jueves, 12 de mayo de 2016

¿Vale la pena entrar al debate con los antitaurinos?

A esa pregunta, nuestra respuesta es, sencillamente, no. Frente a quienes en el ejercicio de sus libertades creativas, sobre todo cuando por mayo brota la primavera, proclaman año tras año a la Tauromaquia como un anacronismo histórico, el debate es imposible: no pueden atender a otras razones que las suyas, porque si lo hicieran se quedaban sin argumentos para su artículo anual. Por eso concedo un valor menor, casi rayano en la anécdota, a ese conjunto de opiniones que en estos días hemos leído, y que, por cierto, no han sido tantas: han sido las de siempre, ni una más. 
Vayamos, pues, a lo nuestro, a trabajar por la integridad de la Fiesta, por la verdad permanente del arte del toreo. Lo demás siempre se quedó a lo largo de los siglos como un ruido ocasional.

En el fondo se trata de una cuestión estacional, como la alergia al polen así que brota la primavera. Año tras año, cada vez que nos adentramos en el mes de mayo, que es cuando más se habla de toros por mor de San Isidro,  reaparecen las columnas de opinión de distintos intelectuales para denigrar la Tauromaquia y anunciar que a esto le quedan dos días. Si pensaran de verdad que nos quedan dos días, no entiendo a que viene tanta errepetición de lo mismo: si están tan convencidos, bastaría esperar a ese día del mañana, tan próximo como lo pintan, en el que todo acabará. Pues, no. Llega mayo y hay quien hasta se  siente intelectualmente satisfecho dándole la vuelta al mismo artículo que ya publicó el año anterior.
Resultado de imagen de picasso y los torosFrente a las cuestiones que son estacionales, tal que las gripes, tan sólo caben dos cosas: la vacunación previa o el simple olvido. Clínicamente las vacunaciones resultan muy adecuadas, sobre todo a partir de cierta edad. Lo que ocurre es que frente a la ofuscación intelectual con un tema, no hay laboratorio que hasta la fecha haya inventado antídoto alguno. Por eso no estaría de más repensar si ese antídoto necesario no radica en el olvido; o por mejor decir: no entrar en el debate con quien no quiere debatir, sino dogmatizar acerca de un tema que, en el fondo, conoce con alfileres.
Demostrado está que resulta inútil toda argumentación. No le valen ni los razonamientos históricos, siendo como son milenarios; mucho menos, cualquier consideración relacionada con el arte y la cultura; incluso le molesta profundamente que se les recuerde la larguísima relación de intelectuales que apostaron por la Tauromaquia como parte del ser de España. Y nada digamos si se argumenta con el hecho económico y social que representa la Fiesta. Ellos van invariablemente a la suyo, que suele pasar por llamarnos bárbaros y asesinos, por considerar que somos tal que Nerón cuando incendió Roma y mandaba a los cristianos a los leones del circo.
En tales circunstancias, cabría preguntarse si sirve para algo entrar a rebatirles sus tesis, o si no es mucho mejor pasar de largo. Si nos remontamos en los augurios catastróficos de algunos intelectuales, la Tauromaquia no debería haber superado ni el siglo XVIII. Sin embargo, el arte del toreo ha llegado con toda vitalidad al siglo XXI. Y lo que aún le queda por delante, cuando incluso en épocas de crisis pasan de 15.000 los espectáculos que se organizan al año en España.
A muchos debe asombrar como persisten en sus argumentos, de casi todos los cuales se podría buscar un antecedente en la literatura de siglos atrás. Si los augures de las desgracias del  siglo XVIII no acertaron, ¿con que clase de rigor intelectual  siguen insistiendo en el mismo error?
Si demostrado está que el diálogo sirve de poco en estos casos, ¿para que debatir con quien, sencillamente, no quiere ni oír –y mucho menos contemplar-- los argumentos de su contrario?
 Resulta mucho más higiénico archivarlos en la carpeta de lo olvidable. Frente a quien nos tilda directamente de “asesinos”, sin otra fundamentación que su libre albedrío, ¿qué diálogo cabe?
Por semejante inutilidad, más me molesta cuando se comprueba la manipulación según la cual se hace decir a alguno aquello que en realidad no dijo. 
 Sin remontarnos tan arriba, que no hace falta, un caso palmario es el de D. Miguel de Unamuno, al que se encasilla como una de las luminarias del antitaurinismo. Y no es cierto. Desde luego, don Miguel escribió en su momento: “Nunca he resistido una corrida”. Y en su derecho estaba. Pero como era amante de la verdad a continuación añadió: “Me explico que haya quien goce con las emociones de una corrida de toros y busque en la plaza un drama vivo sin engañifas”. Por eso nunca pidió la supresión de la Tauromaquia. Resulta evidente que, según conveniencias del caso, muchos se quedan con la primera parte de la frase, pero a propósito borran la segunda. Y eso no es intelectualmente riguroso.
Me parecería ramplón  e inadecuado traer aquí a colación aquello del “ladran luego cabalgamos”. Como el taurino siempre ha sido extremadamente respetuoso con los demás, aunque ese modo de actuar no encuentra correspondencia alguna por la otra parte, nunca diría que los intelectuales antitaurinos “ladran”; sencillamente, diría que exponen su modo de pensar, ejercen su derecho al libre pensamiento y la libre exposición de sus ideas. Lo que ocurre es que tales pensamientos no concuerdan ni con la verdad histórica ni con la realidad social. Y esto ya no es una simple opinión: es una realidad.
No sólo no agredimos a nadie que piense de forma diferente, sino que tan respetuoso somos que hasta cuando en el Congreso se debatían unas normas taurinas, se les invitó a participar en las jornadas de estudios previos en pie de igualdad con quienes defienden la Tauromaquia. No conozco caso en el que ellos hayan hecho algo parecido.
Por eso, soy de la opinión que tal debate no sólo es inútil, que eso está demostrado por la práctica, sino que resulta incluso contraproducente. Sin descalificar a nadie, sin buscar silenciar sus opiniones, más me apunto a, sencillamente, pasar de largo de toda esa maraña estacional, que a nada conduce, por más que de antemano sepa que así que vuelva otra vez el mes de mayo, volverán también los cantos a nuestra inminente muerte civil, repetida hasta la saciedad pero nunca cumplida.

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