Bilbao : una descastada corrida de Domingo Hernández, la ganadería por la que se pegan las figuras
Llegaron las figuras y con ellos el medio toro. La presencia justita y el interior vacío. Lo suficiente para que unos por delante y otros por detrás sirvieran para que no se protestase la presencia de los de Domingo Hernández.
Por fuera tenían lo justo, pero por dentro, nada. Ninguna casta, desrazados y sin las fuerzas necesarias para ofrecer batalla. Tomando prestada la frase de mi compañero de localidad: “Para torear hace falta una fiera semisalvaje que ataque y acometa en su embestida”. Así que toreo no pudo haber porque no hubo fieras.
Y este tipo de animal es el que piden las figuras actuales; el Juli mata la camada entera de este hierro y así se van vaciando las plazas sin remedio. Muletazos, postureo y hasta trofeos, pero emoción no hubo ninguna. Aquel sentimiento que arrebata al espectador y le hace sentir que ha vivido un espectáculo único... de eso, nada.
¿Cómo se puede venir una única tarde a Bilbao y hacerlo con esta corrida?
Los toreros no se dan por enterados. Ponce brindó al público el inválido cuarto. El toro ya estaba muerto para ese momento, se mantenía en pie pero era un muerto en vida que no podía atacar sino acompañar apenas los muletazos de enfermero del diestro valenciano. Lo digno habría sido abreviar ante un animal que debió ser devuelto por su falta de fuerza, pero Ponce lo brindó y prolongó su trasteo hasta escuchar un aviso. Lo bueno si breve… pues insulso, malo y largo.
En su primero había cortado una oreja bondadosa, por una elegante faena, aseada y sin apreturas.
Peor fue lo de El Juli, empeñado en aparentar que sus dos toros parecieran alimañas. No fueron lo dóciles que acostumbran a mostrarse, pero con la poquita casta que tenían no se comían a nadie. Pasaban tan pocas cosas que en el quinto hasta cambiaron de tercio con un solo puyazo. Como para no despistarse... El madrileño siempre estuvo perfilero, toreando hacia afuera y quedándose descubierto en multitud de ocasiones. Con todo, le hicieron saludar al final de su actuación.
López Simón, el joven que debía apretar a las figuras según reza el espíritu de los carteles de Bilbao de este año, tampoco dijo nada. Igual que Ponce y Juli, brindó —entre una fuerte división de opiniones— su primero a Juan Carlos I, presente por primera vez en la historia de esta plaza. El emérito monarca estuvo acompañado por su hija la infanta Elena en uno de los palcos de sombra.
El diestro de Barajas se estrelló con un soso primero, en el que estuvo desdibujado y fue tropezado en exceso. En el sexto, no pasó de ligar algunos muletazos con un desarme que echó por tierra cualquier esperanza. Y volvieron a sonar las palmas.
Aplaudir es gratis pero cuando haya que abrir de nuevo la cartera para volver a los toros más de uno se lo pensará. Estas corridas sin toros y sin emoción es la mejor forma de echar a la gente de las plazas. Y lo malo es que se repiten a diario por toda la geografía; la de Bilbao fue una más, pero en un sitio de los importantes.
Vd. tiene que estar equivocado,amigo:Vd no ha debido leer al Amoroso crítico del diario ABC,ni al digital (puesto en la crítica taurina a dedo) de El Mundo,ni por supuesto escuchado a Emilio "Temple" Muñoz.Si tal cosa hubiese tenido la precaución de hacer ,habría descubierto los méritos de Ponce tan ocultos a los no iniciados, el poderío de Juli ,cual Cantinflas 7 machos y la proyección (en Cinemascope) que tiene el novillerín de Barajas.
ResponderEliminarComo decían hace años para disimular las carencias de un país pobre:"Lea Vd más el periódico y viaje menos"
Pués eso.
Gracias por su sinceridad y honradez en tiempos de la carpanta.