miércoles, 11 de mayo de 2016

"Paco Ureña, torero de Madrid"

Tarde brillantísima del torero de Lorca: valor, talento y calidad en dos faenas distintas pero de altos vuelos y gran carácter las dos. Un toro extraordinario de Lola Domecq. 
DOS ESPLÉNDIDAS faenas de Paco Ureña. De las que consagran en Madrid a un torero o lo hacen torero de Madrid, que no son la misma cosa aunque lo parezca.
Dos toros del mismo hierro –el de la T de Salvador Domecq, reserva de casta dentro de su encaste- pero de condición diferente: de calidad sobresaliente el sexto, cinqueño, veleto y paso, descarado y casi cornalón, de los que parecen no caber en los engaños, pero cupo; de pronta pero díscola entrega el tercero, descolgada embestida por la mano diestra, difíciles viajes por la izquierda a media altura, toro de mucha pelea.

Ese tercero se jugó bajo una monumental manta de agua. Al asomar el sexto dejó de llover y salió un tibio sol.Y lo cuajó Ureña con el capote en el mismo recibo: lances de rotundo encaje, brazos sueltos. Ya fueron entonces bastante más claros los viajes por la mano buena. Esa primera aparición del torero de Lorca en escena levantó una pasión primera que no fue la última. Iba a ser tarde de las de levantar pasiones y de levantarlas a pulso Paco Ureña, que, con ambiente volcado, no llegó a estirarse de capa con el sexto, pero sí a adivinar su condición.
Entre tantas virtudes del sexto toro, Ojibello, número 40, no fue menor la de su bravura en varas, la manera de recargar y romanear, su fijeza en el caballo. Toro de mucho corazón. Y de fortuna, porque fortuna fue caer en las manos templadas de Ureña. Lo más distintivo de una faena de gran rigor fue antes que nada su firmeza. Sin ella no habría sido posible. La artillería del toro era en verdad disuasoria. El son del toro no habría consentido dudas ni errores. El piso de las Ventas, encharcado, podía haber sido una trampa, pero no lo fue.
La faena de Ureña rompió enseguida, sin probaturas y en el terreno preciso: entre rayas y en paralelo con las tablas, donde mejor se emplean los toros en Madrid. Los toros que se emplean. Como este. Después de la firmeza, la armonía y la pureza a partes iguales. La pureza de torear para adentro –muleta llamativamente pequeña pero de vuelo ligero- y de ligar sin perder pasos, puesto el torero en los viajes de repetición, sin trampear, y en tandas de generosa abundancia: no cuatro, sino cinco y hasta seis muletazos de tanda, y sus limpios remates cambiados por alto. Cuatro tandas, y de pronto empezó a parecer que el toro, a pesar de su fantástica arboladura, embestía a resorte. Como si no pesaran embestidas tan con todo.
La armonía del toreo despacioso, que es única. La gracia del toreo a pies juntos en un adorno de última hora. Las pausas precisas, ni una más. La lluvia había dejado medio vacíos los tendidos, pero gradas y andanadas rugían como en las grandes ocasiones. Fueron hermosos los cinco muletazos cambiados con que Ureña dejó cuadrado al toro, ligeramente cerrado. Un pinchazo arriba, una gran estocada, un clamor. Una oreja, casi dos. La espada dejó sin premio parecido la primera de las dos faenas de esta tarde mayor. Faena de méritos idénticos: encajarse con el toro por su mano incierta, la izquierda, fue dificilísimo, y muy arriesgado aguantar viajes por esa mano. Estampa de toreo antiguo: pasarse cerquísima el toro incierto. Por la derecha – toro rebrincado de partida, un punto tempestuoso- la faena fue de mano baja y de dominar, pero no solo de poder, también de fuerza plástica. Un chaparrón inclemente le dio a ese trabajo carácter épico.
Los aficionados severos castigaron de palabra a Escribano y Fandiño dura y desmedidamente. Los dos toros primeros, cinqueños, fueron distintos. De buen son el primero de Escribano; muy protestón –la cara arriba en secos derrotes- el de Fandiño que acabó rajado, el único agrio de los cinco de Lola Domecq. Escribano anduvo compuesto y fácil, pero despegado y abusando del toreo a suerte descargada. Fandiño no estuvo a gusto. 
Escribano se encontró debajo al cuarto cuando lo toreaba de salida, pero no se desanimó. Ahora toreó con asiento y calma, y el toro se avino. Por no se sabe qué razón se encontró la cosa sin eco ninguno. El toro de Torrealta que completó corrida –un cromo maravilloso, salpicado y moteado, pinta espléndida- peleó en el caballo pero sacó en la muleta una violencia intratable.Madrid, 11 de mayo de 2016. Plaza de Las Ventas. Sexta de San Isidro. Toros de Toros de El Torero y un remiendo (5º) de Torrealta. Bien presentados y desiguales de juego. Destacó el buen sexto, un toro importante. Manejables aunque sin empuje 1º y 4º. El resto, deslucidos. El 5º, además, complicado y desarrollando peligro. Manuel Escribano, silencio en su lote; Iván Fandiño, silencio en ambos; y Paco Ureña, ovación con saludos y oreja. Entrada: Tres cuartos. (COLPISA, Barquerito)

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