Los ladrones a la cárcel y no al palco presidencial de La Maestranza. Si ladrón es el que roba, don Fernando Fernández-Figueroa lo es en todo el sentido del término por haberle robado el pasado 6 de mayo al diestro Roca Rey la Puerta del Príncipe que con total justicia había merecido. Y robarle a un torero la Puerta del Príncipe es como robarle al Louvre la Gioconda. Comparo para que se den cuenta del tamaño de la tropelía.
No voy a entrar en disquisiciones vanas. Me voy directamente al Reglamento Taurino de Andalucía, que en el apartado b) del punto 2 del artículo 59, dice: “La concesión de la primera oreja se realizará por la Presidencia, a petición mayoritaria del público mediante la tradicional exhibición de pañuelos blancos o elementos similares.” Nadie duda de que la petición del trofeo para el torero limeño en el último toro de la citada tarde fue mayoritaria con creces, y si el presidente se empeñara en negarlo, que solicite su ingreso en la ONCE y se ponga a vender cupones por las esquinas, porque de la vista anda fatal. Pero no caigamos en supuestos falsos: el robo se perpetró con total alevosía incumpliendo don Fernando el Reglamento al conducirse como si el trofeo solicitado se concediera o no a su criterio, cuando ya hemos visto que en la concesión de la primera oreja sólo tiene que limitarse a ver si es solicitada por una mayoría del público presente. Sin embargo, como de personalidad andan cortitos, los usías se dejan llevar por la beatería farisaica que se anda rasgando las vestiduras porque en lo que va de feria se ha abierto cuatro veces la del Príncipe y se han cortado no sé cuántas orejas. Esto, que debería ser motivo de regocijo, se interpreta como muestra de una intolerable decadencia, haciendo que el ejército de salvación de presidentes y mamahostias entre en acción para salvar la honra de la sacrosanta Maestranza. Resultado: caer en la injusticia y el delito, convirtiendo en damnificada a toda una figura del toreo y en ladrón a un honrado presidente; por lo cual, éste a la cárcel (de papel, como en La Codorniz) con la imposición de una orden de alejamiento a todo lo que signifique un palco de presidencia.
No obstante, los ladrones cuentan con cómplices, como ese día lo fueron de don Fernando los comentaristas televisivos de la corrida. Todavía que un documentalista avezado y memorioso ensalce la “personalidad” del presidente por ignorar y despreciar el criterio de la mayoría –cosa que no habla bien de su tan ponderada memoria, porque contradice lo expresado por esta misma persona en otras ocasiones que el torero debía ser más de su gusto–, tiene un pase, pero que un torero, un matador de toros, que ha sufrido y gozado el toreo por activa y pasiva, como Emilio Muñoz; con el miedo (valiente) que ha pasado delante de los toros y que por eso sabe mejor que nadie lo difícil que es jugarse la vida como hizo Roca Rey en su último toro, justifique al presidente diciendo que para cortar oreja la faena ha de tener una base, es cuanto menos falaz. Con la clase de toro que tenía delante el peruano, ¿qué bases quería Emilio? El inicio de faena fue explosivo, le practicó el toreo fundamental mientras tuvo toro para exprimir, luego se montó encima a costa de una voltereta y para remate le pegó un certero volapié en el hoyo de las agujas que lo tiró sin puntilla; esto es: una de esas estocadas que Emilio ha cantado alguna vez que otra como merecedora por sí misma de la oreja. ¿Qué más bases quería? Hay orejas que se cortan y orejas que se arrancan –eso también lo sabe Emilio Muñoz– y, a veces, las arrancadas son más meritorias que las otras. Yo he compartido con Emilio muchas de sus apreciaciones, por parecerme acertadas y oportunas, pero cuando una persona transparente como él deja entrever sus filias y sus fobias, ahí me sobra entero. Quizá por eso, lo que otros pudieran interpretar como comentario venenoso, cuando sugirió que seguramente Roca Rey no se hubiera sentido contento de haber salido por la Puerta del Príncipe, yo no lo vi así, sino que pensé que tal vez Emilio rememoraba sus sensaciones de cuando el presidente Paco Teja le regaló aquella puerta grande con la corrida de Torrestrella, en la feria de 1994. Aquel obsequio del partidario y amigo fue la comidilla de la Sevilla taurina durante mucho tiempo y el pobre Paco Teja hubo de llevar su carga antes y después que dimitiera de su cargo en 2011.
En cualquier caso, las comparaciones son odiosas y más en esta ocasión, pues si en la de Teja hubo regalo, en la de Fernández-Figueroa hubo todo lo contrario; esto es: pretender comparar un obsequio con un robo tiene tan poco sentido como asimilar lo que pudo sentir Muñoz en aquella ocasión con lo de Roca en ésta si el peruano hubiese salido, como merecía, por la puerta más apetecida de la Tauromaquia.
Lo que nadie puede ocultar es que Andrés Roca Rey se reivindicó como máxima figura del toreo actual; que su faena a “Comilón” fue extraordinaria por la calidad de un toreo de plaza en pie y por el lío gordo que formó en su epílogo, rubricado con media estocada de la que dobló el toro. Y todavía hay quien cuestiona la segunda oreja, que, por cierto, tardó una eternidad el presidente en conceder. Me gustaría escuchar los argumentos de los que así se pronuncian, porque si esa faena no era de dos orejas díganme cuál o cuáles de todas las vistas era o eran merecedoras de ello. Por último, con un toro complicado y a la contra como fue el sexto, se dio por entero, hizo sonar la música, y se jugó el pellejo para hacer bueno el brindis a sus padres y que se descorriera el cerrojo soñado. No pudo ser. Los señores del palco no consideraron oportuno hacerle justicia, insultando, de paso, con su desprecio a los miles que demandaban pañuelo en mano el trofeo bien ganado. Es por ello que, para manifestar su indignación, llenaron el ruedo de almohadillas, sobre todo la parte de sombra. Eso es lo que consiguen los “salvapatrias”: encabronar al personal y hacerle un flaco favor a la fiesta de los toros. ¡Vamos, lo que el toreo necesita en estos momentos
Muy bueno. Va a haber que poner el VAR en los toros, igual que en el futbol
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