Al margen de estadísticas, que las habrá, cuando se mire hacia atrás en este año de 2017, cuya temporada taurina anda en sus últimos días, en el recuerdo que lo duro que ha sido para tantos y tantos hombres de luces esta última campaña.
Un año que, tristemente, llevará marcado de forma indeleble el nombre de Iván Fandiño y aquella trágica tarde de Aire Sur L´Adour.
Pero un año el que se pudo comprobar en muchas ocasiones, diríase que demasiadas, la realidad del arte del toreo: el riesgo cierto sobre el que se construye una de las disciplinas culturales más propias de España.
No hace falta acudir a una estadística detallada para percibir que la temporada de 2017 ha sido muy dura, con su epicentro en la trágica muerte de Iván Fandiño en una plaza francesa, que ha marcado de forma indeleble y para siempre a este año taurino.
¡Cuántos profesionales, de todos los escalafones, han pasado por las enfermerías en los pasados meses! Y en todo género de plazas, desde Madrid hasta las de los pueblos. Hasta quienes aun se mueven ese etapa de inicio que son los festejos sin caballos entraron en este grupo de heroico.
En alguna ocasión se ha escrito en estas páginas que aunque en la historia del toreo no se hubiera producido ni un solo percance --que ha habido muchos--, no por ello necesariamente debiera concluirse que el riesgo es superfluo; cornadas las hay, las ha habido y las habrá.
En el fondo, porque en el platillo de un ruedo se concentra, a pesar de todos los pesares, demasiada verdad. Y ocurre así porque allí se conjuntan dos elementos definitivos, como son la creación de un Arte y el riesgo cierto al que se expone quien lo crea, que es donde reside la magnitud del toreo.
Con matices colaterales que se quieran, el día que deje de ser cierto que el arte del toreo nace de ese binomio de la emoción creativa y del riesgo del artista, habremos escrito la página final de la Tauromaquia.
Precisamente por eso a cualquier aficionado le nos duele profundamente cualquiera de las tragedia que se viven en los ruedos.
Pero, a la vez, esta verdad incontestable nos reafirma que el toreo es verdaderamente un arte singular, único, que si apasiona lo hace porque cuanto ocurre a su alrededor es verdadero, no es ni una representación, ni un juego.
Ahí radica la concepción mítica y heroica de cuanto hace referencia a este Arte.
Lo vivimos, claro, la tarde dramática de Aire Sur L´Adour.
Pero lo vimos también todas y cada una de las tardes en las que los equipos médicos tuvieron que ponerse trabajar, desde aquella tarde de Pamplona, con lo cornada tremenda a Pablo Saugar “Pirri”, hasta la de hace unos pocos días de Cayetano Rivera en Zaragoza.
Pero han sido tantos en este 2017: Gonzalo Caballero, El Fandi, Juan José Padilla, Javier Jiménez, Roca Rey, Rafael Serna, Fernando Tendero, García Navarrete, Pablo Aguado, Miguel A. Pacheco, David de Miranda , Jesús Enrique Colombo, Jorge Isiegas, Antonio Ferreras…..
Detrás de todas ellos, fueran mayores o menores sus percances, encontramos la verdad del toreo.
Su verdad, esa que hizo posible el arte del toreo, es nuestra fortaleza, la que nos viene decir que hay un mañana donde de nuevo podremos admirar esos momentos inigualables que se viven en un ruedo.
El día ferial con un cartel de grandes figuras, pero también esa tarde en la que tres muchachos sin más fama que su afición por primera vez visten orgullosos de seda y oro.
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