Por Santi Ortiz
UNA POLÉMICA COMO NUNCA OTRA
El 28 de septiembre de 1885, cuando todavía El Espartero estaba convaleciendo del percance de Zalamea y le faltaban dieciséis días para debutar en Madrid, la revista madrileña La Lidia publicaba el artículo editorial origen de la virulenta polémica que, durante años, iba a enfrentar al periodismo taurino de Sevilla y Madrid.
Escrito en tono satírico y bajo el título de “Fenómeno en puerta”, las mordaces ironías que en él se vuelcan sobre las supuestas excelencias de El Espartero y el rechazo implícito de las que supone exageraciones de la afición y la prensa de Sevilla acerca de este torero, no tenían más remedio que causar rechazo e indignación en la ciudad de la Giralda, no sólo por poner en entredicho la credibilidad de su periodismo taurino, sino porque, fuera cual fuera la intención del artículo, perjudicaba claramente al torero, contribuyendo a crear un clima contrario al mismo de cara a su presentación en Madrid.
A guisa de ejemplo, merece la pena reproducir tres párrafos del mismo, que ridiculizan unas opiniones aparecidas en las columnas de un periódico hispalense:
“Ya lo saben los aficionados. El Espartero se coloca en los terrenos que nadie pisa; pasa más corto y derecho que nadie, y se tira más en corto que ninguno. El día menos pensado nos dicen que, al presentarse Manuel delante de los toros, los animalitos se caen patas arriba, haciendo innecesario el oficio de puntillero.
“Que se retiren Lagartijo y Frascuelo; que el Currito y Cara-ancha se dediquen a vender esparto, que Mazzantini solicite el cargo de Director artístico del Teatro Real; que el Gallo se corte los espolones. En cuanto venga El Espartero, van a quedar hechos polvo.
“¿Cuándo se presenta el fenómeno en Madrid? Esto se preguntan todos los aficionados; y al pensar que ha de presentarse en la corte, tiemblan de espanto Rafael y Salvador, con sus respectivas y excelentes cuadrillas.”
Si esto no es predisponer a la afición en contra de El Espartero, que venga el Defensor del pueblo y lo sancione.
La polémica subió de tono tras el varapalo que la mayoría de la prensa madrileña –no toda– dio al Espartero tras la corrida de su presentación en Madrid. Disconforme con este juicio, El Toreo Sevillano se atrevió a decir en sus páginas que de lo realizado por El Espartero en el coso de la carretera de Aragón a las apreciaciones hechas de su labor por la prensa de Madrid había “la misma diferencia que del cenagoso y pobre Manzanares al caudaloso y rico Guadalquivir”. Tal comparación, hirió en lo más hondo al chauvinismo madrileño –la exageración del fervor patrio, no es cosa privativa de Sevilla–, dando con ello comienzo a un fuego cruzado de sátiras vejatorias y violentas diatribas, que no hicieron más que enconar los ánimos y radicalizar las opiniones.
Aparcando por un momento la polémica, ¿qué hizo El Espartero en Madrid? Ciñéndonos a los hechos y sin meternos en valoraciones, veamos los resultados que muestra al respecto la revista madrileña El Toreo: en el toro de la ceremonia –“Pichón”, de nombre–, “El Espartero, en menos que se cuenta, había dado tres altos, uno cambiado, uno de pecho y una estocada delantera y perpendicular a volapié. Palmas generales. ¡Buen principio, niño, buen principio!” En el segundo, que llegó muy quedado a la muleta, el de la Alfalfa, “acercándose mucho, pero mucho” realizó una faena larga y poco acertada y oyó un aviso. Resultado: “Silba y aplausos, según la manera que cada cual tuvo de ver las cosas.” En el último, “El Espartero pudo lucirse mejor con este bicho y acercándose en regla dio dos naturales, cinco altos perdiendo un pedazo de muleta, dos cambiados y una corta bien señalada. Después de dos naturales y seis altos, se pasó una vez sin herir, y por fin tras de uno con la derecha y uno alto dio una estocada buena en las tablas. Palmas”.
Con tales resultados, ¿puede decirse que El Espartero estuviera mal o que defraudara al respetable? Yo pienso que no, aunque no llegara a las cotas de las hazañas propagadas desde Sevilla. Desde luego, la respuesta que obtuvo del público –ovación, división y palmas– no da para justificar la dureza con que fue tratado por la crítica, que, a la hora de valorar virtudes y defectos, no dudó en emplear la ley del embudo, magnificando las carencias y menospreciando sus cualidades. Por ejemplo, no hay pluma que ose negarle su valor, serenidad y frescura ante los toros, pero devalúan su condición de torero valiente con frases como: “Es un niño que desconoce el peligro o desprecia la vida”. O sea: o es un ignorante o un suicida –esto último me suena de algo, ¿no?–, porque de otra manera su bizarría les parece incomprensible. Eso se ha repetido a lo largo de la historia. De Belmonte decían que se quedaba quieto porque no tenía facultades; de El Cordobés, porque era un esmayao; de Ojeda, porque era un torpe, y de José Tomás, porque, además de torpe, era un suicida. Todo, antes de reconocer que, simplemente, eran hombres con las gónadas bien puestas en su sitio y una voluntad de alcanzar la gloria propia de seres excepcionales; de soñadores capaces de aspirar a lo más alto… ¡aun a costa de la propia vida!
De sus carencias, la prensa hace énfasis en su desconocimiento de la tauromaquia. Ni siquiera, por más que lo digan, les frena el hecho de estar juzgando a alguien que sólo han visto torear una tarde. Así El Toreo no se corta un pelo en declarar que “El Espartero no sabe una sola palabra de lo que es matar toros”, ni La Lidia en afirmar que El Espartero “es pura y simplemente un niño de 19 años (tenía 20), desprovisto de facultades físicas, y dotado del desatinado valor que presta una ignorancia absoluta del peligro, y un desconocimiento total de las reglas más elementales del toreo. Ni más ni menos.” Traduciendo: todo lo que ha pregonado de él Sevilla es un camelo y El Espartero es un maleta que nadie sabe por qué encantamientos ha logrado llegar a confirmar alternativa en Madrid en tiempo record.
Menos mal que hay cronistas, como Pirracas, en La Nueva Lidia, que exhiben mejores dotes de ecuanimidad. Hablando de Espartero, dice: “En nuestro concepto no es un maestro, porque le falta mucho que aprender; no es un mero aficionado, porque sabe más que muchos de los que injustamente han alcanzado el título de maestros; no es una realidad, porque tiene muchos defectos que corregir, pero es una gran esperanza, porque posee lo que no se estudia ni se aprende: afición, agilidad y un gran corazón.” ¡Qué forma tan distinta de enjuiciar las cosas!
Al margen del “pique” secular que ha existido siempre entre Sevilla y Madrid en materia taurina, creo advertir como trasfondo de la dureza de trato de la crítica madrileña al que llaman “niño mimado de la afición sevillana”, ciertos rasgos que desbordan la posible animadversión hacia el debutante y tocan claves más profundas y esenciales de la concepción del entonces toreo vigente. Por ejemplo, a El Espartero se le recrimina querer empezar la casa por el tejado; esto es: haberse saltado a la torera las etapas –banderillero, sobresaliente o media espada y matador– que solían seguir los que pretendían ser toreros. Otro modo no les cabía en la cabeza, por eso a Manuel le acusan de querer comenzar la carrera matando toros y, a su entender, eso “es imposible”. Lo cual hay que traducir por “está por llegar”, pues, como demuestra la historia, aquella “imposibilidad” se irá imponiendo hasta convertirse en el modo habitual de acometer la profesión. Los terrenos que El Espartero pisa son asimismo otra fuente de conflicto con el toreo vigente en su tiempo. Como expresaban los versos que le dedica Sentimientos: “Tiene vista, y es sereno/ como que pisa el terreno/ que corresponde a la res/ esto manque paesca bueno/ No lo es.” Era malo pisar los terrenos del toro, sin embargo, la evolución de la Fiesta ha demostrado que, pisando esos terrenos prohibidos, es como los toros han ido descubriendo sus secretos y la Tauromaquia ha desembocado en el templo de las bellas artes, que hoy la acoge. En otro orden de cosas, también hay plumas que se quejan de que El Espartero tenga al público en un verdadero sobresalto, de ahí que diga El Enano: “¿Y es a que sufra el espíritu, o a divertirnos, a lo que vamos a las corridas de toros? Pues si El Espartero sólo ha de proporcionarnos disgustos, no queremos verlo.” Remonten ustedes el tiempo hasta estas últimas décadas y oirán eso de “yo no voy a los toros a sufrir”, que se decía para criticar al “suicida” José Tomás.
Aunque la guerra entre el periodismo sevillano y madrileño continuará teniendo a El Espartero, como blanco de iras o bastión a defender, durante toda la carrera de éste, el segundo punto álgido de la misma sobreviene con el artículo “Justicia catalana”, publicado por Ángel Caamaño, El Barquero, en El Enano, una semana antes de la trágica muerte del espada hispalense. Vaya por delante que estimo improcedente culpar a dicho artículo, pese a su dureza, de la muerte del pobre Manuel, como sí hicieron los periódicos sevillanos, El Arte Taurino, La Muleta y El Circo Taurino; mas no dejo de reconocer que debió herir profundamente el amor propio de un torero cabal como era El Espartero y, tal vez, predisponerlo a cometer temeridades que, sin la presión del citado artículo, no hubiera asumido. De hecho, un diestro del valor, la vergüenza torera y el decoro de Manuel García Cuesta, no podía dejar pasar sin más tan incalificable ataque a su fama y, desde Córdoba, dos días antes de la tragedia, envió al crítico “amistosa invitación para almorzar juntos y PELEAR (según frase textual de aquel infortunado)”, a fin de exigirle completa satisfacción de su biliosa e imprudente conducta.
¿Qué se decía en “Justicia catalana”? Ya el titulito tiene su “miga” por hacer referencia a la que aplicaban sin dilación ni miramiento de las reglas procesales los tribunales locales de aquellas tierras hasta que acabó con ellos Felipe V. Según El Enano, era “la más popular, la más contundente y la que más se adapta a las cosas habituales dentro de la tauromaquia”. Nada de escrúpulos ni miramientos. Según la revista madrileña: “Garrotazo y tente tieso es la fórmula que hay necesidad de adoptar, en vista de que pasa un día y otro, y determinadas personalidades taurinas continúan estacionadas en el burladero del desahogo, que está colocado tras la barrera del miedo y muy cerca de la contrabarrera de la camama.”
Se refería el artículo a El Espartero y Antonio Reverte, aunque, sobre todo, cargaba las tintas contra el primero, recurriendo al recurso de compararlo –a buena hora mangas verdes– con El Espartero de años atrás, como si alguna vez este torero hubiese sido santo de la devoción de las plumas capitalinas. Veamos unas muestras de lo que dice:
“A aquel Espartero le ha sustituido otro que ni para quitar las zapatillas del antiguo vale, pues ni su arte tiene, ni como él torea, y sus guapezas las sustituye con vacilaciones al entrar a herir y miradas al costado izquierdo a la hora de reunirse.
]…[
“¿Quién puede hacer variar la opinión? Usted solo. ¿Cómo? Avistándose con El Espartero el bueno, apropiándose de la valentía que tanto le distinguió siempre, y empleándola en las corridas que todavía le quedan por torear.
“Aún es tiempo. Venga un esfuerzo desesperado, porque ya las aguas irritadas de la opinión le ciñen a usted el cuello; y una de dos: o sale usted a flote como todos lo deseamos, o se va usted al fondo para siempre.”
Una semana después, El Espartero se iba para siempre al fondo de la muerte. No es de extrañar la rabia e indignación que se apoderaron de los que habían sido amigos o seguidores suyos, incluida la prensa sevillana. Afirmar impunemente cosas como las citadas, de un hombre, un torero, cuyo corazón no le cabía en el pecho; un diestro acribillado a cornadas, que siempre fue modelo de vergüenza torera, traspasaba las lindes de lo tolerable. No me extraña que Manuel, tras haberlo leído, quisiera citarse con el autor para pelear con él. Aun mediando una mala racha, no se puede acusar de cobarde a un valiente a carta cabal como Espartero, ni llamar desahogado y lleno de camama a quien, a lo largo de toda su carrera, había dado muestras de un pundonor y una entrega difíciles de encontrar en la historia de Tauro.
Sería faltar a la verdad silenciar que en el mismo número de El Enano donde aparecía “Justicia catalana”, se incluía la crónica de la corrida de esa tarde en Madrid –toros de Salas, para Espartero, Guerrita y Fuentes–, donde el crítico Achares cantaba el éxito del torero sevillano, afirmando cosas como: “Esto quiere decir, en estilo más liso y llano, que la tarde ha sido para Manuel García, El Espartero, que indudablemente venía dispuesto a buscar el desquite de pasados errores y le ha encontrado tan cumplido como de su legítima fama había derecho a esperar.” Por su parte, el Barquero también publicó en El Heraldo de Madrid su laudatoria reseña de la corrida, congratulándose del triunfo obtenido por Manuel.
Sin embargo, eso no logró apagar el incendio que en torno a la muerte de Espartero y el mal trato recibido por éste de la prensa de Madrid se había formado, y siguieron las trifulcas entre plumas opuestas al punto de que el director de La Puntilla llegó a mandar los padrinos a su colega sevillano de La Muleta para batirse en duelo. No sé si la sangre llegó al río, pero el hecho sirve para darnos idea de la magnitud y enconamiento de una polémica como nunca el toreo conoció otra.
Enhorabuna
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