domingo, 21 de febrero de 2016

Novilleros de postín, señoritos del toreo

FERIA DE INVIERNO DE VISTALEGRE

Suele ocurrir que cuando un chaval apunta condiciones surge un mentor entregado que lo cuida, lo acuna, lo encierra en una bola de cristal, lo aleja de la vida y las malas compañías, y se empeña en que sea un artista. Procura que no conozca la parte dura de la profesión, y lo enfrenta a raspitas bonancibles para que el muchacho llegue intacto y sin rasguño alguno a una alternativa de lujo que sea el inicio de una abultada cuenta bancaria. Lo placea, lo lleva al campo, y se asegura de que el alumno aventajado aprenda la lección de memoria, domine las suertes, se coloque de dulce, se adorne con gracia, mire al público con altivez y se asemeja a una estatua griega en sus airosos y ensayados desplantes.
Vamos, que al torero en ciernes lo transforma en un señorito del toreo; con aptitudes, por supuesto, pero señorito, que todo lo hace bonito, con una facilidad que asombra.
Pero nada es perfecto: ese muchacho, por lo regular, es frío como un témpano, está ayuno de pasión y no conoce la emoción más que por las películas. Parece concebir el toreo como si fuera un baile, y le cuesta un mundo encandilar y arrebatar.

Ayer, hicieron el paseíllo en Vistalegre tres novilleros de postín que vendieron muy pocas entradas, dijeron muy poco, y, lo que es peor, no consiguieron una sonrisa de felicidad torera entre el escaso público asistente. No había más que ver las caras de aburrimiento y tristeza de los propios taurinos presentes mientras los chavales hacían una demostración de sus muchos conocimientos entre la indiferencia general. Álvaro Lorenzo, Ginés Marín y Varea son novilleros con maneras toreras de alta nota, pero no lucen ante novillos febles y de condición caprina; y, además, son pesadisimos y agotan al personal con faenas interminables y soporíferas. Es lo que tiene que los cuiden tanto, y que no les enseñan que las grandes faenas no deben durar más de cuatro minutos; pues seis avisos -dos cada uno- escucharon los primeros de la clase, y seguro que nadie les ha llamado la atención. Miles de pases, superioridad manifiesta, tedio letal… Como sería la cosa que parte del público recriminó a Marín que se burlara de su segundo oponente como si fuera un muñeco de peluche.
En fin, que todo no consiste en poseer condiciones y ponerse bonito; que el objetivo no puede ser en andar por el ruedo como un señorito. El toreo es otra cosa; es emoción, arrebato, pasión… Y eso solo se puede demostrar ante novillos bravos y encastados. Lo demás es un engaño para los espectadores y, sobre todo, para los chavales.Para más señas, es cierto que manejan con soltura y gracia los engaños, pero la espada la tienen atravesada. Muy mal los tres en la suerte suprema, que puede convertirse, si no lo remedian, en una guillotina para su futuro.
Dos notas finales. Javier Ambel demostró su categoría con el capote y al clavar dos pares de banderillas al quinto.
Y la segunda: a la muerte del tercer toro, tres antitaurinos saltaron al ruedo con intención de reventar el espectáculo. Ante la ausencia de las fuerzas de seguridad fueron retirados por personal de la plaza.

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