viernes, 28 de octubre de 2016

Barcelona y Bogotá

El regocijo taurino por la sentencia (tardía) del Tribunal Constitucional español reprobando la prohibición en Cataluña, y por el acatamiento (tardío) de la alcaldía de Bogotá a la Corte Constitucional colombiana liberando la plaza, es justificado.
Celebramos que nos hayan dicho lo que sabíamos todos; que la constitución en uno y otro país prohíbe prohibirnos, que somos legítimos, que tenemos derecho a existir, que la razón y ley están de nuestro lado. Vale. Gracias. Lo necesitábamos, porque solo saberlo no había sido suficiente. ¿Ahora lo será?
¿Los fallos, que demoraron en España más de seis años y en Colombia casi cinco, avalan el refrán: La justicia cojea pero llega?

Ya el gobierno catalán (Puigdemont) anticipó que desobedecería, y antes el alcalde bogotano (Peñalosa) amenazó que si la sentencia le era adversa encabezaría marchas contra las corridas, y apenas verse obligado a permitirlas, tan rápido como boxeador devolviendo un jab, lanzó un proyecto de ley prohibicionista para intentar atajarlas.
En medio del barullo mediático, el matador Enrique Ponce, aprendido con sangre, a no perder la cabeza, advierte: Hay que marcar una fecha para la reapertura, si no ¿de qué nos sirve la sentencia? Cosa que los anónimos novilleros huelguistas de la Santamaría también habían dicho a su modo hace dos años: Hasta que el toro no esté en el ruedo no hemos ganado nada.
Frente a la intolerancia, la razón y el derecho no bastan. La Unión de Criadores de toros (UCTL), cultores de la paciencia genética lo asumen y en vez de tirar campanas al vuelo se prometen "seguir trabajando para que puedan celebrarse corridas en Cataluña".
Hacen bien. Aún es incierto el futuro en Barcelona y en Bogotá, porque Puigdemont y Peñalosa son la misma cosa; conversos antitaurinos, políticos, profesionales del salirse con la suya, y más cuando tienen el "As" del poder en la mano. Así las cosas, el alborozo constitucionalista y la ilusión caben, pero el triunfalismo, el pensar con el deseo, el dar el pleito por zanjado, no.
Jorge Arturo Díaz Reyes 

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