viernes, 6 de agosto de 2021

EL EMPOBRECIMIENTO DEL LÉXICO TAURINO

 Por Santi Ortiz


El quinto era jaro, mohino, degollado, silleto, zancudo, alto de penca, astillano, ancho de cuna y fino de púas; con romana y bien apretado. ¡Un pavo!

Con muchos pies, se arrancó ciñéndose por ambos pitones al percal de su matador, quien capeó como pudo el temporal a base de regates y zorrazos.

Con los de aúpa, encareció el árnica. En el primer encuentro, a cambio de un ojal, dejó un jamelgo listo para la gabardina; se asustó de lo hecho y, abanto, se fue en busca del lancero de puerta que, aunque mojara arriba, cayó de latiguillo pegando un talegazo de esos de no te menees.

Cuando cambiaron a banderillas, ya la medrana se había adueñado de los garapulleros, y comenzaron a hacer la noria alrededor del morlaco, que se había emplazado allá en los medios, cerca el husillo.

El primer par se quedó en rejonazo, casi a la media vuelta, del que salió el bicho doliéndose y bramando, lo que aprovechó el tercero para dejar, de sobaquillo y a pasatoro, ambos palitroques tan bajos y traseros que poco les faltaron para quedar prendidos en la llana.

Tocaron a matar para alivio del rehiletero de turno –que se libraba así de la “alegría” de cuartear por segundas– y para zozobra del espada, que veía ya encima el momento de jugarse los cuartos con aquel regalito.


Sin brindis ni cortesías, se fue hacia el burel que lo aguardaba tan cerrado en tablas que casi se apencaba en la madera. El cuatreño, duro de canillas, que había salido muy crudo de su pelea con los rocines, se le vino descompuesto, calamocheando con bronquedad, a lo que respondió el diestro metiéndose con él a base de doblones eficaces en un intento de quebrantar el poder del morito, consiguiendo, únicamente, ponerlo más maulón. Empezó a tardear tirando en los embroques terribles tornillazos, en uno de los cuales desarmó al de oro, que tuvo que najarse con alas en los pies.

El bicho fue a peor, poniendo cerote en toda la coletería, con lo que el matador ya no usó otra cosa con él que ratimagos y tiralíneas, a pesar de lo cual se vio continuamente aperreado, y en una ocasión en que el cornudo se olvidó de la bayeta y se fue al bulto, le quitó los pies del suelo, encunándolo y tirándole un tabaco al pecho que, si bien sólo consiguió arrancarle la pañoleta, hizo que el canguelo subiera hasta la andanada. ¡Tenía castaña estar delante de semejante pregonao!

Con precauciones, atacó a herir a paso de banderillas, en la suerte contraria, y le soltó un mandoble que escupió el animal. En el segundo envite, perfilándose más en corto, logró, perdiendo la muleta, media en la yema, que con el concurso de los enterradores logró dar en la arena con el asajarado.

Más ligero de peso, sudoroso, contuso y magullado, tomó el camino de entrebarreras mientras que el respetable se removía aliviado de poderse, al fin, sacudir la tensión que lo había atenazado durante aquella lidia de susto.

                                                                               ***

Sacado de mi magín, el relato de esta lidia ficticia, lector –lidia antigua, situada en la época anterior al peto y posterior a 1923, como indica el uso del término “gabardina”, que era como se conocía coloquialmente la arpillera con que se tapaban en el ruedo los caballos muertos–, no tiene otro objeto que mostrar una colección de términos, muchos de ellos desconocidos para el aficionado actual –y no digamos del público en general–, no porque aludan a suertes en desuso o a prácticas desaparecidas, como la de la citada “gabardina”, sino por el progresivo desconocimiento que del vocabulario taurino tradicional muestran profesionales y periodistas.

¿Acaso han desaparecido los toros jaros, los negros mohino o lombardos? ¿Acaso los astados ya no calamochean, puntean, derrotan o pegan tabacos? ¿No se vencen, se acuestan o se ciñen por uno u otro pitón?... ¡Claro que no han desaparecido esos pelajes ni esos comportamientos! Siguen existiendo ahora lo mismo que antes. De donde han desaparecido es del habla de profesionales y aficionados y del negro sobre blanco de las crónicas. Unos totalmente suprimidos y, los más, sustituidos por otros más modernos que no hacen sino empobrecer su significado englobando en un solo significante lo que antes precisaba de varios para dar una más pormenorizada información del comportamiento bovino o de los lances de la lidia. Por ejemplo, si el toro puntea, calamochea o pega derrotes, que son formas distintas de tirar cornadas, hoy todo esto se recoge bajo la fórmula simplificadora de “el toro suelta la cara” y todos contentos. Ya no se habla de que el toro se acuesta o se vence, ahora se dice “se viene o se mete por dentro”. Poco menos extinguido está el término que señala al toro que en vez de girar hacia el lado del pitón por el que está embistiendo, lo hace hacia el otro, denotando cierto sentido de huida. De un toro así, siempre se dijo que “se vuelve contrario”. Ahora no; ahora: “se vuelve al revés”.

Algunos de los modismos que usurpan los atributos de los conceptos clásicos nos llevan a cometer errores de bulto. Hay uno que me enferma porque incurre en la más flagrante ignorancia. Veamos: al espacio que existe entre los cuernos del toro siempre se llamó “cuna”; de ahí que cuando una res coge al torero metiéndolo entre las astas, se diga que lo “ha encunado”. Según decimos, un toro que abarque un espacio grande entre pitón y pitón, se le llamará “ancho de cuna”, o “estrecho de cuna” si ese espacio es exiguo. Sin embargo, ahora se les llama “estrechos o anchos de sienes”, que en absoluto tiene nada que ver con lo anterior, ya que si de un astado se dice que es ancho o estrecho de sienes, nos estamos refiriendo en propiedad a la dimensión longitudinal del hueso frontal y no a otra cosa. O sea, que al calificar a un toro de ancho o estrecho de sienes, estamos hablando de lo ancho o estrecho que tiene el testuz y no de la distancia que media entre pitón y pitón. De hecho, hay toros anchos de sienes que son estrechos de cuna y viceversa. Pero a ver quién le hace comprender esto a los que han perseverado en el error y lo propagan sin siquiera advertirlo. Y no es esto sólo, hay muchos más. Por ejemplo: ahora, he observado que se está poniendo de moda llamar “larga cordobesa” a toda aquella que se da de pie sin ser afarolada, sin tener en cuenta que para que sea “cordobesa” el capote debe descansar en el remate sobre el hombro del lidiador.

Reflexionando sobre estas cosas, parece como si, en determinado momento hubiese existido un vacío en la transmisión del lenguaje taurino, que haya dado lugar a una ruptura en términos y conceptos que deberían haber seguido utilizándose sin más. Ya no se dice que el toro tiene “buen son”, sino que “tiene ritmo”, y al de mucha romana, se le llama “pesador”. El toro negro mohino, que, para entendernos, es el negro zaíno que tiene el hocico negro brillante, ha desaparecido de las reseñas. Lo mismo le ocurre al negro lombardo, que es el toro negro con el lomo castaño. En el otro extremo nos encontramos con la redundancia del “negro burraco”, cuando habría que decir, como se hacía antes, simplemente “burraco”. Con esto ya se le supone su capa negra. Téngase en cuenta que el término “burraco” no viene de burro, como piensan algunos, sino de “urraco”, masculinización de urraca, que es un pájaro con plumaje blanco en el vientre y arranque de las alas y negro en el resto del cuerpo. No hay urracas de otro color, por tanto el toro burraco es el toro negro con manchas blancas sin llegar a berrendo, tan típico de Torrestrella; así que la reseña de “negro burraco” es, como apuntábamos, una redundancia totalmente inútil.

Inútil me parece también luchar contra esta inercia irrefrenable. Sin embargo, me gustaría animar desde aquí a los aficionados –en particular a los jóvenes– a que lean. Y en particular, a que lean de toros. El legado que nos han dejado nuestros ancestros taurinos es un tesoro que debemos conocer y preservar. La Historia del toreo es apasionante y una fuente de conocimientos. El vocabulario taurino tiene una fuerza, una vitalidad y encierra tal sabiduría, que es obligación de todo amante de la Fiesta manejarlo con propiedad e incorporarlo a su léxico. Velar por estas maravillas es una responsabilidad nuestra y no podemos permitirnos la ingratitud de no acatarla. En el Sistema que domina el mundo, corremos el peligro de caer en el fatal error de despreciar lo antiguo. Ya muchos lo hacen, y no se dan cuenta de que es la mejor manera de permitir que nos corten impunemente nuestras raíces. Y un pueblo sin raíces –no tienen más que repasar la historia– es como una marioneta a la que se tira de los hilos que más convienen a los dictadores con disfraz de demócratas. No es sólo el toreo, lo es todo. Así que lean, estudien, mediten y, sobre todo, piensen. Así nadie lo hará por ustedes.

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