Ni en la final de un Mundial de fútbol, ni el séptimo partido de la final de la NBA, ni en el último concierto de los Rolling, cuando sea, ni en la final de los 100 metros de los Juegos Olímpicos, ni en la mejor función de la historia de la Ópera de Viena o La Scala de Milán. Que nos echen a pelear lo que quieran, que lo inventen si se ven capaces, da igual. No hay nada como una tarde de triunfo en una plaza de toros. Y de todas ellas, Madrid.
Se juntaron un torero, un toro y la justicia del toreo, esta vez sí. Un toro puso a David Mora en el sitio que otro toro estuvo a un tris de quitarle para siempre. Dos orejas rotundas para cerrar dos años de horror, miedo y lucha.
Madrid le debía una ovación y se la dio, el toreo le debía un toro y le puso a Malagueño en el camino. El resto fue cosa de David Mora. Se fueron acumulando las emociones, al romper el paseíllo, en el brindis a D. Máximo García Padrós, en el volteretón que trajo de nuevo el miedo, en las trincherillas, en los derechazos largos, los naturales verticales, en las embestidas de Malagueño y en la estocada.
Dos orejas, vuelta al ruedo a un toro bravo, lagrimas de un torero que volvió a serlo tras salvar al hombre, la emoción de una plaza, alegría y triunfo. Que busquen, que inventen, lo que quieran. No hay nada igual.Juan J. Sánchez Sánchez-Ocaña
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