sábado, 11 de julio de 2020

FLEMING, ASESINO


Por Santi Ortiz

     Toda una vida dedicada a la investigación. La bacteriología fue su campo y, después de su dolorosa experiencia en la Primera Guerra Mundial, donde hubo de ver horrorizado cómo la gangrena gaseosa y otras infecciones se llevaban por delante miles de vidas, su implicación en el estudio de remedios que pudieran paliar las infecciones fue absoluto y total. Con la fortuna de los que la suerte sorprende trabajando, Alexander Fleming –el Doctor Fleming, como se le conocía por aquí– capitalizó dos descubrimientos que revolucionarían los métodos terapéuticos de las enfermedades infecciosas: el de una proteína llamada lisozima y el que le daría renombre y fama mundial: 
 la penicilina. 



     Descubierta en 1928, no sería hasta la Segunda Guerra Mundial cuando pondría de manifiesto todo su extraordinario poder antibacteriano, inaugurando la que se ha dado en llamar “época de los antibióticos”. Nada tuvo de extraño, pues, que en 1942 le nombraran miembro de la Royal Society, que dos años después, el rey Jorge VI le nombrara Sir y que, en 1945, compartiera el Premio Nobel de Medicina y Fisiología, con los químicos Florey y Chain.

     Gracias a su descubrimiento, Fleming pudo presumir de ser el salvador indirecto de millones y millones de vidas y, por tal, considerado como uno de los mayores benefactores de la humanidad, al punto de ser considerado por la revista Time, en 1999, como una de las cien personas más importantes del siglo XX.

     Siempre temerosos del toro de la gangrena, que tanto engordó el martirologio de la Fiesta, los toreros vieron en el doctor Fleming una especie de ángel salvador y tuvieron a bien rendirle un agradecido homenaje dedicándole un monumento, obra del escultor Laiz Campos, que fue descubierto el 14 de mayo de 1964, en los aledaños de la plaza de toros de Las Ventas, donde fue levantado. En él, asentado por un alto pedestal de granito, se yergue el busto del genial científico, frente al cual una figura de torero, con su capote de paseo terciado al brazo, alza su montera en brindis en honor del investigador.

     Este monumento, encarnación del agradecimiento torero al que con su descubrimiento salvó tantas vidas, es el que amaneció este primero de julio pintarrajeado con la palabra “ASESINO”.
 Hay que ser cafre, inculto, fanático, ignaro, necio, alcornoque, gamberro, patán, incivil y cerrero, para tachar así a este benemérito, con el cual la Humanidad siempre estará en deuda. ¿Cómo se le puede llamar asesino a quien dedicó su existencia a hurtarle vidas a la muerte? ¿Por qué? ¿Porque su descubrimiento salvó y salva a toreros? Pero, ¿se puede ser tan subnormal, tan subhumano, para odiar hasta ese punto no ya a los hombres de luces, sino también a aquellos que los favorezcan salvándolos de la enfermedad y de la muerte? ¿Adónde hemos llegado? ¿Qué tienen en la cabeza estos descerebrados? ¡Qué ignorancia tan grande! ¡Qué incultura! ¿Cuándo dejaron de utilizar el cerebro para que se les haya atrofiado de esa manera? 
Para muestra un botón, vean lo que comenta de la noticia otro de los rocines de Twitter: “Ni idea de quién es, pero si los toreros le han dedicado una estatua debe ser un facha de cojones. Pásame el espray que se va a enterar.” He aquí, el corrosivo consorcio de la ignorancia y los prejuicios. Ignorancia supina, por un lado, del analfabeto –titulado o no– al que ni le suena el nombre del bacteriólogo escocés, y prejuicios que le hacen asimilar a los toreros –los taurinos– con los fachas, como si el toreo se pudiera confinar en la cuadrícula de alguna ideología política particular.

     Estos vándalos, que van por la vida de intolerantes con ínfulas de izquierdistas, sin saber siquiera lo que es la izquierda, a la que desprestigian con sus acciones y consignas, son un peligro en potencia, no tanto para la fiesta de los toros –me parecen simplemente gárrulos chillones y fantasmas–, sino para la propia convivencia social. Con su atolondrado maniqueísmo, contribuyen a la polarización de la Sociedad. Y eso sí es peligroso, pues basta repasar la Historia para comprobar que la crispación de las dos Españas  ha sido la antesala de tragedias horribles, que no deberíamos revivir jamás.

     No obstante, el ultraje a Fleming es algo que todo debemos conocer para apreciar con la clase de acémilas que estamos tratando. 
Alexander Fleming y la penicilinaEstos buscarruinas son cada día más numerosos y hay que tenerlo en cuenta. La mayoría no han dado un palo al agua en su vida, pero se creen con todos los derechos sin que los deberes aparezcan en su hoja de ruta. Se permiten llamar asesino a quien no ejerció sino el bien y a quien si se le pudiera tachar así sería por una sola cosa: ser un auténtico asesino de bacterias.
 Gracias a eso vivimos.
 
     No he querido cambiar ni una coma. Este es el artículo que escribí antes de que me informaran que todo era un bulo, que la pintada la habían realizado en 2015 y que no decía “asesino”, sino “asesinos”. Es verdad que la cosa varía, ya que el plural está dirigido a insultar a los toreros (o a los toreros y a Fleming, que también podría ser), cosa que parece acallar la conciencia de muchos, pero no la mía, pues los toreros no asesinan a nadie, al menos en el ejercicio de su profesión. Según el diccionario, “asesino” se aplica al que asesina. Y asesinar es matar a una persona con premeditación o alevosía o por dinero, siendo siempre constitutivo de delito. Ni los toros son personas ni la fiesta brava está fuera de la legalidad, con lo cual, llamar asesino a un torero es tan absurdo como llamárselo al carnicero que mata el pollo que después nos vamos a comer.
     De todas formas, pienso que no desdice nada de lo anteriormente afirmado el hecho de que sea o no Fleming el principal objetivo de los profanadores de monumentos. Ahí está el comentario del tuitero (que ese sí es actual) para darme la razón. Sigo manteniendo, y son muchos los ejemplos que a diario nos surten las redes sociales, de que tenemos que vérnoslas con fanáticos, ignorantes, con más odio que entendederas y dispuestos a todo con tal de acabar con el toreo, como desean hacer con todo aquello que no les gusta. Según su criterio, el mundo está mal hecho, la Historia es una mierda y aquí están ellos para salvarnos de nosotros mismos.
 Que los dioses nos cojan confesados.

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