Rodolfo Rodríguez ha personificado a un torero digno de ser estudiado, por su singularidad, por ese misterio que siempre llevó dentro.
A ello se ha aproximado, con gran acierto, John Gordón, del Club Taurino de Londres, con artículo muy documentado que fue publicado inicialmente en su versión en lengua inglesa de la revista de los Bibliófilos Taurinos de América. Hoy el autor nos ofrece aquí su versión en lengua española
John Gordon, Club Taurino de Londres
El Pana siempre ha dicho que nació en Apizaco el 2 febrero 1952, aunque también se ha comentado que cuenta con algunos años más. Empezó en el sótano del toreo. Empujado hacia la fiesta como una forma para escapar de la miseria, El Pana se forjo como torero entre las capeas caóticas de las provincias mexicanas y unas escapadas clandestinas a las ganaderías del campo de Apizaco.
Estuvo nadando contracorriente para diez años, peleándose por abrirse paso en unas condiciones durísimas, y con pocas esperanzas de llegar a buen puerto. Hasta que un buen día, en el 1977 para ser exactos, se tiró de espontáneo en una novillada en La Plaza México.
El alarde funcionó. La empresa de la capital le dio una serie de oportunidades en las novilladas del 1978 y El Pana lleno la plaza con aficionados expectantes, curiosos por ver la magia del Brujo de Apizaco. Sus actuaciones culminaron en un mano a mano con César Pastor frente a una novillada de Begoña.
Fue el 10 diciembre 1978 y El Pana encandiló a la afición indultando a su tercer toro de la tarde. El Pana había llegado. Tomó la alternativa el 18 marzo 1979 (oficiando Mariano Ramos de padrino) con gran ambiente – la afición mexicana intuía que aquí había un torero que podía romper la hegemonía destructiva de Manolo Martínez y Eloy Cavazos sobre la fiesta en México.
Esta esperanza no contaba con el control brutal que ejercían estos dos toreros.
Así pues, a El Pana lo dejaron en el banquillo. Se pasó los años ochenta y noventa apenas toreando, se anunciaba en una veintena de espectáculos cada temporada en los ochenta, que tornó en menos de cinco cada año en los noventa, y casi nada después del año 2000.
Pero todo cambió el 7 enero 2007: a El Pana le habían dado la oportunidad de una retirada digna en La México. Sin embargo, lejos de retirarse, El Pana triunfó con tal fuerza que ese día resucitó como torero.
La corrida se retransmitió por televisión y el mundo taurino entero por fin pudo disfrutar y conocer a El Pana. Su faena al toro Rey Mago será recordadas como una de las más inspiradas y mágicas de la historia del toreo mexicano. Una generación nueva de aficionados había descubierto a El Pana, y la fiesta mexicana, en unas horas bajas, ya no podía ignorar a un torero tan genial.
Se puede decir que la carrera de El Pana se ha definido por los últimos diez años. Con más de cincuenta y cinco años a sus espaldas, El Pana se ha consagrado como la figura que su toreo siempre había merecido.
Además, pudo hacer unas campañas europeas, cortitas, medidas, pero bien ganadas. Aunque las principales plaza, quizá injustamente, le cerraron sus puertas (nihil novi sub sole para El Pana) ha podido cuajar algunas actuaciones memorables en plazas provinciales de España y Francia.
Y en todo esto, llega El Pana a Ciudad Lerdo el primer día de mayo de este 2016 – esta vez, por desgracia, sí sería el último paseíllo de su vida. Tendido, inconsciente sobre el albero Rodolfo no pudo invocar su espíritu de ave fénix que le había ayudado resucitar tantas veces de las cornadas de la vida. Pan Francés le había roto las vértebras, y rota también estaba el alma de esos aficionados románticos que El Pana había seducido con su toreo mágico y bohemio.
Romanticismo y bohemia siempre han sido dos piezas claves en el concepto torero de El Pana. Rodolfo ha sido un alma irreverente, con una gran facilidad para llegar al público. Esta facilidad le había permitido conectar de una manera muy especial con la afición de La México en el ya lejano 1978, y le permitió conectar otra vez con la afición capitalina en el 2007, y también en cada corrida y en cada tarde hasta este fatídico uno de mayo.
A veces los aficionados pecamos de fríos, nos gusta analizar cada matiz técnico de una faena. Sin embargo, hay algunos toreros imposibles de analizar de esta forma – su toreo es más de emoción y comunión con el público de que de técnica. El toreo es un arte, y una parte imprescindible del arte es que artista transmita su obra al público. Toreros populistas como Manuel Díaz El Cordobés, Juan José Padilla y El Fandi han basado gran parte de su tauromaquia en su simpatía hacía su público.
El Pana ha tenido más torería que estos últimos (quizá, la comparación ideal sería Luís Francisco Esplá, otro torero que llenaba el escenario con su torería añeja y espectáculo) pero su torero también se basaba en cautivar a su público.
Así pues, el espectáculo empezaba con el paseíllo, con El Pana fumándose un puro como un espectador de barrera. Además, su forma dramática de entrar y salir de la cara del toro le servía para resaltar los momentos álgidos de una faena.
Y para terminar, El Pana solía torear en una especie de trance, de la misma forma que en los años veinte lo hacía Victoriano de la Serna. El concepto de toreo de El Pana era, sobre todo, cautivar al público con su interpretación particular del espectáculo.
Sería injusto no resaltar el lado más serio del toreo de El Pana.
Seguía la gran tradición y variedad del toreo clásico mexicano. Rodolfo era variado con el capote, y un rehiletero creativo – ahí tenemos su creación particular, el para a la calafia. Un tipo de quiebro al violín en el tercio (parecido al quiebro que practica Manuel Escribano), pero en el cual el par se coloca detrás del mismo hombro y no por el pecho hacia el hombro contrario, como en el violín. Su concepto de toreo se encuentra en la línea del gallismo creativo, es decir, siguiendo el ejemplo de gallito de dominar todas las suertes, pero sin el dominio sobre el toro que caracteriza al gallista completo o poderoso.
El Pana nunca fue un gran dominador de los toros, los siete toros que se dejó vivo en La México son prueba fehaciente de esto. No, su toreo de muleta era más de caricia y delicadeza, con una clase y calidad netamente mexicana.
Su toreo fundamental era de lo más templado, sabía acompañar la embestida del toro mexicano con una despaciosidad privilegiada. Mejor con la diestra que la zurda, Rodolfo le podía bajar la mano a sus saltillos mexicanos, dando unos muletazos en redondo muy bajos, largos y profundos.
Además, El Pana manejaba la variedad con la muleta. El más artista hubiera firmado sus trincherazos, llenos de empaque, y el toreo por alto recordaba a Procuna. En El Pana se encuentra el toreo clásico mexicano, aquel toreo mexicano variado y alegre que existía antes que los diestros de allende conocieran a Camino y todos lo imitaron.
No me gusta pensarlo, pero tengo la impresión que el toreo de El Pana siempre estaba destinado a ser una obra incompleta. En comparación con otras figuras, Rodolfo toreó muy poco – así pues, su toreo queda ensombrecido por su historia de bohemio. Ha quedado la idea la imagen folclórica del personaje El Pana, y se le presta menos atención a su toreo.
Es triste porque su toreo, en sus momentos mágicos, fue de una belleza irreal. Si hubiera toreado las corridas que su toreo merecía, los años ochenta hubieran estado llenos de faenas como la de Rey Mago. Y, porque soñar es gratis, hubiera crecido una generación de toreros mexicanos con el afán de mantener viva la llama del toreo mexicano de siempre.
Analizado el toreo de El Pana, ahora queda ubicarlo en el contexto histórico del toreo mexicano.
Su carrera no tuvo la trayectoria de sus grandes rivales, Martínez y Cavazos. Además, le falto el sitio en la fiesta de la siguiente generación de figuras: David Silveti, Jorge Gutiérrez, Miguel Armillita Chico y Curro Rivera. En cualquier historia del toreo en México, todos estos toreros aparecen antes que El Pana.
Sin embargo, creo que esta ubicación minusvalora el impacto de El Pana; claro teniendo en cuenta el número limitado de sus actuaciones, es difícil argumentar que su dimensión histórica está por encima de la de las figuras mexicanas de los ochenta.
Pero, y he aquí el quid de la cuestión: El Pana bien podría haber sido mejor torero que todos ellos. Esto puede sonar atrevido, pero ha sido de los pocos mexicanos que ha competido de tú a tú con las figuras españolas en los últimos sesenta años – ha competido a base de su toreosui generis, pero ha competido con ellos.
De los pocos escritores que pudieron intuir la dimensión de El Pana es Domingo Delgado de la Cámara, él ha propuesto que, por encima de las figuras que he nombrado, El Pana ha sido el último torero de la edad de oro del toreo mexicano.
Esta semblanza carece de la gracia y facilidad de palabras que es una de las características de El Pana – solo es mi humilde brindis a un torero con una personalidad acusadísima que aportó un toque de encanto a la variada historia del toreo.
Una última consideración me lleva a pensar de Hemingway, que fue un crítico mediocre pero tuvo algún que otra observación perceptiva sobre la fiesta. Hemingway no vivió para ver a El Pana, pero sí escribió sobre un torero con tanta gracia como él: Rafael El Gallo.
En Muerte al Atardecer, Don Ernesto escribió que la tragedia más triste hubiera sido que un toro destruyera a El Gallo, un torero tan grácil como él no merecía tal suerte. Lo mismo pasa con El Pana. El destino de Rodolfo era regalarnos un puñado más de actuaciones inspiradas de su toreo irreverente y, en su retirada, tomar la palabra en cualquier tertulia taurina con sus políticamente incorrectas (pero acertadísimos) ideas sobre el toreo.
Desgraciadamente no pudo ser. La última lección de El Pana fue que el toro, en su cuello y en sus pitones, lleva la gloria y la tragedia por partes iguales.
Hasta siempre torero.
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