.
 Pero ofuscarse en ir contra las realidades, que poco dependen de uno mismo, resulta un intento inútil.
Por eso, acierta Leandro a la hora de decir su adiós a su oficio, tan apasionante como es.  Mejor dejar en la memoria de los aficionados el recuerdo de un torero que siempre se empeñó en hacer el toreo verdadero, el de siempre, aunque luego por esto o por aquello no lo pudiera redondear.
 En unas ocasiones habrá sido por error suyo, en otras porque el entorno general de la Fiesta no está precisamente para versos. Y en su toreo tenía mucho peso precisamente la parte mas lírica de este arte grande.
A lo mejor se trata de un adiós ocasional, porque luego las cartas de esta partida se tornan mejores para ligar la jugada del éxito.
 Leandro es aún joven para que esa segunda oportunidad se le pudiera plantear, por más que ahora entiende que su marcha es definitiva. 
La vida da muchas vueltas y en el toreo más. 
Y si llega el momento hay que saber aprovecharlas.
Lo que siempre debiera estar vedado a un artista es pasar de los salones de los museos al grafiti callejero, por digno que sea. 
Sin embargo la historia taurina está plaga de ejemplos de ese ir arrastrando un concepto del toreo, cuando se sabe que es el cierto, por arramplar con unos pocos festejos más, que nada aportan a una trayectoria que ha querido ser limpia.
No puede marginarse que tuvo su momento, cuando lo llevaba la casa de los Chopera, por ejemplo. No es que estuviera en el destino que aquello no acabara de redondearse; es que los toreros no son superhombres, también tiene sus momentos de ver las cosas con menos claridad.
Sin embargo, plantearse en esta hora lo que pudo ser y no fue no tiene mucho sentido. Encierra mayor valor quedarse con aquellos momentos redondos, que en su medida y en su trascendencia se pudieron aportar a la historia del toreo.
 Y Leandro los tuvo y los sacó a pasear. 
Precisamente por eso, la de Leandro más bien parece hoy una historia inconclusa.

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