A veces, el toro de la vida se nos viene
cruzado. Acude buscando femorales, llevando un desengaño en cada cuerno y un ansia
de matarnos la ilusión. Trae las ideas aviesas de un burel pregonao, nos tapa la salida y busca los resquicios por donde el
miedo aflora, tratando de minar la confianza, de dejarnos perdidos en una vaga
sombra de brumas insondables donde la oscuridad nos borra las estrellas de un
posible remedio. No tiene dos pitacos ni pecho poderoso ni un hirsuto morrillo
que acongoje a la vista, pero su invisible trapío, más que insignificante,
viene cargado a tope de muerte subrepticia. Eso lo hace temible.
Ya
ha conseguido helar el corazón del hombre, dejarlo empantanado en sus minutos
grises, en sus días detenidos, disolviendo en el viento lo que fueran
contactos, caricias amorosas, calles en movimiento. Desconsoladamente, la vida
se ha hecho cárcel y hay más espinas que flores en las rosas y a la luz de su
espejo desolado se nos mostró de pronto, en toda su crudeza, la pequeñez del
hombre.
Hace falta firmeza para vencer cansancios, para no quedarnos en raíces
sin fuerza de ascender y alcanzar las alturas. Hace falta alegría para
desempantanar este capítulo negro de amargura y aprender de antiguas seguiriyas la forma de ahuyentar las
penas con el viento. Dejémonos recorrer por este escalofrío de muerte y
pesadumbre, con la convicción cierta de que este toro avieso también tiene su
lidia, aunque tengamos que abordarla en una soledad desgarradora, esa misma que
siente el torero en las arenas por más que le rodee tanto gentío.
Hay que vencer la duda y el dolor. Hay que saber encontrar nuestro sol
en el cielo. Hay que vestir la mente de alamares y salir al ruedo de la vida
dispuesto a darse entero. Hay que hacerse compañero del miedo y arrinconarlo
para que no enturbie la luz de las ideas. No importa que las plazas, vacías,
tristes, calladas, como un vino que nadie se ha bebido, permanezcan cerradas.
No importa que las ganaderías se conviertan en islas y los toros de saca,
ignorantes de todo, resuellen su cansancio de espera por un embarque que ha
quedado sin fecha. No importa los frustrados carteles de las primeras ferias o
que el tiempo se detenga en esta amarga hora. No importa: todo esto pasará. Y
cuando pase, se llenarán las tardes de clarines y las calles de niños, y en los
huertos florecerá la vida y la estación que sea será una primavera, y en el
menguante sol del redondel, la voz desafiante del torero pondrá su gallardía de
reclamo para que el toro, el bravo, el de verdad, se arranque a cuatro patas
buscando defender cara su vida.
Mientras tanto ese momento llega; mientras florezcan de nuevo las
tertulias y los comercios vendan sus mercancías y los alumnos vuelvan a las
escuelas y en las taurinas se torne a impartir clases y en las esquinas saluden
los carteles y las sonrisas se enamoren de España y haya miel en la dulce estrofa
de la vida; mientras todo este humilde sueño se vuelve realidad, sería menester
tornar nuestra mirada a la vida del toro: la vida del toreo; porque de sus
duras enseñanzas acopiaremos fuerzas para mantener el pulso que lleve a la
victoria.Lo primero: mirar cara a cara a la vida sin tapujos, con los ojos serenos. Hagamos lema de aquel verso tremendo que Lorca incluyera en la elegía de Ignacio, el bien nacido: No quiero que le tapen la cara con pañuelos/ para que se acostumbre con la muerte que lleva. Así, sin paños calientes, hay que afrontar esta maldita realidad. Mirándola de frente, viendo venir su derrote letal para hurtarle el cuerpo y burlarlo en todo lo posible. Eso requiere de pericia y valor para que no se aloque la cabeza y seamos víctimas de nuestro propio miedo. Hemos de prepararnos para afrontar el toro de la vida como hacen los muchachos y chicas que quieren ser toreros: con disciplina y poniendo los cinco sentidos y el alma en la tarea. Los negros vientos del esfuerzo diario traerán días azules llenos de sol y cielos. Que no nos quepa duda. El dolor y la pena son fuentes de enseñanza, hagamos con ellas nuestra firme coraza para tirar sin puntilla, de volapié certero, a este negro y tremendo toro de la vida que, por catástrofe, nos ha caído en desgracia.
Magnífico Santi. Enhorabuena
ResponderEliminarGenial. Gracias.
ResponderEliminarSublime, Santi, como toda tu obra....
ResponderEliminarGenial, impactante, sublime alegoría torera con la terrible realidad del reto que tenemos todos para combatir el temible y destructor virus.
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