martes, 12 de abril de 2016

NO QUIERE, NO SABE Y NO PUEDE

FERIA DE SEVILLA.
Una mala tarde la tiene cualquiera, mas lo acontecido en la Maestranza no puede achacarse ni a la casualidad, ni la viento que tanto incomodó por momentos a los toreros. 
Daniel Luque sabe y puede, pero parece que no quiere.
David Mora quiere y puede, pero de momento no sabe.
Manuel Jesús El Cid sabe y quiere, pero ahora mismo no puede y lo que es peor, no se da cuenta. 
 Parece haber nacido  Luque con un capote en las manos, y raro es el día en que no nos obsequia con gotas de su virtuosismo: dos chicuelinas garbosas, una media abrochadísima, cuatro lances con las muñecas sueltas… De primor. Y parece haber nacido envuelto en una muleta: un ayudado por bajo, una trincherilla, naturales sueltos, un cambio de mano, un kikirikí… Una delicia.
Pero no es suficiente. Para ser figura del toreo hay que cuajar toros, y para cuajarlos, hay que pegar con cada mano diez o doce muy ligados y muy de verdad, y si eso aumenta el riesgo de acabar en el hule, debemos advertir que nadie quiere ser figura del toreo por obligación, sino por decisión propia. ¿Cómo estuvo Daniel Luque? Fácil, resolutivo, en torero, variado, elegante, e incluso en el sexto, un mal toro, muy decidido. Insisto: a él hay que exigirle mucho más porque es muy buen torero. Y siendo tan buen torero, a su otro enemigo, que era noble y claro, le pegó una barbaridad de pases y el personal (es cierto que escaso y frío) no acabó de entrar en la faena. Demasiadas pausas, demasiada técnica, demasiado aseo, demasiado conformismo… Y así no hay manera.

David Mora.  la verdad es que es una pena, pues el tío tiene una planta de torero extraordinaria, y para nada se le notó que acababa de reaparecer después de una cornada brutal que a punto estuvo de costarle la vida. Hechuras y valor: ¿se puede pedir más para ser un torero grande? Pues sí: ese pequeño detalle consistente en saber torear.  Pues estupendo. Su primer enemigo, una raspa impresentable, fue sin embargo un colaborador extraordinario, y David, que había lanceado ganando terreno con mérito, toreó como mejor sabe, con algunos naturales ajustados y lentos, y como de costumbre, errático, irregular y hecho un lío a nivel estético. Si lo mata le dan la oreja, pero el toro era de revolución.

 El Cid  tuvo el mérito de percibir que el quinto toro era de triunfo y cuando lo citó de largo  y el animal se vino alegre a las telas, ya lo vio toda la plaza. Y eso fue lo malo: que vio todo el mundo no menos de veinte arrancadas incansables, fijas y con mucho recorrido. El Cid toreó a una velocidad trepidante, en un trasteo tan emotivo como falto de reposo y de sabor. Su faena fue una voluntariosa e insufrible retahíla de derechazos rubricada desastrosamente con la espada. Frente al micrófono del Plus me cuentan que terminó de arreglarlo…
Por Álvaro Acevedo 

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