lunes, 1 de agosto de 2016

LA CORRIDA DE CUADRI fue monumental

Azpeitia (Guipúzcoa), 31 jul. (COLPISA, Barquerito)
Domingo, 31 de julio de 2016. Azpeitia. 2ª de feria. 3.100 almas. Nubes y claros, templado. Dos horas y treinta y cinco minutos de función. Seis toros de Cuadri. Paulita, oreja y oreja. Pérez Mota, silencio tras aviso en los dos. Sergío Serrano, saludos y silencio tras dos avisos.
LA CORRIDA DE CUADRI fue monumental. No se esperaba menos pero tampoco tanto. Solo por setenta y cinco kilos no llegó a alcanzarse el promedio temible de los 600, la frontera del miedo. No fue corrida particularmente ofensiva, porque en casa de los Cuadri no se dan ni el toro cornalón ni el descarado tampoco. Abundan los gachos, los acapachados, los acucharados. No se mide el toro de Cuadri precisamente por la cara sino por el cuajo: los pechos, las culatas, las panzas ventrudas. Los quilates no tanto como los kilos.

Incluso en el caso de esta corrida de Azpeitia, que vino un año más con su vitola de guinda y emblema de una feria torista. La seriedad de conducta fue común a los seis toros del envío. Cada uno de ellos, con su particular sello, pues, pese a ser ganadería corta, la de Cuadri es, además, vacada abierta de sementales y líneas. Líneas comunes y reconocibles. No hay toro más hondo en el campo español que el de Cuadri. Tanto como pueda serlo en Portugal el toro de los Palha –el ganadero Joao Folque de Mendoça, ayer en una barrera- o en Francia el de los herederos de Hubert Yonnet. Toros largos, anchos, tridimensimales. Aparecieron como locomotoras. La pinta negra zaina tan definitoria. Los bufidos brutales al tomar engaño. Sus embestidas densísimas y, por eso, singulares. Un toro turbulento en los ataques. Pero muy temible al tardear, esperar o probar.
La cita de Cuadri respondió en taquilla. Solo que la noticia de la tempestad del pasado sábado había corrido como la pólvora, el pronóstico del tiempo no animaba demasiado y costaba imaginar que en menos de cuatro horas pudiera acondicionarse o adecentarse un ruedo tan castigado por la última tromba de agua y hasta por la lluvia de la mañana. Bombearon el agua como por arte de magia, se parcheó con serrín las zonas más castigadas del ruedo, se levantaron los lodos. Algo resbaladizo el piso, pero se podía estar. Los toros se sostuvieron muy en firme y resistieron hasta el último aliento.
Dentro de la corrida vino un cuarto toro, Puntero, de casi seis años –habría cumplido el tope reglamentario de edad dentro de tres meses- que dio en báscula 570 kilos. Más bajo de agujas y corto de manos que los demás. Más largo que cualquiera. Ligeramente acarnerado, lo cual es rareza en la ganadería. Ese toro raro, largo y viejo, hondo como el que más, fue el toro de la corrida y de cuanto va de feria, que hoy termina. Fue un toro extraordinario.
Al ataque y pronto de salida pero descolgando ya en el primer lance de Paulita; encelado y fijo en un primer puyazo cobrado contra los pechos del caballo; escupido sorprendentemente de una segunda vara resuelta con un mero refilonazo; dolido en banderillas; y, en fin, lo fundamental: unas estiradas de calidad singular, viajes humillados, repeticiones templadas, fijeza más que llamativa. Nobleza, que no suele ser transparente en la ganadería.
A la altura de la categoría del toro estuvieron las emociones que con él provocó Paulita en una faena de tanta entrega como sensibilidad. Era la primera vez que Paulita se vestía de luces esta temporada. Solo hace un año un toro de Cuadri estuvo a punto de cortarle la yugular aquí mismo. No contaron ni una cosa ni otra. La faena, brindada al doctor Goico, jefe del equipo médico de la plaza, fue de una determinación inmaculada. Firme asiento –ni un paso perdido-, ligazón, suaves toques y el ajuste preciso y posible. Claras las ideas desde la primera de tres tandas de tres o cuatro en redondo, las tres rematadas con el de pecho, de largar el toro por delante y todo lo largo que era. Un intento sin brillo con la mano izquierda, hasta que, luego de  una cuarta tanda redonda abrochada con un cambio de mano, volvió Paulita a la zurda, a poner el cebo al toro en el hocico y a dibujar una serie de logro mayor. Antes de la igualada, una tanda final de naturales de frente cobrados de uno en uno. Y una estocada hasta la bola, con pérdida de engaño y arreón tremendo del toro a querencia y persiguiendo a Paulita, que estuvo a punto de perder pie antes de ganar la tronera. Un clamor. Memorable.
Ese cuarto toro y ese trabajo tan serio de Paulita –hubo en el recibo del toro tres lances genuflexos de mucho valor- hicieron sombra a todo lo demás, que no fue poco. El primer toro del propio Paulita, muy noble, le dejó componer, ir ganando confianza de lance en lance y hasta construir una faena no tan cara como la que iba a venir después, pero salpicada de detalles de gracia, la gracia natural. Una notable estocada. Hubo premio. El segundo cuadri salió de los que se aploman: cortos viajes, se quedó debajo más de una vez. Por alto, en los de pecho; sí; por abajo, ni una broma. Gobernó la cosa Pérez Mota pero sin meterse en terrenos minados. Una estocada atravesada, precedida de dos pinchazos, fallos al descabellar.
El tercero fue el hueso más amargo de la corrida: mirón, revoltoso, reservón, de sentido, de pegar tornillazos. Estuvo valentísimo Sergio Serrano, que hizo pasar miedo a la gente. También el segundo del lote de Pérez Mota se aplomó. Toro de los de hacer sufrir al torero. Por incierto. El sexto, el que pasó los 600 kilos de sobra, descomunal, un pitón tronchado, se dejó media vida en el caballo, tres puyazos –el tercero, sin voluntad de serlo- y tuvo en la multa estilo probón de toro agarrado al piso. Otra exhibición de valor sin cuento ni trampa ni cartón de Sergio Serrano, que se dejaba ver, se cruzaba y ofrecía, y hasta le bajó la mano al toro en dos tandas de poder. No entró la espada.

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