sábado, 21 de mayo de 2016

25 años de la consagración de Cesar Rincón

En 48 horas, las que ocupaban el 21 y el 22 de mayo de 1991.
 Primero con una corrida de Baltasar Ibán, al día siguiente una de Murteira Grave.
 Y en las dos ocasiones abrió  la Puerta Grande de Madrid. Pero aquello no resultó fruto de la casualidad. Ya lo había dejado claro ante toros de Cuadri en abril del 91, aunque la tarde no resultara redonda. Y por detrás quedaban unos años de mucha lucha, de mucha fe en su vocación taurina.
 Por eso cuando llegó la ocasión rompió con tanta fuerza. Por eso y porque supo arriesgar: a otros después de haber cortado dos orejas en Madrid, les costaba más volver con una sustitución al día siguiente, no fuera a ser que devolviera los trofeos. Uno de los grandes toreros que ha dado América apostó y ganó.

Este mes de mayo se cumple un cuarto de siglo de aquel San Isidro protagonizado enteramente por un torero que, en apenas quince días, se convirtió en máxima figura. La apoteosis de César Rincón[ en Las Ventas significó el triunfo de un estilo y de una interpretación del toreo plenamente clásica que, de esta forma, regresó al primer plano de la actualidad .
Hasta el momento que César Rincón atravesó la Puerta Grande de Madrid en la anochecida del 21 de mayo de 1991, su carrera había sido tremendamente dura y difícil, inclusive su contratación para el ciclo madrileño había sido cuestionada. El diestro, nacido en la capital de Colombia, había dejado grata impresión en el coso venteño tras lidiar acertadamente el lote de toros de Celestino Cuadri que le correspondió el domingo 28 de abril.
La primera puerta grande
El cartel previsto para el martes 21 de mayo no llamaba especialmente la atención entre el gran público, aunque para el aficionado sí que contaba con notas de interés. Se trataba de una terna de espadas totalmente internacional, pues junto a César Rincón figuraban Curro Vázquez y Miguel Espinosa “Armillita”. Las reses enchiqueradas llevaban el hierro de Baltasar Ibán, que a esas alturas ya tenía en su haber dos premios de los que cada año otorga la Comunidad de Madrid al mejor encierro del serial isidril. En su caso, fueron los correspondientes a 1986 y 1987, gracias a sendas corridas que propiciaron, respectivamente, las salidas a hombros de Ortega Cano Víctor Mendes. Hasta ese 12º festejo del abono, tan sólo se había cortado una oreja, la que obtuvo Juan Mora de un ejemplar de Cebada Gago.
César Rincón, que vestía un traje verde manzana y oro, ya demostró ante su primer antagonista la decisión y la mentalización con la que afrontaba el compromiso, si bien en esta ocasión marró con la espada y todo quedó en una fuerte ovación. El sexto astado de la tarde, “Santanerito”, no exhibió demasiadas cualidades positivas durante los primeros tercios de la lidia. El toro presentaba una embestida bronca y áspera, además de una más que evidente mansedumbre. Por ello, César Rincón intentó con buen criterio en el saludo capotero templarlo y empujarlo hacia delante, primando la eficacia por encima de un mayor lucimiento. Una vez tomó muleta y estoque, el diestro colombiano se dobló por bajo con el deBaltasar Ibán, detalle fundamental que ayudó a que “Santanerito” mejorara, en parte, su condición. El pase de pecho con el que abrochó esos muletazos iniciales, resultó magnífico. Los terrenos, las distancias y la perfecta colocación del torero fueron claves a la hora de que el burel optara por perseguir el engaño y olvidara su propósito de huida.
Rincón derrochó valor y conocimientos en una faena que tuvo, entre otras muchas virtudes, las de la emoción y la verdad más absoluta. Por uno y otro pitón, el planteamiento del matador era el mismo, franela plana adelantada y máxima ligazón entre los pases que conformaban la serie. El riesgo asumido era enorme pero era la única fórmula para extraerle al cornúpeta lo que de positivo llevara dentro. Idéntica entrega que el trasteo de muleta tuvo la ejecución de la suerte suprema, citando a recibir y aguantando, sin mover un ápice las zapatillas, la acometida del animal. Fulminado por la soberbia estocada, el ejemplar de Baltasar Ibán se derrumbó a los pocos segundos. El público solicitó con vehemencia los trofeos para el colombiano, petición que fue atendida por el palco presidencial. Su triunfo alcanzó mayor magnitud al estar presentes las cámaras de TVE. En ese momento, comenzaba a hacerse realidad el sueño que César Rincón había tenido desde pequeño, conquistar la plaza de Las Ventas.
La sustitución de Fernando Lozano
La vacante que dejaba al día siguiente Fernando Lozano --herido grave unas fechas antes en ese mismo ruedo por un toro de Atanasio Fernández-- fue ofrecida por la empresa de Madrid al diestro bogotano, que tras valorar dicha propuesta junto a su apoderado, Luis Álvarez, la aceptó. Con el cartel de “no hay billetes” colocado en los exteriores del coso, Ruiz Miguel, “Espartaco” y César Rincón pisaron la arena de la monumental madrileña la tarde del miércoles 22 de mayo. La materia prima estuvo compuesta por cinco astados de la ganadería de Joaquín Murteira Grave y uno más de la de Alcurrucén. El primero del lote del colombiano, que eligió para la corrida un terno rosa palo y oro, fue una res con movilidad pero también con dificultades, que exigía al espada que se pusiera delante utilizar con inteligencia todos los resortes técnicos para, de este modo, y sobre el sólido basamento del valor, construir la faena. Así lo llevó a cabo Rincón, que acabó por desengañar al toro, tragándose entonces varias tandas de muletazos. El deficiente manejo de los aceros, imposibilitó la conquista de una más que probable oreja aunque la afición venteña supo calibrar el mérito de su labor.
El sexto cornúpeta de la función tampoco hacía albergar muchas esperanzas, observado su comportamiento ante los caballos de picar. De cualquier forma,Rincón se sacó a “Alentejo”, nombre del burel del hierro portugués, al platillo de la plaza y ahí comenzó a desgranar su faena. Ésta contó, en esencia, con los mismos  parámetros que la del día anterior, pañosa adelantada, cite cruzado y dando el pecho y gran ligazón entre los pases. Ante tanta autenticidad del torero, el animal respondió, ipso facto, entregándose a la tela roja que lo conducía con mano firme.
La labor fue aún más perfecta que la firmada frente al ejemplar de Baltasar Ibán, pues a todo lo dicho se sumó el temple y la suavidad que imprimió a la mayoría de los pases. Derechazos y naturales hondos, profundos, rematados con pases de pecho de pitón a rabo, intercalando también algunos trincherazos sublimes. La monumental de Las Ventas estaba, nuevamente, a los pies del torero nacido en Bogotá. La hazaña volvía a repetirse 24 horas después. Intentó, en vano, estoquear a “Alentejo” recibiendo pero ante la negativa del toro de Murteira le endosó un magnífico volapié. El diestro paseó por dos veces el ruedo con los apéndices en la mano, abriendo por segundo día consecutivo la Puerta Grande del coso madrileño. Por fin, toda la lucha y el sacrificio durante tantos años había encontrado recompensa, César Rincón salía lanzado del San Isidro de 1991

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