Ser figura del toreo es un don, que va mucho más allá de ser un torero admirado, ganar dinero, recoger premios y hacerse selfies en las inmediaciones de la plaza.
Ser figura del toreo es un compromiso con la profesión y con la tauromaquia, y obliga a una buena dosis de seriedad, rigor y exigencia.
Una figura es un referente social, un ejemplo en el ruedo y en la calle.
El pasado sábado, en la localidad toledana de Illescas, José María Manzanares se empeñó en que se indultara al sexto de la tarde, un toro nobilísimo, de almibarada condición, que hizo una nula pelea en varas, y no merecía en modo alguno el perdón presidencial.
Así lo entendió el usía; incluso, hizo un gesto al torero para que montara la espada. Pero Manzanares, en un acto de maleducada rebeldía, soltó los trastos, se sentó en el estribo de la barrera y se dispuso a esperar que sonaran los tres avisos. Lógicamente, indispuso al público contra el palco, que se vio obligado a mostrar el pañuelo naranja.
Esa no es una actitud de figura de toreo. Así no se respeta ni se hace respetar la tauromaquia. Presionar y ridiculizar al presidente no es propio de un torero de verdad. La fiesta de los toros necesita de gente más seria, más ecuánime, más torera… aun en plaza de tercera.
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