jueves, 28 de julio de 2016

CUADERNOS DE TAUROMAQUIA


Editorial: Álvaro Acevedo/Foto: Fran Jiménez
Zarandeado por la tragedia, el Toreo llora aún la muerte de su último héroe, pero las lágrimas se irán secando con el sol de cada amanecer, con la luz de cada tarde de toros. Ahora es duro, pero no existe el luto eterno salvo para unos padres. Ni ellos, ni su mujer, comprenderán jamás este brutal tributo, el que paga el héroe con su vida para convertir en indeleble su enseñanza.
Estaba escrito que en Teruel sería su última batalla, no sabemos ni cómo ni por qué. Si acaso, puede que el azar y el destino sean muchas veces la misma cosa, pero nadie puede explicar que aquel toro naciera hace cuatro años para esto.
A Víctor Barrio lo ha matado un toro, y con su sangre ha protegido este misterio nuestro para algunos años. Sí, lloramos, pero también sabemos que con su sacrificio se hace más flagrante la grandeza y verdad del toreo. Lo que tiene de lírica y aventura, de drama y utopía, de ética y sueños. De lucha y más lucha. Porque si el murió por esto, a nosotros nos queda dejarnos la piel en esta guerra contra los pervertidos que hoy celebran su muerte, y mañana lloran que un toro bravo sea estoqueado en corto y por derecho.
Descansa en paz Víctor. Y estés dónde estés, no olvides nunca que naciste y moriste torero.

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