Por Santi Ortiz
Estamos en 1931. En junio se cumplieron tres años de que fueran obligatorios en todo el territorio nacional los petos de picar, y en abril –el día del trigésimo noveno cumpleaños de Juan Belmonte– España había cambiado la enseña rojigualda y la Marcha Real por la bandera tricolor y el Himno de Riego. Así que la primera alternativa miureña de este periodo, coge a la República azacanada en dar realidad a sus mejores sueños.
La tomó un vizcaíno de Gallarta que había cambiado los sudores de los Altos Hornos de Bilbao por los que dejan en el traje de luces la lucha con los toros. Estaba a menos de un mes de cumplir los 30 años, lo que habla de lo largo y duro de un camino en el que el vasco se fue abriendo paso asentado en la terna de vértices de los toreros esforzados: valor, pundonor y voluntad. Jaime Noaín, que así se llamaba el alternativado, llevó por padrino a Nicanor Villalta, que le cedió un “Gorrión” grande y con pitones, con el acompañamiento del mexicano Jesús Solórzano, los cuales, al igual que las cuadrillas, lucieron crespones de luto por la muerte de Curro Puya, ocurrida tres fechas antes de este 17 de agosto, cuando Bilbao celebraba su segunda corrida de Feria. Noaín puso a toda la plaza de acuerdo. Ni monárquicos, ni republicanos ni socialistas… ¡Todos, jaimistas! Y es que el mozo se entretuvo en cortar cuatro orejas y dos rabos a su lote de miureños, protagonizando la más triunfal alternativa de las que aquí se consignan.
Sólo habían transcurrido veintisiete días de la alternativa anterior, cuando se produce el noveno doctorado con astados de Miura. Ocurre en el coso de Murcia y hay en él doble estreno: el de matador de toros, de Carnicerito de México, y el de padrino de ceremonia, pues era el primero que concedía Domingo Ortega. Completaba cartel el flamante espada Jaime Noaín, quien, gracias a su éxito de Bilbao, había cogido la sustitución de Pepe Amorós, para erigirse a la postre –ha debido cogerle el sitio a los miuras– en triunfador de la tarde al cortarle las orejas y el rabo a su primero. Carnicerito, no repuesto aún de su anterior cogida, tampoco tuvo la suerte de cara. Su primero, quedó medio muerto tras un golpe al saltar la barrera y se caía a cada instante y sólo pudo mostrar con él sus deseos y ganas de agradar. Al último, brindado al público, lo pasó por alto y por bajo de manera meritoria y, pese a vérsele resentido de su percance se ganó el sincero aplauso del cónclave. Termino con el dato de los pesos en canal de esta corrida de Miura, para posible comparación con las romanas que dan en esta época, aún en plazas de segunda categoría como es la de Murcia. Éstos fueron, por orden de aparición: 261 kg.; 248 kg.; 256 kg.; 259 kg.; 258 kg., y 236 kg. Sin comentarios.
La décima alternativa estrena insularidad, pues, nada menos que hemos de irnos al Coliseo Balear, de Palma de Mallorca, para ver, con media plaza cubierta, la cesión de trastos que Luis Fuentes Bejarano concede al mallorquín Tomás Delmonte, para que se las entienda con el negro mulato Prendero”, en presencia del valenciano Manolo Martínez. El calendario marcaba el domingo, 3 de julio de 1932. Nadie imaginaba que “Prendero” sería el último astado que matara Delmonte, pues, cogido por éste al entrar a matar sufrió una contusión en la cabeza que le impediría salir de nuevo al ruedo. Más tarde ocurriría que el diestro mallorquín no volvió a vestirse de luces.
Llegamos a la undécima corrida alternativera de la divisa esta vez verde y negra, primer doctorado celebrado en Las Ventas. Nueve días lleva abril poniendo primavera en los cielos de Madrid, y el cartel anunciado acapara atención y comentarios por las tertulias y mentideros taurinos de dentro y fuera de la Capital. Pero esta corrida tiene un tormentoso prólogo, que no podemos pasar por alto. Anunciada para el domingo de Pascua, 5 de abril, con el “No hay billetes” colgado en las taquillas, la corrida debe suspenderse y los toreros pasar a la cárcel, ante su negativa de torear si no se lidia la corrida completa de Miura y no con los dos remiendos de Terrones que han entrado en el sexteto al haber rechazado los veterinarios un par de toros del hierro titular. Los toreros son tajantes: O los seis de Miura o no torean. El Gobernador también se muestra inflexible: O torean o a la cárcel. Y a la de Torrijos van los dos hermanos; los dos protagonistas del cartel –Pepote y Antonio Bienvenida– mientras el Papa Negro remueve todos los hilos visibles e invisibles para solucionar los dos acuciantes problemas: dar la corrida cuanto antes y sacar a sus hijos de la trena.
Que duda cabe que la solución de ambos entuertos pasa por traer dos toros de Miura para completar el encierro y lograr el permiso del Gobernador para que ambos diestros pudieran torear sin ninguna cortapisa. Con las carreteras y vehículos de hoy, tener los toros a punto para el primer reconocimiento tres días más tarde jamás hubiese constituido un problema. Con los camiones y la red viaria de 1942, la cosa era más complicada, máxime cuando la restricción de gasolina impedía a los coches particulares viajar ciertos días de la semana. Precisamente, en uno de ellos estaban cuando el ganadero debía coger el suyo para ir al campo a escoger los dos bureles que irían a Madrid. Doña Fortuna parecía volver la espalda a los que apostaban por la celebración del festejo; sin embargo, al final pudo encontrarse un taxi que lo llevara a Lora del Río. Mas no iban a terminar ahí los inconvenientes: al pasar el fielato de Carmona, y requerida por el comandante de puesto la entonces obligatoria “cartilla de neumáticos”, resultó que el taxista no los llevaba en regla, con lo que les prohibieron seguir adelante. Costó dios y ayuda convencer al agente para que les permitiese continuar, pero, a la postre, pudieron llegar a la finca, y los toros en el plazo previsto a las dependencias venteñas.
Bajo un azul radiante y la plaza a reventar, los dos hermanos hacen el paseíllo. Al principio se oyen algunos pititos, pero basta que Pepe y Antonio se desmonteren en señal de acatamiento mediado el desfile, para que el gentío prorrumpa en una clamorosa ovación. Del último incidente... pelillos a la mar. Y a ver torear, que no en balde el aún Antoñito Bienvenida había esculpido sobre el ruedo de Las Ventas el anterior septiembre una de las diez mejores faenas de la historia del coso. Fue en el quinto novillo –“Naranjito”, de nombre, y del hierro de A.P.-, con el que se despedía de novillero. Los tres cambios a muleta plegada seguidos de sus correspondientes tandas de naturales sorprendieron a la afición madrileña.
El beso y el fraternal abrazo en que se funden los dos toreros durante el ceremonial de alternativa cargan de emoción el ambiente. Todos los que están en la plaza –los que lo vieron en septiembre y los que no- llevan la faena de Antonio prendida en la ilusión. Por eso, cuando el toricantano abandona el tercio buscando terrenos más abiertos mientras porta en la izquierda una muletilla que continúa cerrada, un runrún de expectación recorre los tendidos. Intuyendo la intención del diestro, algunos le gritan que no lo intente. ¡Que es un miura! ¡Que eso no puede hacérsele a todos los toros! El clavel de la sonrisa juvenil de Antonio florece sobre el corinto y oro de su terno. Cita. La cárdena mole de “Rosquero” –que así se llama el toro del doctorado, y no “Cabileño” como en muchos textos figura- inicia el largo trecho que le separa del torero; un camino tan largo –al decir de Clarito- como el que va de un septiembre novillero a un abril de toros, de la cara de un novillo salmantino a la cabeza de un toro de Miura. El miureño acude con pies, Bienvenida lo cambia a muleta plegada, el toro se revuelve en un palmo de terreno y le pone los pitones en el pecherín de la camisa. El mercurio de la emoción se dispara. Antonio no se inmuta. Como en septiembre, vuelven los naturales y el remate de pecho. Como en septiembre, vuelve a alejarse para cambiar de nuevo a muleta plegada, para pasarse a “Rosquero” de nuevo al natural, para abrochar la tanda con otro forzado de pecho. Lástima el destemplado acero, que privó al torero de pasear su primera oreja de matador de toros. Con miuras a contraestilo, ahí acabó la corrida. Pero aleteando en el tul ocaso del cielo torero de Madrid quedaba la savia nueva de aquellos muletazos fugaces y eternos: premonitoria tarjeta de visita de quien habría de ser todo un catedrático señor del toreo.
Debería seguir aquí la alternativa del zaragozano Luis Mata, pero no corresponde, porque sólo su confirmación fue miureña y no su doctorado. Bebí en una fuente equivocada y de ahí que incurriera en dos errores, que afectan a la primera parte de este artículo: 1º) que no fueron 15 sino 14 los doctorados con toros de Miura y 2º) que sólo dos espadas maños y no tres pertenecen a este grupo de valientes. Mis disculpas.
De la familia torera de los Vega de los Reyes, viene Vicente Vega, anunciado como Gitanillo de Triana el día de su doctorado –10 de agosto de 1952– en la carabanchelera Vista Alegre, en lo que podemos calificar de “semi miurada”, pues sólo se lidiaron tres astados de la famosa divisa sevillana. Dos de los rechazados, lo fueron de antemano por los veterinarios, y el último –salido en sexto lugar– fue devuelto a los corrales y sustituido por otro de Bernaldo de Quirós. La prensa se quejó de que Jerónimo Pimentel cediera los trastos a Gitanillo dándole la espada de madera. Fue un mal gesto que, en adelante todo torero cuidaría mucho de evitar. Cerraba la terna Octavio Martínez, Nacional, quien puso la nota viril de la sangre derramada al resultar corneado por su miura al entrar a matar. En cuanto al toricantano, decir que en nada se pareció la suya a la tarde soñada. Con el de la ceremonia, del hierro de Miura, que se vencía siempre por el pitón izquierdo, anduvo voluntarioso hasta gastar toda la “gasolina” que traía, porque al sobrero de Bernaldo de Quirós no lo quiso ni ver. Y si en su primero se dividieron las opiniones, en éste la bronca fue cerrada. Como demostraría después, lo suyo sería el campo del apoderamiento, donde se distinguió como uno de esos personajes románticos hoy ya, por desgracia, prácticamente inexistentes.
Llegamos así a la alternativa doce más una de nuestro recorrido. También en ella apareció la flor de la cornada en un muslo de Chicuelo II, padrino de la ceremonia que –con Jaime Ostos de testigo– hacía matador de toros en su tierra al zaragozano Fermín Murillo. El toro del doctorado atendía por “Bonito”, un colorado ojo de perdiz de 302 kilos en canal, al que el toricantano toreó superiormente a la verónica, para luego lucirse en un vertical y relajado quite por chicuelinas. Fue, en verdad, la suya una tarde afortunada que hubiera rubricado con trofeos de no haber viajado mal los aceros en ambos toros. Fermín fue un torero recio, con un valor a prueba de cornadas y un especialista en hierros como el de Miura. Precisamente, uno de sus mayores triunfos le llegaría con el miureño “Heredero”, al que le cortaría las dos orejas en Bilbao, en la feria de 1963, haciendo al toro merecedor del tercer Trofeo del Club Cocherito.
Una vez que fue a tentar a Zahariche, apareció con un deslumbrante Mercedes color celeste, que arrancó de don Eduardo –padre de los ganaderos actuales– un “buen coche gasta usted, Fermín”. A lo que respondió el torero: “gracias a las orejas que les he cortado a sus toros, he podido comprármelo.” Pues, ese mismo Mercedes, lo dejó parado en la carretera de Huelva a la puerta de la finca de un ganadero cuyo nombre no diré, después de que le sirviera yo de collera en un tentadero en el que estaba solo para enfrentarse a ocho vacas –no eralas ni utreras, sino vacas con cuatro y cinco años– y en el que tuvo que convencer al ganadero para que no me echara de la finca, pues no estaba invitado (¡Y era yo el único aficionado que quedaba, después de haber expulsado a mis dos compañeros!), y con el señuelo de su impresionante coche, parar al primer vehículo que apareció en la dirección adecuada y pedirle al conductor que me acercara a Huelva ya que a él le era imposible. Así me ahorró los veintitantos kilómetros de caminata o autostop que me separaban de casa. Siempre le agradeceré el gesto. Fermín Murillo. Un Torero y un Señor.
Tras un parón de sesenta y cuatro temporadas, llegamos así al momento actual; a la última alternativa anunciada con reses de la divisa verde y grana. De tan reciente, tiene poca historia, pero mucho contenido. Tuvo lugar en la tercera Corrida Magallánica, en la plaza de El Pino, de Sanlúcar de Barrameda, el pasado 21 de agosto. Ruedo cubierto artísticamente por toneladas de sal, barrera exornada con pinturas y dibujos, y en chiqueros toda una señora corrida de toros, propia de cosos de primera categoría, a la que se enfrentaron tres valientes: Rafaelillo, Octavio Chacón y el alternativado Cristóbal Reyes. El torero murciano cedió al mocito de Jerez a “Itinerante”, número 28, cinqueño como toda la corrida, y cárdeno oscuro de pelaje. Fue el más claro del sexteto y con el que el toricantano –que alzó su montera al cielo en el brindis– hubiese obtenido algún trofeo de haber estado más acertado con el estoque. El sexto, “Navajito”, castaño bragado, sacado de una pintura de La Lidia, salió con la cara entre las manos moviendo los pitones como una devanadera. Cosas de toro antiguo. Éste tuvo más problemas y el neófito echó mano del coraje y la decisión para robarle los pases que pudo. Al final, se tiró a matar sin muleta sufriendo una fuerte conmoción cerebral de la que, por fortuna, se repuso pronto. Soy consciente de que no se puede criticar al que da todo lo que tiene; pero en mi modesta opinión se equivocó con ese alarde de temeridad, más que de valor. Me imagino la gracia que tuvo que hacerle a Rafaelillo encontrarse con semejante propina. Esas cosas también hay que tenerlas en cuenta a la hora de hacer lo que se hace. Y más en una corrida tan complicada como la que Eduardo y Antonio Miura trajeron a Sanlúcar.
¿Cuándo será la próxima alternativa miureña? Porque estoy seguro de que habrá más. Mientras, quedémonos con el paladeo de estos catorce acontecimientos, donde, en cada uno, un hombre se jugaba todos sus sueños de gloria ante el poderío y trágica leyenda de los toros de las cinco letras.
Para quitarse el sombrero.
Buen artículo Santi, un abrazo
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