sábado, 16 de marzo de 2019

UN POTOSÍ

FALLAS DE VALENCIA.
Viernes, 15 de marzo de 2019. Valencia. 7ª de abono. Primaveral. Lleno. 10.400 almas. Dos horas y cuarenta minutos de función. Seis toros de Victorino del Río. Tercero y sexto, con el hierro de Toros de Cortés. El Juli, silencio en los dos. Roca Rey, oreja tras dos avisos y dos orejas tras un aviso. Jesús Chover, que tomó la alternativa, vuelta y silencio. Roca Rey, a hombros.

El acontecimiento fue Roca Rey.
 Su tirón en taquilla vale un potosí, el diamante peruano  se mantiene tan fresco como el año pasado y el otro también.
 Su presencia desafiante y algo impostada en la plaza.
 Su manera de andar en raras zancadas cortas o recortadas, su caprichosa manera de pasear y de espaciar las tandas hasta la exageración, su compostura juncal ligeramente cimbreada, una forma de expresarse hasta con las mandíbulas, una suerte de engolado desenfado del todo teatral.
Teatral hasta la exageración, mucho menos temerario que en los dos último cursos, el torero peruano sobresale por su firmeza, su gobierno de dos toros que en sus manos navegaron y por una autoridad que vuelca a la gente


Y un modo de ir al toro, o de esperarlo, librarlo o mecerlo, que ha acabado por tener acento propio. Por la verticalidad, por la soltura, por el manejo cada vez más seguro de la flámula, no tanto del capote y, desde luego por la firmeza, que fue en sus comienzos de alto riesgo y, en plena maduración, ha pasado a sostenerse sobre seguro, como si el torero peruano hubiera aprendido a torear con red después de haber pagado con sangre y cicatrices sus primer empeños de figura precoz . 
Este Roca Rey de Valencia no dio ni un solo paso en falso y pareció renunciar deliberadamente a las temeridades en que tanto abundaba.
 Ni el quite  estremecedor por saltilleras en los medios dejando al toro venir de largo tan marca de la casa. 
Ni el quite alambicado del repertorio de El Calesero.

Ni más cambiados por la espalda intercalados o no que los estrictamente imprescindibles. Fueron habas contadas: un botón de muestra tan solo en la apertura de sus dos primeras faenas, y fueron tan solo dos de una tanda de cuatro, y dos más en la otra faena, la del quinto toro, cuando ligó el estatuario suelto con el cambiado y el de pecho, que fue monumental.
 Esa tanda, la más original y heterodoxa del conjunto, vino abierta por un agitanado molinete frontal. Fue la tanda más celebrada, sin contar dos últimas en circulares enhebrados en el mismo platillo antes de cuadrar.  En
la segunda de las dos circulares Roca intercaló el último de sus cuatro cambiados. Solo cuatro. Como si fuera intención declarada variar el repertorio no para desglosarlo sino para reducirlo al llamado toreo  fundamental, el redondo, el natural y el de pecho, que es de esas tres suertes la que mejor domina y en la que mejor se explaya.



Los estatuarios, de ajuste espectacular, los pases de las flores en el preámbulo de tanda, el toreo embraguetado, de perfil y a pies junto o a compás apenas abierto.

 La imagen ya prescrita del cóndor, que torea a cuello estirado. Un cambio de coreografía en esta versión de 2019 ha apostado por las pausas interminables.

 La idea, discutible, se pagó con dos avisos en el tercer toro de corrida y uno más en el quinto, por alargues y prorrogas al limite del absurdo.

 A los dos los tumbó de estocadas hasta el puño y atacando en corto y por derecho. Pero la  primera, trasera, vino precedida de un pinchazo y castigada por la mala

puntería del puntillero. La otra fue incontestable.
Por lo demás, cuando hubo que arriesgar, arriesgó en plan  Roca y se erigió en Rey
Cuando tocó perder pasitos y torear a suerte descargada con más o menos destreza, eso mismo. Pero el muletazo embraguetado aguanta casi todo lo que le echen o lo que le falte.
 El sentido del temple, acoplarse a la velocidad del toro y traerlo por abajo, sigue en camino de perfección. Ni un tirón a pesar de ser largas las dos faenas. Y, como estaba previsto, el subrayado apoteósico del público pagano y rendido sin condiciones desde el primer quite de chicuelinas -no antes- a tercio cambiado y cosidas con tafalleras bien templadas, la larga de salida y el desplante. Ninguna novedad en ese punto.
 La segunda de las dos vueltas al ruedo fue una especie de locura. Los dos toros de lote, con el hierro de Victoriano del Río, salieron codiciosos y nobles.
 El ritmo sincopado de Roca Rey -las pausas huecas- pareció condimento adecuado. Los dos toros acabaron repitiendo con ganas, el hocico por el suelo y el viaje entregado gracias a los golpes de riñón.
     Para el quinto, que se fue sin orejas al desolladero, hubo en el arrastre ovación cerrada.
 Y no tan cerrada para el primero de la tarde, con el que tomó la alternativa Jesús Chover, valenciano de Benimaclet, que ha resucitado en banderillas la fórmula de El Soro -los pares de la moviola y el molinillo- pero todavía no los domina. Animoso, no a porta gayola sino más cerca del platillo que de las rayas, esperó la salida del toro primero, que tan buen juego dio, y la del sexto, que tuvo bastante más electricidad que cualquiera de los otros y le vino a Chover grande. En la faena de la alternativa, librada entera en los medios, no hubo ni un intento de torear con la zurda.

     El toro de la devolución de tratos se vino abajo enseguida y El Juli pareció desencantado y hasta fuera de combate. No hubo enmienda en el segundo turno con un cuarto de corrida rebrincado o parado, que soltó un par de tarascadas imprevistas, y entonces El Juli, breve y seguro con la espada, cortó por lo sano. No era su tarde.


 (COLPISA, Barquerito)

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