A veces, el toro de la vida se nos viene
cruzado. Acude buscando femorales, llevando un desengaño en cada cuerno y un ansia
de matarnos la ilusión. Trae las ideas aviesas de un burel pregonao, nos tapa la salida y busca los resquicios por donde el
miedo aflora, tratando de minar la confianza, de dejarnos perdidos en una vaga
sombra de brumas insondables donde la oscuridad nos borra las estrellas de un
posible remedio. No tiene dos pitacos ni pecho poderoso ni un hirsuto morrillo
que acongoje a la vista, pero su invisible trapío, más que insignificante,
viene cargado a tope de muerte subrepticia. Eso lo hace temible.
Ya
ha conseguido helar el corazón del hombre, dejarlo empantanado en sus minutos
grises, en sus días detenidos, disolviendo en el viento lo que fueran
contactos, caricias amorosas, calles en movimiento. Desconsoladamente, la vida
se ha hecho cárcel y hay más espinas que flores en las rosas y a la luz de su
espejo desolado se nos mostró de pronto, en toda su crudeza, la pequeñez del
hombre.
Hace falta firmeza para vencer cansancios, para no quedarnos en raíces
sin fuerza de ascender y alcanzar las alturas. Hace falta alegría para
desempantanar este capítulo negro de amargura y aprender de antiguas seguiriyas la forma de ahuyentar las
penas con el viento. Dejémonos recorrer por este escalofrío de muerte y
pesadumbre, con la convicción cierta de que este toro avieso también tiene su
lidia, aunque tengamos que abordarla en una soledad desgarradora, esa misma que
siente el torero en las arenas por más que le rodee tanto gentío.
Lo primero: mirar cara a cara a la vida sin tapujos, con los ojos
serenos. Hagamos lema de aquel verso tremendo que Lorca incluyera en la elegía
de Ignacio, el bien nacido: No quiero que
le tapen la cara con pañuelos/ para que se acostumbre con la muerte que lleva.
Así, sin paños calientes, hay que afrontar esta maldita realidad. Mirándola de
frente, viendo venir su derrote letal para hurtarle el cuerpo y burlarlo en
todo lo posible. Eso requiere de pericia y valor para que
no se aloque la cabeza y seamos víctimas de nuestro propio miedo. Hemos de
prepararnos para afrontar el toro de la vida como hacen los muchachos y chicas
que quieren ser toreros: con disciplina y poniendo los cinco sentidos y el alma
en la tarea. Los negros vientos del esfuerzo diario traerán días azules llenos
de sol y cielos. Que no nos quepa duda. El dolor y la pena son fuentes de
enseñanza, hagamos con ellas nuestra firme coraza para tirar sin puntilla, de
volapié certero, a este negro y tremendo toro de la vida que, por catástrofe,
nos ha caído en desgracia.

Magnífico Santi. Enhorabuena
ResponderEliminarGenial. Gracias.
ResponderEliminarSublime, Santi, como toda tu obra....
ResponderEliminarGenial, impactante, sublime alegoría torera con la terrible realidad del reto que tenemos todos para combatir el temible y destructor virus.
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