Nacía este mes de febrero con la inquietante noticia del ingreso urgente de Manuel Benítez, El Cordobés, en el Hospital Quirón, de Córdoba, para ser intervenido de un amago de infarto, que precisó de un cateterismo y la implantación de un stent. Al parecer, afortunadamente todo se resolvió con la deseada normalidad.
Lejos, muy lejos, de este suceso –nada menos que cincuenta y cinco años de por medio– queda otro, protagonizado por el mismo personaje, que al iniciarse febrero de 1967, conmocionaba al mundo taurino llenándolo igualmente de preocupación: tras una “consulta” con la almohada y con más de cien corridas firmadas para dicha temporada, El Cordobés anuncia su retirada de los toros con carácter irrevocable. No torea más. Según declara, ha sido una intuición, un presentimiento, y ha decidido echarle cuenta. A partir de entonces, se dedicará a su hotel, a sus negocios agrícolas y a su ganadería de bravo. Los vestidos de luces permanecerán colgados descansando en su armario.
La decisión coge a todo el mundo por sorpresa. De hecho, días antes de su anuncio de retirada había estado tentando en varias fincas; entre ellas, la de don Celestino Cuadri, junto a Litri, y el día antes de anunciar que se iba, lo había dedicado a torear unas becerras en la de don José de la Cova, el lugar donde había hecho su primer tentadero.
Ni un terremoto que hubiera arrasado el orbe taurino, habría creado tanto desasosiego, tanta inquietud, tanto alboroto. Sobre todo en el mundo empresarial, que ve con verdadero pánico cómo la decisión del torero más caro y taquillero de la historia hasta entonces –y por ello el más barato– podía dar al traste con sus expectativas de beneficios. Las reacciones no se hacen esperar y los empresarios de las plazas que han firmado contratos con el apoderado y cuñado del diestro, Juan Antonio Insúa, se reúnen para buscar una estrategia común que haga cambiar al torero de opinión o, en caso contrario, hacer valer sus derechos demandándole indemnizaciones millonarias por daños y perjuicios.
También la afición se sintió sorprendida y consternada. Lo que al principio algunos consideraron “una broma de Manolo”, pronto dejó de serlo. En el zoco de las opiniones, había quien pensaba que la decisión tomada obedecía a problemas físicos en el bíceps de su brazo derecho, que lo habían llevado por dos veces al quirófano; pero tanto el doctor Epeldegui, que lo intervino, como el propio torero se encargaron de desmentir dicho supuesto, afirmando ambos que El Cordobés se hallaba plenamente restablecido de la lesión. La búsqueda de un golpe propagandístico también quedaba fuera de lugar, pues Benítez contaba con sobrada publicidad tanto en la prensa nacional como en la extranjera para tener que meterse en esos jardines. ¿Un apretarle más las clavijas a los empresarios buscando elevar su caché? Podría ser y con ello se especuló, mas si tal cosa se produjo todo quedó en un tácito silencio entre las partes.
Lo cierto es que el lunes, 6 de febrero, a las doce y media de la mañana se ponía en marcha, desde un hotel cordobés, la peregrinación de empresarios, acompañados por una romería de periodistas y fotógrafos tanto de la prensa española como de la internacional – hubo hasta dos reporteros llegados de la guerra de Vietnam, enviados por sus agencias de noticias en avión especial a cubrir la primicia de la posible vuelta de El Cordobés–, para recorrer, carretera de Almodóvar arriba, los 34 kilómetros que los separaban de “Villalobillos”, la finca del torero, donde éste permanecía apartado del mundanal ruido.
En la procesión, figuraba el pleno de los Empresarios Taurinos Españoles, con su presidente José Barceló, a la cabeza; su vicepresidente, Livinio Stuyk; el tesorero, Pedro Balañá Fortes, además de Alberto Alonso Belmonte, Diodoro Canorea, José Belmonte, Andrés Gago y Antonio Boneu. Sólo faltó entre los grandes el tronco de los Choperas, don Pablo Martínez Elizondo, que delegó su representación en su socio Balañá.
El vino y el jamón fueron los gratos embajadores con que El Cordobés recibió a la comitiva. Y tras el intenso relampagueo de flashes para inmortalizar el encuentro, los empresarios, el torero y sus asesores se encierran a cal y canto en el despacho del diestro sin permitir a los periodistas la entrada en el mismo bajo promesa de conceder al término de la reunión una rueda de prensa.
Cincuenta minutos después, terminaba la “cumbre” y el abogado del torero redactaba un comunicado oficial, cuyos dos puntos transcribo textualmente, según recogía el semanario El Ruedo:
“1º) Que el pleno de los Empresarios Taurinos Españoles se han dirigido en el día de hoy a Manuel Benítez, El Cordobés, al objeto de solicitarle reconsidere su propósito de retirada de la vida activa del toreo, en el sentido de su vuelta a los ruedos, dados los daños, quebrantos y perjuicios que a las empresas, público y Fiesta se le originan, y que dichos empresarios, vista la actitud adoptada por el torero, están dispuestos, en defensa de sus sagrados intereses, a ventilar, si ello fuese preciso, y ante los organismos jurisdiccionales competentes, la defensa de sus derechos representados en los oportunos contratos taurinos suscritos con anterioridad a este acto y que exceden en más de cien corridas de toros contratadas en firme.
“2º) Que Manuel Benítez, El Cordobés, reconociendo la realidad de sus compromisos pactados con el pleno de los Empresarios Taurinos Españoles, individualmente y aquí presentes, y a pesar de su grave decisión de retirarse de los toros, reconoce la legitimidad y pretensión de éstos, y, en pro del público, afición, autoridades y Fiesta, decide volver a los ruedos, con todas sus consecuencias, ofreciendo su máximo entusiasmo, su entrega y tesón al mayor engrandecimiento de la Fiesta.”
Fin del problema. Al suspiro de alivio de todos, se unió la posterior comilona y la lidia y muerte de tres novillos por El Cordobés ante sus invitados. El escollo había sido salvado y Manuel Benítez reaparecería en Castellón, a principios de marzo, para dejar la plaza chica, cortar cuatro orejas y llevarse en las vueltas al ruedo un supermercado de prendas de vestir, palomos, conejos y hasta un pavo. La Fiesta respiraba aliviada. El torero de la época volvía tan arrollador como antes, y así siguió. Acabó su campaña encabezando el escalafón con 109 corridas toreadas, 176 orejas cortadas, sin contar los rabos, y ningún percance.
Que los empresarios más fuertes del toreo tuvieran que peregrinar a la finca de un torero para pedirle que no se retirara, o, mejor dicho, para obligarle a torear, no había ocurrido nunca ni volvería a ocurrir a día de hoy. Hago hincapié en esto porque nos sirve de indicador de la fuerza tan enorme que El Cordobés tuvo en la Fiesta. Abunda en eso, que Manuel Benítez, alternativado en la feria de mayo de 1963, en Córdoba –tarde en que cortó cuatro orejas y un rabo para tapar las bocas que aseguraban no poder hacerles a los toros lo que le hacía a los novillos–, no llevaba ni cuatro temporadas como matador de toros cuando se producen los hechos que comentamos. Pero, ya, de mucho antes, El Cordobés se había erigido en astro alrededor del cual giraba sumiso todo el planeta taurino.
Un torero adánico como él, sin noción del pasado y trayéndole al fresco la historia del toreo y, por lo cual, con ningún espejo o referencia en que mirarse; un huérfano de los perdedores de la Guerra Civil, con el pellejo endurecido a golpes y el instinto siempre vivo y alerta del perro callejero, fue capaz de traspasar las cordilleras de dificultades que se le pusieron por delante y conseguir ante los toros ascender desde el pajar al palacio y abrirse paso hasta movilizar en torno suyo el entusiasmo y fervor de las multitudes a grados hiperbólicos, inimaginables. Una personalidad arrolladora, un valor gigantesco, una voluntad indómita, una prodigiosa inteligencia natural y una capacidad de seducción hechizante, fueron sus armas para conseguirlo. Pero acompañadas de otra cualidad de la que han sido partícipes todas las grandes figuras del toreo: su insobornable sentido de la responsabilidad. Y lo que ello conlleva, que es entregarse por entero al público sin reparar en el toro que salga. Cada tarde. Todas las tardes. Siempre pisando el acelerador del temple y la quietud, de la entrega absoluta. Con tal disposición, pudo a la mayoría de los toros y a algunos hasta los hipnotizó, les privó de la bravura, se les montó encima. Y desencuadernó el toreo. Y no con el salto de la rana –eso fue después–, sino pegando naturales de ocho en ocho y de diez en diez.
Por eso fue quien fue. Y por eso, sin pretenderlo, la Fiesta le rindió su mejor homenaje, cuando al anunciar esta temprana retirada a que nos hemos referido, no dejó que se fuera. ¿Cabe premio mayor para un torero?
ResponderEliminarEpica la historia de El Cordobés.