jueves, 12 de mayo de 2016

Esa verdad desnuda del toreo

Desde que la Tauromaquia existe, el toreo no es otra cosa que una apuesta de riesgo. En la misma medida que se apuesta a ese "par y rojo", el torero sale en triunfo.
 En esta sexta de abono lo dejó claro Paco Ureña, que no hizo otra cosa --¡que no es pequeña!-- que poner sobre el barrizal de Las Ventas la verdad desnuda del toreo en toda su dimensión. 
No hubo Puerta Grande ni nada parecido. Pero hubo mucha verdad.
 Ya nada en Ureña puede atribuirse a la casualidad, van ya demasiadas casualidades.
 Lo suyo es que busca hacer el toreo en su más estricta concepción y lo logra; explicar al respetable la verdad desnuda del arte del toreo, ese es su misterio.
La verdad se impone. También en el toreo. Por eso este miércoles Paco Ureña triunfó en Las Ventas, porque desde el principio al fin, con el toro malo y con el bueno, por delante de todo puso la verdad del toreo. Y esa verdad es tan simple de definir como difícil de poner en práctica: ponerse en el sitio que piden los toros, firmeza en las zapatillas, presentar los chismes planos y llevarlos templadamente por abajo, reunidos y siempre hacia los adentro. Cuando ocurre así, de natural nace la emoción y en la misma medida el torero asume más riesgos.
Paco Ureña los asumió y hoy puede dormir con la satisfacción de que los aficionados están ya deseando que llegue su próximo compromiso del día 22 en Las Ventas. ¿Se ha convertido, entonces, en el nuevo “consentido” de esta afición?, se preguntara alguno. Deseemos que no, que la afición suele ser muy voluble, a veces caprichosa. Ha hecho algo mucho más importante: ha dado un sólido paso adelante en su carrera, un paso de los que no tienen marcha atrás.
Y todo porque no se anda con rodeos y mil probaturas. Comienza con la misma decisión, con la misma verdad, con la que concluye. Bien se vio en los vibrantes lances de recibo a su primero, como luego ocurrió cuando cogió la muleta y la espada: directo a buscar la autenticidad del toreo. Está claro que se asumen riesgos personales con esta forma de entender el toreo. Pero los asume, además, porque cuando desde el primer momento se le puede con firmeza a los toros, en muchas ocasiones éstos se vienen a menos; frente a esa posibilidad, hoy muchos prefieren los tanteos y los muletazos casi erapéuticos, sin obligar al toro, no se vaya a acabar el animal antes de tiempo. Con éstas o contras palabras, toreros como Ureña han solido contestar: “Pues si se acaba, que se acabe, peor para él, que demostrará su nula condición de bravo”. Y están en lo cierto.
En la historia del toreo quien ha tomado el camino de hacer estas dos apuestas, lo habitual es que no sólo se ha abierto camino, sino que ha triunfado. Ahí está el ejemplo de este torero murciano, que desde que un mes de agosto dejó Madrid sus señas de identidad, no ha hecho más que crecer. Por eso, ni la que formó en abril en Sevilla, ni esta tarde de Madrid, ni aquella otra con el toro de Adolfo Martin por el otoño fueron casualidades.
Quedó palmariamente claro con el 3º, que no era fácil. Y se puso en un pedestal todo lo que le hizo al buen 6º, el único con calidad de toda la corrida. Si no los pincha antes de dejar dos espadazos muy resolutivos --y si además no arrecia la lluvia justamente cuando había que sacar los pañuelos en el 3º--, ahora estaríamos hablando de una puerta grande. Y habría sido justo. Pero la puerta de la calle de Alcalá no la van a quitar, ahí seguirá hasta su vuelta, en expectativa de destinos de gloria.
La corrida, otro día más metida en aguas; el hombre del tiempo ya lo dijo con mucha  antelación: a partir de las 18.00 horas lluvia segura. Y, en efecto, llovió. En los corrales una incompleta corrida de Toros del Torero, que resultó muy lejos de aquella otra de Madrid en la que reivindicó su nombre. Cinco toros casi todos hechos cuesta arriba, con caras ofensivas, sin particular peligro, pero con una condición contranatura del toreo: tomaban de forma más o menos potable los engaños, pero ninguno sabía salir de las suertes, se quedaban allí, las mas de las veces con la cara por arriba. Como remiendo en 5º lugar se corrió un ejemplar de Torrealta, fuera de tipo, cornalón y de malas intenciones, un regalo.
Por lo demás, en la sexta de abono se pudo comprobar que definitivamente Manuel Escribano ha optado por mantener inalterable su reportorio único, aunque hoy, por fortuna, no se fuera a la puerta de toriles; no estaba la tarde ni el piso de plaza para farolillos. Pero hecha esta excepción, lo demás todo se hizo demasiado repetitivo, como una película que la televisión proyecta por enésima vez.  Todo muy lejos de aquella templanza de mano bajo con el “miura” de Sevilla que lo puso en órbita. En esta primera de sus tardes madrileñas no hubo novedad: más de lo mismo, pero con dos toros relativamente bondadosos.
Toda la tarde tuvo el santo de espaldas Iván Fandiño con su lote. Fuera de lugar e injustos los pitos que se oyeron después de que diera muerte al pájaro que hizo 5º. ¿Qué querían con semejante alimaña? Con su primero cumplió sin lucimiento, como el toro.

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