Los precios taurinos siguen por encima de lo que el aficionado puede pagar
Casi todo el mundo lo tiene claro, pero a la hora de buscar una solución nunca llega una fórmula consensuada.
La realidad es la que es: se mantiene un claro desfase entre los precios de las entradas y la realidad de la economía de las familias, pero también de las empresas.
Entre eso y que en la actualidad muy pocos toreros con un tirón arrollador en la taquilla explica, entre otras cosas, que la plaza de Madrid haya perdido en la última década en torno a 5.000 abonados, que Bilbao no venga pasando de la mitad del aforo, o que la última feria de Sevilla resultara una ruina.
Es probable que los precios que hoy se ponen respondan a los costes; a lo que no responden es a la economía de la clientela potencial. Por eso, se hace necesario replantear las bases de la economía de los toros.
Desde hace años, infructuosamente por cierto, se está en el debate de los precios de los festejos taurinos. Y aunque nadie cuestiona que con la actual economía doméstica –también con la empresarial-- el espectáculo resulta caro, seguimos en la misma situación, si es que no han subido los precios. Ninguno de los intentos por reordenar la economía taurina ha llegado a buen puerto.
El problema primordial no radica en entrar aquí si esos son los precios que vienen exigidos por los propios costes del espectáculo. Ese sería el razonamiento lógico en cualquier actividad de negocio; quien la emprende de lo primero que se preocupa es de averiguar la capacidad de gasto que tiene el mercado. En esta línea, por ejemplo, quien promueve una empresa textil diseñará su muestrario en función de ese estudio: grado de calidad de las telas, importe aplicable por el estilismo, etc. De esta forma diseña el perfil propio de sus productos y el sector de posibles clientes a los que se orienta.
En el caso de la Fiesta, en cambio, por lo general cuando se ofertan a los aficionados dos docenas de espectáculos dentro de un abono, el precio de cada uno de ellos casi siempre permanece fijo, con independencia de los costes.
Pero en el caso de la clientela potencial de lo taurino, curiosamente se da una singularidad: las localidades baratas las que más trabajo cuesta vender, se agota antes la sombra que el sol, el tendido que la andanada. Unos podrían aducir que ocurre así porque el aficionado busca una mayor comodidad; habría que pensar si esta realidad no se debe mejor a que a los toros acuden mayoritariamente personas con un cierto poder adquisitivo.
En un estudio que realizó en su día el profesor Juan Medina, de la Universidad de Extremadura, se llegaba a una conclusión clara: los precios taurinos crecen muy por encima del IPC. Tomaba como muestra la plaza de toros de Badajoz en el periodo de 1976 a 2010. Pues bien, en esos años mientras el IPC se incrementó en 2,8% anual, los boletos taurinos se encarecieron por encima del 4%.
Pero se nos acercamos en las fechas, también klos precios que rigen en este año se han modificado al alza con respecto al año anterior, como puede iobservarse en el sigiente gráfico, en el que se recogen los precios en unas cuantas plazas correspondientes a 2015:
Pero se nos acercamos en las fechas, también klos precios que rigen en este año se han modificado al alza con respecto al año anterior, como puede iobservarse en el sigiente gráfico, en el que se recogen los precios en unas cuantas plazas correspondientes a 2015:
En cualquier caso, desde hace unos años son muchas las voces que reclaman una moderación de los precios como una medida imprescindible para salir de la crisis, ahora además agravada con el impuestazo del 21% del IVA.
A primera vista, todo podría tener un punto de relatividad. Y así, por ejemplo, si la comparación de los precios taurinos se realiza con el futbol, resulta que según de que partido se trate ir a los toros puede parecer hasta barato; en el futbol se sigue un sistema variable, tanto en función del estadio de que se trate como en razón del partido que se juegue. Pero, además, en el caso del balón los clubs ofertan a sus socios –a sus abonados-- unas condiciones mucho más ventajosas que las que representan a un abonado taurino.
Sin embargo, en cuanto al número de funciones entre ambas situaciones se da una semejanza importante: solo los dos abonos de Madrid --el de San Isidro y el de Otoño--, suponen un número igual e incluso mayor de espectáculos que los que caben en un abono para la temporada de Liga y Copa, incluso si se contabilizan también las competiciones europeas. Su tratamiento global no es semejante.
La realidad de los precios
A la hora de establecer una comparativa de los precios entre las distintas plazas y abonos de primer nivel, resulta una tarea complicada. En primer término, porque la distribución física de las localidades no sigue criterios homogéneos, porque cada Plaza se adapta a su propias disponibilidades de espacio, ni las tablas de precios responden tampoco a criterios uniformes, dado que algunas plazas se diferencian según la categoría de la fecha y el cartel, en consecuencia, pueden compararse de manera directa y con exactitud.
Pero influye además el propio aforo. Estimar los precios adecuados no puede ser idéntica cuando se trata de Madrid con sus 23.798 localidades que en Sevilla, que tiene 12.538 asientos, en Bilbao, con 13.725 plazas, o San Sebastián, que anda por las 11.000.
A mayor complicación comparativa, las distribuciones de las localidades difieren de un coso a otro. Y así, por ejemplo, Sevilla y Valencia cuentan, con tres filas diferenciadas de barreras y en la capital del Turia además se establecen hasta 6 filas de contrabarreras y en ambos cosos no son idénticos los precios todos los días de sus abonos.
En consecuencia, a la hora de comparar precios hay que proceder con extremo cuidado y siempre de una manera de algún modo relativa: más que el dato concreto, conviene quedarse con las tendencias que marcan las tablas de precios.
Pues bien, con todas estas salvedades por delante, y teniéndose en cuenta siempre que no pueden realizarse comparaciones estrictamente directas, una cosa es cierta: entre las grandes ferias, Bilbao es la que presenta unos precios sensiblemente más altos, sea cuál sea la modalidad de localidad que se seleccione.
Así, una barrera de sombra en el mejor tendido que en Madrid cuesta 147,50 y en Pamplona 125, en la capital vizcaína sale por 175 euros en los días estrellas y por 152 los restantes. Una notable diferencia. Y si un tendido bajo de sombra en Bilbao sale por 100 euros, en Madrid cuesta 78,50 y en Pamplona 71. Pero exactamente las mismas proporcionalidades se producen entre las localidades más baratas: mientras que en Madrid por 8,90 euros se puede adquirir una andanada de sombra, la galería de sombra en Bilbao cuesta casi el doble: 18.
Para una parte apreciable de la asistencia, esas cantidades deben multiplicarse por el número de espectáculos que se ofertan. Con lo cual, asistir a una feria completa se pone ya en una cantidad muy apreciable, ampliándose a efectos prácticos las diferencias entra una plaza y otra.
La comparación con otros formas de ocio
Pero si la tabla de los precios taurinos se compara los precios medios de lo que ha cuesta participar en otras formas de ocio, con carácter general los toros salen perdiendo: la Fiesta se sitúa en la gama alta. De alguna forma, puede decirse que se integran en una cierta elite del ocio.
Si la comparación de precios se realiza, por ejemplo con el futbol, resulta que ir a los toros puede parecer hasta barato. Y así una entrada muy buena para un derby R. Madrid-Barcelona, en un estadio con 80.000 localidades –más de tres veces Las Ventas-- se cotiza a casi 1.000 euros y la más barata tiene un importe de entorno a 70. Y además se acaba el papel con días de antelación, aunque se televise.
Si este contraste se realiza con une espectáculo netamente elitista como la opera, un abono para nueve funciones de estreno oscila entre 1.830 de la localidad más cara y 100 euros la más barata --que corresponde a los laterales del último anfiteatro--; lo que podría corresponderse con lo que taurinamente se entiende por un tendido bajo cotiza a 1.740 euros, mientras que una abono asimilable al tendido alto cuesta 1.500. En todos los casos, proporcionalmente más caros que una tarde de toros.
Y todo ello sin contar que en nuestra sociedad actual el ciudadano cuenta con decenas de formulas de ocio, casi siempre promovidas y pagadas por las administraciones locales que resultan gratuitas, o con un precio que es simbólico.
La calidad si importa
Como ha ocurrido en otros momentos, cuando en la Fiesta mandaba una figura arrolladora, todo esto salta por los aires al anunciarse a determinados toreros. Ahora mismo, por ejemplo, la inclusión de José Tomás en los carteles de la Semana Grande de San Sebastián ha provocado que con un mes de adelanto ya esté vendido el 95% del aforo, según declaraba su empresario Pablo Chopera. Con carteles que se trataba de que fueran muy redondeados, como siempre buscan en Bilbao, en la temporada de 2015 el aforo medio ocupada durante su abono estuvo en el entorno del 50%. El tirón en la taquilla de unos nombres y otros es, pues, muy diverso. Es decir, el público de toros es sensible a la oferta que se le presenta.
Pero a su vez se comprueba que en la actualidad, cuando se anuncian tres figuras, incluso por plazas de orden menor --en las que hace años resultaba impensable que hicieran el paseíllo--, las entradas son mucho más flojas de lo esperable, sobre todo si el espectáculo se monta fuera de los abonos.
Se trata de situaciones contradictorias que nacen de ese valor cada más acusados de los criterios selectivos del público. Y lo hacen por razones económicas: como muchos no pueden asistir a todos los festejos porque la cartera no da para ello, elijen aquellos espectáculos que más les interesan.
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