viernes, 23 de enero de 2015

En los linderos del limbo


Mientras no se conozcan los entresijos jurídicos, mercantiles y empresariales, resulta imposible de valorar en toda su dimensión la operación que han materializado Alberto Bailleres, Simón Casas y José Cutiño. 
Bajo este punto de vista, por ahora la "Fusión Internacional por la Tauromaquia" hay que ubicarla en el limbo donde se almacenan los entes de razón, algo --como dicen los filósofos-- sobre lo que no se acierta a distinguir hasta dónde llega lo real y donde empieza lo irreal.
Y es que cuando estamos ante un hecho económico de tanta trascendencia para un Sector, en este caso el taurino, las buenas palabras no basta: se necesita una información completa y transparente que por ahora no se ha dado, pero que resulta urgente e indispensable.

Presuponiendo que todo lo dicho por sus protagonistas no sólo fuera cierto, sino que respondiera de manera estricta a la realidad, estamos ante un hecho muy relevante: se trata de una fusión empresarial en la que, de hecho o de derecho, se entrelazan capitales  acogidos a la legislación de la Comunidad Europa y otros de naturaleza extracomunitaria, y que además se sitúan en una posición dominante dentro del mercado taurino, dos figuras que tienen  tanta trascendencia como para merecer un tratamiento específico en la legislación española y también  en la europea.
Las informaciones que han dado de los protagonistas, a lo mejor poco conocedores de las normas legales, son demsiado confusas. 

Y así José Cutiño ha afirmado quenosotros somos socios de la FIT, cada uno en proporción de las empresas que lleva”. Por su parte, Simón Casas ha precisado: Hemos fusionado también bases económicas para promocionar la Fiesta y mejorar la producción de nuestros espectáculos”.
Si nos atenemos a la literalidad de palabras como “socios” y como “fusión de bases económicas”, lo que se esta queriendo decir es que ha nacido una auténtica sociedad mercantil, fruto de la fusión de otras sociedades.  Es lo que parece deducirse de las propias palabras de José Cutiño, que ha sido el más claro: al final queda una sola empresa, en la que en la que cada cual participa en razón de su propio volumen de negocio.

¿Es realmente así? Razonablemente pueden abrigarse algunas y serias dudas. Responder a esta pregunta --algo que a consultas nuestras aún no ha hecho la portavoz del Grupo Simón Casas-- es muchísimo más que un matiz, entre otras cosas porque si todo radicara en una mal uso del lenguaje o un desconocimiento de los preceptos jurídicos, todo el globo se desinfla, como ocurre con los de las ferias, para pasar al simple grado de ocurrencia, una forma de edulcorar otra realidad: dos empresarios camino de la quiebra técnica a los que salva un socio capitalista que anida en la prosperidad. 


Pero si se llegara a la conclusión de que, en efecto, estamos ante una fusión en su sentido jurídico, esta mezcla de capital comunitario y extracomunitario, hasta alcanzar una posición que puede ser dominante en el mercado, nos situaríamos en un contexto que exige, como se explicaba antes, el visto bueno del Gobierno y en determinadas circunstancias de Bruselas. Y esto son ya palabras mayores y que traen consecuencias de todo orden.

Más allá 
de las declaraciones de los interesados, llenas de optimismo y proclamas pero vacías de todo contenido real, si se aplican los criterios habituales de la vida empresarial,  la fusión la explicaría un analista financiero de forma bastante lineal: un grupo empresarial fuerte y con liquidez absorbe, a título de fusión, a otros dos más pequeños y que según sus propios gestores están en fuertes pérdidas. 
Incluso explicarían –como alguno ya ha apuntado-- que se trata eso que denominan una “operación de libro”: basta que el imperio Bailleres asumiera “por un euro” los pasivos que arrastran Casas y Cutiño para hacerse con el control de sus empresas como socio mayoritario de la resultante de la fusión mercantil.
Pero no puede obviarse que en los sectores taurinos circula otra versión bien distinta. Es la que dice que aquí no hay ninguna operación mercantil real de fusión, tal como se entiende exactamente ese término en el Derecho Mercantil. 
Todo se reduce --dicen esas fuentes-- a algo mucho más simple: el Grupo de Bailleres se ha hecho directamente con el control de las empresas que hasta ahora eran de titularidad de Simón Casas y de José Cutiño.
 La definición como Fusión Internacional por la Tauromaquia sería en ese caso un puro eufemismo, o como mucho una especie de marca comercial; en suma, un recurso de imagen para presentar de una forma más atractiva y edulcorada lo que en realidad se ha producido: que una empresa pasa a controlar a otras dos, sin necesidad de ninguna fusión, sino por la vía de adquirir la participación mayoritaria y de control de sus respectivos capitales sociales.
Como en la rueda de prensa de los interesados no se dio ni un solo dato empresarialmente relevante, por circuitos paralelos ya se habla de datos concretos. Y así, por ejemplo, hay quien sostiene la tesis que la operación se ha estructurado, simplemente, sobre la base de eso que se denominó antes “operación de libro”:  asumir el Grupo Bailleres las pasivos tan importantes que figuran en los balances de Casas y Cutiño; todo lo demás, un puro aritificio, un mero intento de “vestir el muñeco” con ropajes más honorables.
En este sentido, mercantilmente seguirían coexistiendo tres empresas diferenciadas, con el punto en común de un mismo socio de control y con un pacto interno entre sus propios gestores para desarrollar un programa de trabajo común, dirigido siempre por el socio mayoritario.
De ser cierta esta tesis, que a lo largo de la jornada del jueves fue tomando cuerpo, la operación resultaría mucho más simple en el orden jurídico y mercantil, pero también mucho menos relevante. 
Y en la misma medida de diluirían las rimbombantes declaraciones de intenciones: ni grandes planes para salvar la Tauromaquia, ni ningún otro eufemismo, sino que todo se reduce a que un socio capitalista le ha resuelto los problemas a dos empresas con pasivos inasumibles, gracias a lo cual el comprador gana una cuota de mercado muy importante en España, sin necesidad de dar la cara con todas sus consecuencias, sino utilizando a los gestores de las empresas que ha pasado a controlar.
Tendría sentido que la operación se hubiera hecho por esta otra vía, ajena por completo a lo que es una fusión, en la medida que evita los problemas importantes que se derivarían de una fusión entendida en su estricto sentido. 
Es el caso, a título de ejemplo, del concurso de la adjudicación de Valencia: Si la empresa aspirante ya no fuera jurídicamente la misma que se presentó y si, además, sus propias características se han modificado sustancialmente, ¿no habría llegado el momento de volver a suspender el concurso y convocar otro nuevo? Desde luego, materia para un recurso jurisdiccional se podría dar. Bastará alguien con ganas de formar un poco de lío y de ruido.
Pero también sería el caso de la gestión de otras plazas de propiedad pública, que de acuerdo con las normas de contratación de las Administraciones del Estado no pueden cambiar de la noche a la mañana de adjudicatario, como si se tratara del simple traspaso de una mercería. Y es que a estos efectos, una cosa es que el adjudicatario tenga unas nuevas fuentes de financiación y otra absolutamente diferente que jurídicamente haya cambiado su razón social.
Pero la tesis de que aquí no ha habido ninguna fusión real, a su vez, viene abonada por datos marginales pero significativos. Y así, por ejemplo, si era una operación tan trascendental para la tauromaquia mundial, ¿cómo se puede entender que en la presentación del acuerdo el Grupo mexicano no haya estado representado por sus primeros ejecutivos, sino por uno de sus empleados, que cumple la simple misión de acompañar a uno de los toreros que apoderan? Si fuera una magna operacion mercantil, no se conoce caso en la historia económica que su protagonista principal se encondiera debajo de la mesa.
En cualquier caso, sea una fusión estricta, sean una simple toma de control societario, un movimiento empresarial de esta dimensión exige de suyo la intervención indagatoria de los organismos regulan en España los Mercados y la Competencia, en la medida que el resultado final provoca tal concentración en una sola mano del negocio taurino que le sitúa en los límites de convertirse en una posición dominante, que podría alterar y sobrepasar las normas sobre la libre competencia.
A estos efectos, resulta absolutamente indiferente cual ha sido la fórmula empresarial a través de la cual se alcanza una posición de dominio. Se trata de un aspecto que los propios reguladores pueden investigar tanto si lo hacen de oficio, como si actúan ante denuncia de terceros.
Dejando al margen todo este tipo de matices y de hipótesis, con la realidad que hay que quedarse es que ha nacido el grupo  financieramente más fuerte que nunca hubo en el toreo en España. Y que esa empresa está bajo control de capital mexicano, y que además tiene una demostrada vocación de crecer. Con lo cual, en la práctica salta por los aires el actual status quo se daba en la Fiesta.
Nuestros empresarios, los fervorosos de laquiebra del Sectory los que están disconformes con el discurso de ANOET --que los hay, aunque por ahora no tengan interés en salir a la luz--, algo tendrám que hacer. Bailleres y su equipo no dan puntada sin hilo y en el horizonte hay negocios muy golosos, con Madrid en el medio plazo. Si no quieren verse desbordados, ahora tendrán que hacer todo lo que renuentemente han ido aplazando en años anteriores, incluidas las liquidaciones a los toreros en su fecha. Por lo pronto, ya pueden ir preparándose para los futuros concursos de adjudicación de las plazas.
Y en esta hipótesis, surge la gran pregunta: ¿ANOET se va a quedar institucionalmente con los brazos cruzados? Si formaron el lío que formaron por un quítame allá unos derechos de imagen de los toreros del viejo G-10, no se entendería que ahora se mostraran pasivos, por más que dos de los protagonistas de la operación sean parte activa de esta patronal.
Pero si nos trasladamos al terreno taurino la operación resulta en buena medida preocupante, aunque el juicio definitivo lo establecerán los hechos. Por más que se empeñe Antonio Barrera  en predicar lo contrario, la similitud de la cultura taurina de los tres grupos fusionados no existe: el modelo de Casas y de Cutiño no tiene nada que ver con el que cada día pone en práctica ETMSA en su tierra de México.
 A pesar de todos los pesares, habría que añadir que afortunadamente es así, a la vista de cómo se está desarrollando la devaluada temporada mexicana.
Pretender con el pretexto del agobio económico importar a nuestro país el modelo mexicano sería para los aficionados tanto como retroceder 40 años, cuando estaban por ganar esa “pequeñas bagatelas” del toro íntegro, entre otras. Y nada digamos acerca de sus relaciones con la prensa. 
Por eso, esos denostados "integristas", a los que tan desafortunadamente maltrató Simón Casas en la rueda de prensa, van a resultar más necesarios que nunca, aunque tan sólo sea para frenar tantos desmanes como se han visto en el taurinismo del país hermano. Con el México taurino por medio, no pudo estar mas desacertado el imaginativo empresario francés.
Para los españoles México siempre será ese país “lindo y querido” que nos dice la canción y al que siempre constituye un verdadero place poder ir, por la grandeza del país y de sus gentes. Pero no vale engañarse con espejismos falsos: taurinamente no es precisamente un ejemplo, sino todo lo contrario; es el modelo de todo lo que no hay que hacer en la gestión de la tauromaquia.
No tranquiliza de forma suficiente que hoy se diga, incluso que se enfatice,  que cada plaza la seguirá dirigiendo su actual empresario. 
A parte de que las palabras se las lleva el viento, esa puede ser una operación puramente administrativa, rozando en algunos casos el fraude de ley,  para mantener la adjudicación de una plaza. 
Pero si esa gestión de la que se dice que seguirá siendo la misma, se saldó hasta ahora con perdidas inasumibles, ¿el socio capitalista se va a quedar con los brazos cruzados, acumulando perdidas sobre perdidas? Ese argumento no hay quien lo compre porque va contra la lógica económica más elemental.

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