Por SANTI ORTIZ.
Ha llegado hasta aquí subiendo, sangre a
sangre, los caminos duros del toreo. Sus muslos son mapas de puntos de sutura
que narran la historia de una supervivencia sólo al alcance de la ciencia del
hombre; una historia que esconde otra más grande, más hermosa, más alucinante:
la epopeya de una voluntad forjada en el dolor y el peligro que trata de
encontrar la verdad que la habita ante
el tremendo y doble resuello de los toros.
Es
muy serio el mar del toreo después de la cornada. Hace falta un alma marinera
para arrostrar de nuevo las olas de la casta, el viento furioso y repetido que
encadenan derrotes y embestidas, la luz oscura a la que hay que mirar
firmemente a los ojos si se quiere alcanzar a ver lo misterioso; esa luz
invisible que nos remite a una verdad más fuerte que la vida e impulsa a
ciertos hombres, amasados de espuma y pedernal, a cubrirse de nuevo con ropajes
de oro las frescas cicatrices que los marcan para poder salir a faenar bajo la
ventolera de la incertidumbre.
A
un mes y diecisiete días de que Román sintiera en Madrid cómo caía en el pozo
insondable de la muerte, cómo la vida se le escapaba entre los rojos borbotones
de sus carnes partidas, lo vimos nuevamente al contraluz de un patio de
cuadrillas. Atrás quedaban, escondidos en un recóndito rincón de su conciencia,
sus angustias y lágrimas, la insoslayable crueldad de las curas, la extenuante
lucha contra la postración, el batallar a tiempo completo contra miedos y dudas
con la finalidad de alcanzar otra vez el punto de partida. Era la hora de
ahuyentar fantasmas.
Y
lo hizo a pecho descubierto, enfundándose el mismo vestido purísima y oro del
día de la cogida, brindando el toro de su reaparición al ministro José Luis
Ábalos, como ya lo hiciera en San Isidro días antes de caer tan gravemente
herido: guiños inequívocos de que deseaba reanudar el camino en las mismas
coordenadas donde se vio obligado a interrumpirlo, exorcizando, de paso, cualquier
superstición.
En
principio, contaba con el cariño del público, bruñido en la placa que le
entregó el “Tendido Joven” y expresado en la ovación de aliento que lo hizo
saludar. El cielo, sin embargo, despeñó un viento capaz de despeinar en Román
cabellos y convicciones. Necesitaba un toro en quien apoyar sus ilusiones y el
toro no llegó. Así y todo, se fue haciendo de piedra ante las probaturas, los
amagos e incierta condición de su primero, plantando la inmovilidad más
solitaria para hacer orbitar las embestidas en torno a su certeza. Después
llegaría la hora de montar la espada y ahí la memoria jugó a ser traicionera y
los sueños encontraron su abismo.
La
suerte le fue esquiva, sí. Tal vez para castigar a sus apoderados, que no han
sabido interpretar el oráculo del toreo desde que no le impidieron coger la
sustitución que Román pagaría con la cara moneda de su sangre; desde que no
impusieron la cordura que no cabe pedirles a los enamorados. Ahora tampoco
acertaron al hacerlo reaparecer contra tres toros. Como si la fatiga no
erosionase la copa de los sueños, como si el cansancio no transformase la
claridad en bruma, como si el desfondamiento no trocara la ilusión en hastío.
Ese tercer toro –peor incluso que sus hermanos– le sobró a Román. Y la campana
que empezó con alegre repique acabó doblando a aflicción y tristeza.
Y entonces, de par en par el alma, yo le aplaudiré.
Eres un monstruo.Hermoso escrito
ResponderEliminarAmigo Santi:un placer leerte y enhorabuena por como escribes, por como sabes ver el toreo y como entiendes, cuando, donde y cuando hay que poner a un torero y como hacerlo reaparecer
ResponderEliminarQue maravillosa descripcion del retorno de un torero.Nadie como tu para hacerlo,el mundo del toro debe estar orgulloso de que gente como tu escriban cosas.enhorabuena.un fuerte abrazo
ResponderEliminarAMIGO SANTI: sentidas y acertadas líneas sobre la personalidad y el toreo de este artista valiente de verdad...y tan maltratrado por la fortuna como es Román. Un abrazo y que nos veamos en Huelva...o en Trigueros.
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