Durante el reciente San Isidro se han presentado en Las Ventas, en el marco de las actividades culturales de la Feria, varios libros taurinos. Entre ellos destaca la obra José Tomás (el título del libro es una “J”, que da por supuesto la comprensión inmediata del aficionado sobre su temática), de la que son autores Agustín Arjona , hijo de José María, auténtico líder de lo que ya se debe catalogar como “Escuela Sevillana de Fotografía Taurina” y Joaquín, su sobrino nieto, ambos fotógrafos excepcionales de la tauromaquia; y Santi Ortíz, ex matador de toros onubense y escritor al que ya se puede considerar un clásico de la literatura taurina, además de ser el más importante seguidor del maestro de Galapagar.
Dicha terna ha creado un libro fuera de lo común. La obra impresa, fotográfica y literaria, que todo torero querría tener, para que su arte, temporal y evanescente, sea guardado para siempre. Se trata de un testimonio imperecedero, más fuerte que la memoria del aficionado, la prueba de lo que por él vivido viendo torear a José Tomás será visto, valorado por quienes no llegaron a verlo y revisto por el propio artista una y otra vez.
Como dicho libro es una obra mixta, de imagen y palabra, vayamos por partes:
La fotografía. Decía Antonio Ordóñez, cuando ya se había retirado, que la fotografía taurina le había curado del mal de la ausencia. De la ausencia de su obra, perdida para siempre, desdibujada en su memoria y en la memoria de los aficionados. Decía que el destino del arte taurino sería un agujero negro cuando tanto él como los aficionados de su tiempo hubieran muerto, sino fuera por la fotografía. No por el filme o el video, incapaces de reproducir el tiempo del toreo, los terrenos, la incertidumbre que gravita sobre el toreo a medida que se sucede. Por el contrario, valoraba la vigencia permanente de la fotografía, cuando el fotógrafo capta ese instante preciso en que el lance o el pase expresan todo su significado. De manera que el maestro de Ronda valoraba al fotógrafo capaz de haber sentido lo mismo que él mientras toreaba. Y se refería entonces, primero a José María Arjona, y también a Cuevas.
Dueños de esa maestría, de ese torear con la cámara son los dos Arjonas autores de este libro. Sus imágenes revelan la estética, el pathos, la técnica, el porqué profundo de cada pase, de cada lance de José Tomás. Hojear su libro exige una lectura visual que desentraña el valor, la estética, la belleza del toreo tomasista. Hay muchas suertes repetidas en las páginas de esta formidable edición que nunca adolecen de ser repetitivas, porque cada una guarda un distinto secreto de sentimiento, de trazo, de emoción y de técnica. Pero en este gran libro hay, como en toda obra humana, una mácula. Faltan las actuaciones de José Tomás en la plaza de Madrid, corridas que los Arjona no cubrieron. Pero es injusto señalar esta lacra, por mucho que José Tomás y Las Ventas sean un tema central en la historia de este torero. La laguna queda eximida por una realidad fotográfica apabullante: quien quiera saber cómo torea José Tomás y/o recordarlo, con la antología arjoniana del torero tiene más que suficiente.
La literatura. No se parece la prosa de Ortíz al toreo de José Tomás. Más barroca es la palabra del escritor que la estética desnuda del torero. Pero las identifica un temple común y un mismo sentimiento en la idea. Andaluz es el prosista y castellano el lidiador, pero el concepto los une. Hay en la versión tomasista de Ortíz una fascinación reverente por el valor no valorado, la maestría no explícita, el trazo despojado del menor guiño, la perfecta composición no compuesta de las suertes, el mérito no vendido que caracterizan el toreo de José Tomás como una obra de arte a la intemperie, antidemagógica, libre de toda apoyatura que la ayude, ya sea la gracia o el duende, la maestría y la espontaneidad. Estos valores subyacen bajo su arte, pero no quiere el torero que nada ajeno al hecho mismo de torear se valore, solo que el toreo hable por sí mismo. Y ese dificilísimo seguimiento de la ética y la estética tomasistas, desde que el torero llega a la plaza hasta que de ella sale, convierte este texto en un singular manifiesto, por una parte analítico, metódico en su evaluación, el referente argumental de una asombrosa torería y, por otra, en la adhesión a un diestro cuya mística el escritor comparte con el torero. Exactamente la de ese misterioso oficio que consiste en vestirse de luces y jugarse la vida para que la insólita tribu de adictos a la tauromaquia disfrute el secreto de una obra de arte no menos insólita, la protagonizada a vida o muerte por el hombre con el animal La lectura de este corto pero intenso ensayo, de dificil seguimiento, pues se somete al orden de las imágenes como si de largos pies de foto se tratara, merece el esfuerzo: son las páginas más profundas que se han escrito sobre José Tomás.
Por José Carlos Arévalo - EntreToros
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