sábado, 13 de marzo de 2021

¡¡VAYA REGALO!!


POR SANTI ORTIZ.

Un conocido dicho taurino afirma “Del toro bravo me libre Dios, que del manso me libro yo”. Tal vez, para quien no sea muy avezado en materia taurina, pueda estimar el enunciado paradójico. A bote pronto, parece preferible vérselas con una res brava que con una mansa. Sin embargo, cuando el toro es bravo de verdad; cuando se arranca a cuatro patas, como una furia desatada, a cualquier cosa que le incite; cuando todo en su pelea transmite poder, fuerza y salvaje energía; cuando le mete al torero los ojos en el alma buscándole cualquier debilidad y en esa comunicación muda que se establece entre animal y hombre, éste percibe que el toro está dispuesto a partirle en dos a la mínima oportunidad, ha de tener una presencia de ánimo plena de bizarría para no dejarse meter el miedo en el cuerpo y aguantar el tirón sin que el burel se le monte encima y lo lleve a un inevitable naufragio

En el mejor de los casos, la bravura siempre es fuente de problemas que el torero debe solventar so pena de verse arrojado al más inmisericorde fracaso. Y es que, como decía el Guerra: “De vé en cuando sale un toro enfadao y pué jasta con el obispo.” De toros así os traigo un quinteto que instalaron sus nombres en la historia por hacerles “pasar el quinario” a los matadores que tuvieron la desgracia de enfrentarse a ellos, pese a gozar de merecida fama como toreros solventes, poderosos y dominadores. Helos aquí:




1º) “Catalán
, de Miura. Lidiado en Madrid, el 5 de octubre de 1902, por Ricardo Torres, Bombita.                             Se corrió en quinto lugar, en la decimosexta corrida de abono. Componían el cartel, seis toros de Miura, para Quinito, Bombita y Vicente Pastor. Era ésta la penúltima corrida de toros –le quedaba aún una en Zaragoza– de las once que lidió aquel año el ganadero sevillano y la tercera de las seis –tres corridas y tres novilladas– que lució su divisa verdinegra en la capital del Reino. “Catalán”, negro bragado y meano, bien puesto de pitones, alto de agujas, largo y bien criado, fue bravo, duro y de poder. Tomó nueve varas, mató seis caballos y mandó a la enfermería a dos piqueros: a Arriero, con un puntazo corrido en el muslo izquierdo, y a Gacha, con un brazo lastimado. “Catalán” era un toro de casta, que se arrancaba de largo y pedía guerra constantemente. Al llegar a banderillas, el público instó a los matadores que pareasen, pero sólo Ricardo aceptó y mejor que no lo hubiera hecho porque el par que puso, amén de deslucido, dejó un palitroque en el brazuelo. Cada vez más crecido e imponente, “Catalán” pasó al último tercio como un bravo entre los bravos, comiéndose la muleta y queriendo comerse al torero, que, aunque comenzó el trasteo solo y de cerca, en ningún momento dio descanso a los pies atosigado por la codicia y agresividad del astado. Lo mató como pudo y el público se decantó totalmente a favor del toro, por el que ya había tomado partido, y pidió y obtuvo para él la vuelta en el arrastre, mientras que a Bombita lo enterraba bajo una monumental manta de pitos.


La disecada cabeza de “Catalán”, que hoy sigue presidiendo el salón del cortijo de “Zahariche”, fue un obsequio hecho al ganadero por el empresario de la plaza de Madrid, con una dedicatoria en la que se calificaba al toro como “el más bravo y noble que ha visto lidiar su amigo Pedro Niembro”. Instalada también en la memoria y subconsciente de Bombita, las imágenes de “Catalán” acompañarían los malos sueños del torero de Tomares hasta el fin de sus días.

2º) “Platero”, de Moreno Santamaría. Lidiado en Valencia el 29 de junio de 1915, por Joselito el Gallo
 
Salió en quinto lugar, en la corrida a beneficio del Sanatorio de Leprosos de Fontille. Cartel: 6 toros de Moreno Santamaría, para Rafael el Gallo, Joselito y Curro Posada; terna que quedaría en mano a mano, tras fijarse el aviso de que Rafael, enfermo, no podía torear. “Platero”, negro, bien provisto de “leña” y escurrido de carnes, encarnó la antítesis del toro bravo; es decir: fue de esos mansos con sentido que, aunque no lo refleje el dicho, también desean los toreros que “los libre Dios”. “Platero” tuvo una lidia difícil, muy a modo para que sentara cátedra con él un torero sabio y dominador como Joselito, pero esta vez no pudo ser. El toro se arrancó a los caballos sin nobleza y salió de naja al sentir el hierro de Camero –que lo pudo sujetar algo en un buen puyazo– y Carriles, y propinó una espeluznante voltereta al sobresaliente Petreño, con una saña que hizo estremecer a los espectadores. Al primer pase de muleta de Joselito, el toro se le fue y ya empezó la abusiva intervención del peonaje. Toreando más con las piernas que con la muleta, José buscó el aliño, pero ni sus muchas habilidades ni su gran talento bastaron para sujetar al burel y la faena se fue haciendo cada vez más desconfiada, más descompuesta, más censurable. El reloj seguía corriendo entre achuchones, dudas y huidas. Y llegó “la hora del crimen”, como señalaba el cronista del diario valenciano El Mercantil, que seguía diciendo: “un pinchazo, yéndose a Lima el matador; otro regresando de esta capital a Varsovia; otro viniendo de aquí para Ceylán (¡canela!); otro tomando el rápido de Hendaya… Y sonó un aviso. Con la bronca tan terrible despertó de su letargo el presidente, haciendo la señal tres minutos más tarde de lo reglamentario.”

A partir de ahí todo fue una debacle. Joselito soltando sartenazos a diestro y siniestro; Almendro, con un estoque escondido en el capote, pegando puñaladas; el puntillero tirando cachetazos tras el amparo de la barrera; el toro, asustado, que salta al callejón y al intentar salir recibe una cuchillada que lo hace retroceder. Segundo aviso. Más nervios todavía, hasta que “Platero” cae sin que todavía se tenga claro a quién achacar la autoría de su muerte. La indignación del público corre pareja a lo bochornoso del espectáculo. Joselito ha sufrido su tarde más triste, pese a haber cortado el rabo de su primero. Don Modesto sale en su defensa con su habitual ingenio: “En el desolladero se descubrió, con gran asombro de los matarifes, que “Platero” llevaba otro Joselito en la barriga. Siendo así, se comprende lo ocurrido.” No conformó esto al menor de los Gallos, que, en su creencia de que el toro estaba toreado, pidió a don Eduardo Miura que le echara las vaquillas más resabiadas que tuviera para estudiar qué soluciones admitía el problema del chaqueteo. Verdaderamente, nunca existió un torero con la afición de José Gómez Ortega.

3º) “Barrenero”, del marqués de Albaserrada. Lidiado en Madrid por Gaona  En Madrid el 29 de mayo de 1919, jueves de la Ascensión, en la séptima corrida del primer abono. Cartel: 6 toros del marqués de Albaserrada, para Cocherito de Bilbao, que sustituía al enfermo Varelito, Rodolfo Gaona y Saleri. Corrida de debut y despedida, aunque para distintos protagonistas. Se presentaba en Madrid la vacada del marqués de Albaserrada, procedente de las reses saltilleras que su hermano, conde de Santa Coloma, le había vendido siete años antes, y se despedía sin anunciarlo Gaona, que, a tenor del fracaso cosechado, pisaría por última vez, en tan aciaga tarde, el ruedo de la plaza capitalina. Triunfo total del ganadero don Hipólito Queralt, que trajo a Madrid toda una señora corrida de toros, de encomiable bravura y mucho que torear, en la que destacó sobre todos sus hermanos el corrido en quinto lugar, “Barrenero”, número 11, 

negro bragado, con arrobas y una impresionante seriedad por delante, calificado justamente como “toro de bandera”.

“Barrenero” se hizo el amo del ruedo desde que de salida, en el primer puyazo, levantó como una pluma al caballo y al picador Higuera arrojándolos con violencia dentro del callejón para, a renglón seguido, destrozar la barrera de un derrote. En cada uno de los siete puyazos que tomó, exhibió su sangre y su poder e hizo que mordieran el polvo los piqueros Cartagena, Higuera y Peseta, pues derribó en los siete encuentros, dejando tres caballos para las mulas. Poco castigado en varas, “Barrenero” llegó con toda su dinamita al último tercio donde le esperaba un apocado Gaona, que ya había gastado el valor que le quedaba con los tres toros que anteriormente había tenido que lidiar por cogida de Cocherito en el que abrió plaza. Cuando años después le preguntaron a Rodolfo por “Barrenero”, contestó: “era como un océano, ¡una ola tras otra y cada vez más fuerte!” Ese día, sin un pase y cuatro mantazos, el mexicano le largó un sablazo por el costillar que provocó un diluvio de almohadillas con amago de pedrisco de botellas que, prudentemente, obligó a Gaona a guarecerse en la boca de riego lejos del alcance de los proyectiles y de los barrenos de “Barrenero” y allí esperó los tres avisos. Bravo hasta el final, el toro se negó a seguir a los cabestros y se le pasó al callejón a ver si así ingresaba en los corrales; pero no hubo forma y allí debió ser apuntillado. El arrastre de “Barrenero” se hizo con toda solemnidad, con las mulillas al paso en dos clamorosas vueltas al ruedo, mientras Gaona simulaba entrar en la enfermería para de allí escapar en auto vestido de torero hasta la estación de Delicias en la que tomó el tren para Cáceres donde estaba anunciado el día siguiente.

4º) “Amargoso”, del marqués de Albayda. Lidiado en Madrid por Marcial Lalanda. El jueves 27 de junio de 1929 en la corrida del Montepío de Toreros. Cartel: 4 toros de Santiago Sánchez Rico y otros 4 del marqués de Albayda –al final, se lidiarían 3 del primero, 4 de Albayda y 1 de Bernaldo de Quirós–, para Antonio Márquez, Marcial Lalanda, Nicanor Villalta y Niño de la Palma. El debut del hierro de Albayda en Madrid no fue bueno, pues llevó una corrida muy desigual en presentación y juego en la que destacó por bravísimo y pujante “Amargoso”, un toro negro bragado, corrido en segundo lugar, que fue protestado de salida por su escaso trapío, tapado tan sólo por su cara. Sin embargo, bien pronto las protestas fueron ahogadas por su caudalosa bravura, que lo llevaba a arrancarse noble y ciegamente de largo allá adonde su instinto husmaba pelea. La que hizo en varas fue memorable. No le daba tiempo al picador a poner su lanza en ristre ni incluso afianzarse sobre la silla, cuando ya lo tenía encima con todo su poder desencadenado. Con qué alegría se arrancaba “Amargoso”, con qué codicia recargaba, con qué genio buscaba el capote de los de a pie. El toro fue capaz de llenar de bravura la plaza entera. Marcial –su matador– protagonizó un lucido primer tercio y estuvo aceptable con las banderillas, con todo el público a favor, gracias a su éxito del domingo anterior cuando le cortó las dos orejas a un dócil ibarreño de don Félix Suárez. Pero llegó la hora de la muleta y ahí Lalanda naufragó lastimosamente. Al parecer se equivocó al empezar la faena, pues en vez de doblarse con él con media docena de ayudados por bajo para quitarle el nervio y “achicarlo” –algo imprescindible con este tipo de toros–, para después hacerle faena, inició el trasteo con un ayudado por alto para echarse seguidamente la muleta a la izquierda. Con su poder intacto, el toro le come el terreno en el segundo natural y le pega un pitonazo en el vientre. A partir de ahí, “Amargoso” se crece y se agiganta, y Marcial se arruga y desconfía. Tal es el genio y temperamento del toro que el torero, desconcertado, se ve achuchado, acosado, como una marioneta a merced del bovino. Muchos años después, Marcial confesará: “Embestía desde muy largo, como un bólido. Frenaba cuando llegaba a mí. Seguía mis movimientos y corneaba con tal fiereza que fue reduciendo mi coraje hasta vencer mi ánimo]…[Para reducirlo, yo sabía muy bien lo que había que hacer. Simplemente, no me atreví a hacerlo.”

Después de quitárselo de encima de dos pinchazos a toda velocidad y una estocada corta, Lalanda se retiró a la barrera para ver cómo se dividían las opiniones: una atronadora ovación para el toro y un alud de pitos para él. Pese a que en el sexto cortaría una oreja, el recuerdo de “Amargoso” sería una espina clavada perennemente en su orgullo.

y 5º) “Tapabocas”, de doña Carmen de Federico. Corrido en Madrid el lunes, 30 de abril de 1934, en la cuarta corrida de abono. Se lidiaron 7 toros de doña Carmen de Federico y 1 –sexto– de Pedrajas, para Nicanor Villalta, Vicente Barrera, Domingo Ortega y Maravilla. Barrera y Ortega tuvieron que matar tres toros cada uno por la gravísima cogida de Villalta, quien, a su vez, sustituía a Alfredo Corrochano, corneado muy grave en el mismo ruedo 36 fechas antes. “Tapabocas”, número 3, era grande, negro, fino, enmorrillado, hondo, acapachado de pitones y dio un peso en canal de 336 kilos. El tipo clásico del toro de Murube. Como toda la corrida, exhibe mucha fuerza y mucho poder. Jugado en séptimo lugar, de salida, arremete con celo al capote de Ortega, pero haciendo peligrosos extraños por el pitón izquierdo, que descomponen algo al espada, éste se limita a ponerlo en el caballo en el primer tercio. En el mismo terreno de la plaza, el burel toma de Artillero seis varas a ley con bravura y codicia, corneando el peto con sañuda furia y derribando en dos. Magritas parea con lucimiento. Clarines y timbales abren la puerta al tercio de muerte. Ortega –tabaco y oro– manda taparse a su gente. El toro está pidiendo a gritos que se le pueda y someta para luego buscar la faena lucida; sin embargo, y a desprecio de su bien probada inteligencia, el de Borox inicia su labor por alto, cuando debería haberse doblado por bajo con el toro hasta destroncarlo y quitarle los humos. No lo hizo y el astado le vino grande. Con ese temperamento y ese poderío, sin el temple, nobleza y suavidad del toro bueno de verdad, “Tapabocas” fue más fiero que bravo y Ortega se acoquinó y no lo quiso ver; además, ante las primeras protestas del público, que estaba de uñas con él después de haberle pitado en el quinto, cortó de súbito el trasteo y precipitadamente entró a matar cazando a “Tapabocas” de una estocada corta que fue suficiente. Indignada por su comportamiento, decepcionada por ver a un torero acrisoladamente poderoso incapaz de poder con el toro, la encrespada concurrencia obsequia a Ortega con una de las gritas más tormentosas que registran los anales de la plaza, mientras solicita en masa la vuelta al ruedo para “Tapabocas”. Se le dan dos con las mulas al paso y se le para delante del mayoral de la ganadería en señal de respeto. Mientras, un Ortega cabizbajo empieza a hacerse una pregunta que le perseguirá mientras su cuerpo aliente: “¿qué me ha pasado con ese toro para fracasar de tal manera?, me miro y no me reconozco.”

No sé lo que influiría “Tapabocas” en su decisión, pero poco tiempo después de cortar una oreja a otro toro de esa ganadería en Madrid, Ortega se sumaba al veto de la Unión de Criadores a Pagés y de rebote a la plaza de Madrid, de la que éste era empresario, y, más tarde, añadía en sus contratos el rechazo a todos los hierros que no pertenecieran a la citada Unión, entre los que estaba, como pueden figurarse, el de doña Carmen de Federico. El fantasma de “Tapabocas” seguía perturbando su conciencia.


1 comentario:

  1. Un gran artículo, como siempre al leerlo me parece estar en el ruedo vendolo.

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