jueves, 13 de enero de 2022

ROCA REY

 Por Santi Ortiz



Este artículo va dedicado al escritor, periodista y amigo, Paco Aguado, con el que polemicé en tiempos acerca de la incidencia de Joselito en el advenimiento del toreo moderno y con el que hoy discrepo en cuanto a la valoración que ambos tenemos sobre el torero peruano Andrés Roca Rey. De hecho, en un comentario suyo –que agradezco– acerca de mi anterior artículo –“Sobre mi concepto del toreo”–, Paco reconocía estar de acuerdo conmigo en todo, salvo en presentar a Roca Rey como ejemplo de diestros que torean de verdad.

Antes de nada, quisiera hacer constar que Andrés Roca Rey me parece un torero excepcional por distintos motivos. En primer lugar, porque desde que toreaba sin caballos ha tenido mentalidad de auténtica figura del toreo. Esa ha sido siempre su aspiración y, basta repasar su corta historia taurina, para apreciar su fidelidad insobornable a dicha idea. Esto se traduce en que tanto ante los becerros, los novillos y los toros, Roca Rey se ha conducido siempre, e independientemente de la condición del astado que tenía delante, con un decidido afán de triunfo; esto es: consciente de su aspiración, en su ascensión, y ahora de su condición de figura, cada vez que hacía el paseíllo ha actuado de manera que le permitiera satisfacer ante las astas tan exigente compromiso. No defraudar al público ha sido y sigue siendo su lema, lo cual le ha llevado, por la vía de la regularidad y en un tiempo record para los tiempos que corren, no sólo a hacerse un sitio preeminente en la elite del escalafón, sino a posicionarse como el torero –excepción hecha de José Tomás– más taquillero del momento.

En segundo lugar, porque su tauromaquia descansa en un valor excepcional. Valor auténtico, no postizo. Valor sereno, sobrio, consciente, sin que lo aloque nunca su roce con la temeridad. Roca Rey no sufre ante los toros, no se le crispa el gesto ni muda de color. Con sobrada suficiencia, acepta la pelea en todos los terrenos, sea de largo, a media distancia, o en las cercanías del arrimón, y en todos se siente cómodo, ya que así se lo permite su corazón de acero. Pero no se queda en esto, sino que busca multiplicar las dificultades, como cuando cambia varias veces el viaje del toro en su quite por saltilleras, apurado, a veces, hasta lo inverosímil, o en las bernadinas de epílogo. Y en los cambiados por la espalda, sea con la diestra o con la zurda, embarca a los toros sin apenas tocarlos, con media muleta y una suavidad –naturalidad desconcertante– que electriza a los espectadores.

En tercer lugar, Roca Rey tiene el toreo en la cabeza. Es inteligentísimo. Y como no le cuesta arriesgar, encuentra toro en todos los terrenos y circunstancias. Según lo que ya hemos apuntado antes, no es un camicace que se lía la manta a la cabeza, sino que hace discurrir la lidia por el cauce sereno de la inteligencia. Esos son los pilares de su tauromaquia: inteligencia y riesgo. Arriesga de antemano, dejando a los toros sumamente crudos en el caballo. Después es su inteligencia quien los pica con la muleta, bajándoles mucho la mano, pues, como cualquier aficionado sabe, es por abajo donde se les puede a los toros, lo que convierte al peruano en un torero poderosísimo.

En cuarto lugar, es un innovador notable. Tanto, que, a mi juicio, ha conseguido darle una vuelta de tuerca al toreo, haciéndole cosas a los toros que nadie había intentado antes, aunque ahora otros copien. De mi memoria extraigo la impresionante quietud y suavidad con que recibió a un toro a vuelta de capote –no sé si calificar los lances de tijerillas o cordobinas–, en La Maestranza, o el cambiar al burel por la espalda con la izquierda a centímetros de los muslos, o pasarlo por delante y por detrás de rodillas a una distancia cortísima en algún inicio de faena de muleta, o aquel empalmar la arrucina con un pase natural en redondo con la zurda, como hizo gloriosamente en Fallas del 2018 a un toro al que le cortó las orejas.

Habría que añadir a esto su contundencia estoqueadora. Roca es de los que mata en corto y por derecho, pues se perfila muy cerca de las astas para interpretar el volapié y no suele desviarse de la recta a la hora de ejecutar la suerte. No obstante, hay en su manera de entrar a matar una característica muy singular en este torero, ya que, a la hora de meterle la muleta en el hocico e iniciar el viaje, Roca hace una fugaz “paradiña” dando al astado tiempo para que descubra la muerte; momento que aprovecha el diestro para meter la mano del estoque con una contundencia la mayoría de las veces de efectos letales.

Sin embargo, no todo en su toreo es miel sobre hojuelas. En mi concepto, con el capote tiene la asignatura pendiente de la verónica, suerte fundamental que no sólo no prodiga, sino que cuando la ejecuta desprende la sensación de hacerla sin sentirla, superficialmente, como si fuera un trámite del que pasa lo más rápidamente posible para refugiarse en los lances a pies juntos, que da a guisa de delantales, por torear, en vez de con la palma, con el dorso de la mano de salida. En ellos, resplandece una vez más la verdad de su valor, pues en más de una ocasión se ha visto con la punta del pitón del toro a milímetros de la tripa sin que su figura se descompusiera lo más mínimo.

Con la muleta, hay ocasiones –fundamentalmente con los astados que no se rebosan en la franela, reponen y repiten– en que empalma los derechazos sin rematarlos, girando sobre la pierna izquierda, y comenzándolos desde la pala del pitón, lo cual linda con un toreo ventajista en el que, seguramente, se habrá basado Paco Aguado para criticarle su falta de verdad. Sin embargo, me parecería injusto catalogarlo como un torero de ventaja por recurrir algunas veces a tal recurso, ya que en la mayoría de las ocasiones, y muy particularmente con la mano zurda, Roca Rey ejecuta los pases al completo, desde el cite al remate, logrando uno de los muletazos más largos del toreo actual. No puedo dejar de citar, ya que acude a mi memoria, aquellos magníficos naturales de temple y longitud con que encandiló la plaza de Olivenza en su primera temporada completa de matador de toros.

También es cierto que, debido a lo enteros que deja a los bureles en el caballo, muchos de ellos llegan bruscos y violentos a la muleta, lo que obliga al torero a manejar el engaño con más ligereza de la deseable. No obstante, en la mayor parte de las ocasiones, el toreo que borda el peruano es de un temple exquisito nunca reñido con la intensidad. Apuntemos también que, a veces, se pasa de faena con la voluntad de buscar el lucimiento que el toro le niega. Y llega el arrimón y el encimismo y el dejar darse con la punta del pitón en los muslos. Y si a base de arriesgar llega la cogida, se levanta impertérrito y sigue como si tal cosa.

Con todo lo expuesto, y pese a los lunares apuntados, me sigue pareciendo que Andrés Roca Rey es uno de los diestros que torea de verdad y con más verdad, lo que lo habilita, pese al trienio de parón a que lo obligaron su lesión y la posterior pandemia, para figurar en uno de los puestos más señeros del Olimpo de la Tauromaquia

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