jueves, 23 de abril de 2015

Enrique Copperfield

El veterano Ponce, quiso despedirse de la feria con buen sabor de boca, y tras una actuación insípida ante su primero, soso y descastado, con el que se mostró sin alegría, con poco mando y menos ánimo, desplegó sus conocimiento con el cuarto, que era un muerto en vida. 
A este torero se le debe reconocer una sorprendente capacidad resucitadora. 
Cuando coge la muleta, su oponente tiene un pie en el otro mundo, pero allá que va el mago Enrique, le aplica su tratamiento y, cuando se perfila para matar, el toro parece un chiquillo. Una buena dosis de inteligencia le permite aplicar la faena medida, los muletazos precisos, a la altura adecuada, en la distancia justa, para robarle al enfermo lo poquito que lleva dentro e inyectarle el ánimo suficiente para que entre el limbo con mejor cara de la que salió al ruedo. 
Total, que Enrique Ponce se encontró con un sobrero inválido que no tenía un pase y le dio quince o veinte. Claro está que la faena no tuvo valor ni fondo, pero ahí quedó su contrastada fama de torero prestidigitador.

 

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