Una faena para la historia
Y sonó la hora de Pablo Aguado, una sinfonía, un diálogo eterno con Pepín Martín Vázquez.
Un belleza histórica.
La faena de su vida, de la feria y de muchas
ferias.
Olía a torero, olía a Sevilla.
Madrugaron las medias verónicas
el garbo presentido, ensayaban las muñecas vuelos y giros.
Aguado fue luz y entendimiento,
la precisión exacta en la altura: el jandilla embestía en la panza de
la muleta y no en los flecos.
Y así lo acompañaba, lo acompasaba, con
pecho y cintura.
Los cambios de mano por delante, por detrás a mano
cambiada, los pases de pecho pasándose el toro entero... Cafetero traía
el aroma del oro molido, un temple sereno. Para moldearlo y amoldarse.
Como hacía Pablo desgarrando la plaza... Saltaban trincherillas como
reflejos del Guadalquivir. Y ese son perpetuo y antiguo de la armonía
que envolvía todo. La conversación con Pepín fue medida, inolvidable,
inmaculada. Inmarchitable será. No debía, no podía, tener otro final que
la estocada colosal. Y así fue.
La presidencia asomó los dos pañuelos a
la vez. Y la gente se abrazaba, y se frotaban los ojos, y las caras,
para saber si era verdad lo visto.
Los que querían un rabo el otro día
perdieron la ocasión de pedirlo.... Tembló el templo del toreo. Y qué
manera de temblar.
Desde Triana a la Alameda. Desde Camas a La
Puebla....
Y salió el sexto. Que se llamaba Oceánico.
Y Pablo le cortó las orejas.
Otras dos. Una de propina. Qué más daba. Así no se puede torear. Porque
duele. Desde el capote a la muleta, el fulgor, el primor.
A dos manos
bellamente. Oceánico se movía sin excelencias. La excelencia era de
Pablo.
Que fue bamboleado por la Puerta del Príncipe a paso de
procesión. Gritos de "¡Torero, torero, torero!".
Y al fondo miraba
Belmonte.
Por favor, que pasò con los caballos, las varas? Cuantas embestidas ? La corrida no se puede resumir a una faena, la fiesta brava no es esto.
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