Por SANTI ORTIZ.
Lo escuchas hablar y te viene a los oídos toda la coreografía verborreica del antiguo vendedor de corbatas.
Lo escuchas hablar y te viene a los oídos toda la coreografía verborreica del antiguo vendedor de corbatas.
Sus palabras te llenan la memoria de aquellos pregoneros del mercado que vendían con toda su parafernalia refajos para la abuela, brochas de afeitar para los caballeros y balones y muñecas para el niño y la niña, o de los charlatanes que requerían tu atención a las puertas de las atracciones de feria instándonos a ver –¡pasen y vean!– a la mujer barbuda, la cabra que fuma, la teta de goma y otras piezas de la Celtiberia de los años cincuenta y sesenta.
Y la clava, orgulloso, en el predio de la Fiesta como si fuera una verdad absoluta, como si toda renovación no contará con límites cuya transgresión la convirtiera en algo indeseable.
Por ser legítimo, nada hay reprobable en que un empresario se busque, dentro de la legalidad, las triquiñuelas necesarias para hacer más lucrativo su negocio. Aumentar las ganancias está en el ADN de la profesión y nadie que esté en ella hace ascos a tal principio. Si el señor Casas cree que con su invento del sorteo de las ganaderías va a conseguir abaratar costes o llevar más público a los tendidos de Las Ventas en la Feria de Otoño, está en su derecho. Sin embargo, pierde toda su legitimidad cuando quiere vendernos su idea como beneficiosa para el toreo. ¡Cuidado aquí con las renovaciones porque pueden ser muy perniciosas!
Todos los taurinos aceptan que el toreo es un rito, pero otra cosa es que sean consecuentes con lo que el término significa, porque, en cuanto llega la ocasión –como en este caso– se liberan del rito como de algo molesto y tratan de imponer modas a desprecio de atentar contra las raíces de la tauromaquia. No se dan cuenta de que esas raíces son imprescindibles para que el toreo haya llegado hasta el presente después de siglos de transitar la historia; de que preservarlas mantiene en el toreo una esperanza de futuro. No quieren ver que someterse a las modas es la mejor manera de perder nuestra identidad.
Y, por favor, no me tachen de inmovilista. No lo soy en absoluto.
Contra esto último atenta el bombo de Simón, y lo hace desde una posición de fuerza –la de empresario de la primera plaza del mundo– que todavía le da un cariz más aborrecible.
El bombo de Simón se va a nutrir de toreros que no torean –como el caso de Urdiales– o que no tienen fuerza y se apuntan a lo que sea –aquí Octavio Chacón o Emilio de Justo–, o que están dirigidos por la propia Empresa madrileña –sea Román o Ureña–, o que se ven obligados a rendir el vasallaje debido, como ocurre con José Cutiño, apoderado de Ginés Marín, torero al que, a la corta o a la larga, habrá de pesarle prestarse a participar en algo que es lesivo para su prestigio.
consciente de la tremenda responsabilidad que contrae al llevarlo. Por respeto a ese vestido, un torero no puede ser un mero juguete del azar. Debe defender con total dignidad los logros conseguidos en el ruedo y eso debería impedirle prestarse a componendas como la que propone Simón Casas. De lo contrario, está desprestigiando la profesión y a sí mismo.
Eso precisamente es lo que ha hecho Talavante, al que su triunfo de San Isidro no le ha valido para navegar por sí mismo una vez que rompiera con la casa Matilla. Aunque así lo quiera “vender” el señor Casas, Talavante no entra en el bombo como triunfador de la isidrada madrileña, sino como el torero necesitado de contratos después de verse postergado de muchas ferias.
A Talavante, el bombo de Simón lo deja con las vergüenzas al aire; o sea: lo presenta como una pseudofigura carente de la mínima fuerza para mantener su dignidad y orgullo frente al sistema; como un torero que ha tirado por la borda todo su patrimonio de conquistas para prestarse a ser juguete de la suerte. Accediendo a entrar en el bombo de Casas, Talavante se ha puesto en su sitio; no en el que decían que estaba, sino en el que realmente ocupa: el de uno más al que se puede echar a un lado sin que el toreo se altere.
¡Ay, si Antonio Corbacho levantara la cabeza!
Aún hay más, porque la entrada de Talavante en el sorteo de Otoño ha roto la pretendida baza de la igualdad con que se presentaba el experimento: todos iguales ante la suerte. Pues no, ya que el torero extremeño hace doblete, mientras –hasta lo que ahora se sabe– los demás van a una. Cuando vayan saliendo los nombres que faltan, será el momento de apreciar cómo queda configurada la topografía de una feria en la que a la suerte, vestida de caprichoso azar, se le ha querido brindar un protagonismo que pretende suprimir de un plumazo la jerarquía consustancial al Arte de Cúchares.
En cualquier caso, con el colaboracionismo de Talavante y Ginés Marín, al señor Casas la jugada le ha salido redonda. Mientras existan toreros con esa falta de conciencia de clase, el toreo seguirá en manos de los mercaderes.
Apostilla final:
Así todos ellos podrán medirse con reses de los mismos hierros que los más poderosos sin tener que recurrir a bombos ni sorteos denigrantes. Esto de abrir los carteles ya se hacía en otras épocas, tal vez por eso este recurso no sea tan atractivo para las ansias de innovación del productor galo.
Por Santi Ortiz
Sanlúcar de Barrameda, 22 de agosto de 2018
Se agradece plantar cara y llamar a las cosas por su nombre en defensa de la honestidad en el mundo de la tauromaquia.
ResponderEliminarEl artículo está bien escrito,el fondo es el que puede tener otro argumento, si se quiere y yo Le encuentro otro. Y es el que creo el origen del problema. El toreo está casi muerto y es el motivo de los experimentos estos, que sólo servirán para una vez. Se ha acabado con la incertidumbre del toreo, han hecho un toro, que es mejor para la feria del ganado de Zafra, que para una corrida de toros, todos bonitos, grandes, bien armado. Pero sin fondo. Todo es repetido, casi todos tienen la misma condición. No sale uno queriendo la cojer, con cosas de toro. Más parecen un gato jugando con una madeja de lana. Vuscar este toro de buena presentación pero vacío, está echando a los aficionados del tendido. Y los precios. Se ve como los empresarios se compran el cortijo antes que el torero. Y sin ponerse delante
ResponderEliminar