La lidia ofrece tantas fases, lances y matices que ha dado para multitud de locuciones expresivas
ÁLEX GRIJELMO
La precisión léxica que acumuló la lidia durante siglos no parece haber llegado a algunos narradores de los encierros de San Fermín, que hablan cada día de los “heridos por asta de toro” (claro: no va a ser por asta de bandera); o que anuncian que ya se va a “escuchar” el cohete que da salida a las reses (quizás porque aprecian las armonizaciones y las distintas tonalidades del estallido); o que se refieren a ese ejemplar castaño “que lidera la manada” (liderar: verbo perezoso que ahoga opciones más precisas para cada ocasión, como “encabezar”, “dirigir”, “presidir”, “acaudillar”, “pilotar”, abanderar”, “comandar”, “capitanear”, “arrastrar”…).
La lidia lleva mal camino, por culpa principal de sus propios empresarios y ganaderos. Y también por la evolución de una sociedad que empieza a repudiar mayoritariamente el maltrato a los animales. El etnógrafo Joaquín Díaz auguraba en 2015, preguntado al respecto por EL PAÍS: “Yo creo que se acabará indultando al animal y manteniendo la fiesta. Es decir, se establecerá un simple juego sin matar al toro”.
Lo que sí sobrevive de momento es el rico léxico taurino que ha saltado las barreras del ruedo para incrustarse en el lenguaje culto común. En algunas expresiones ese rastro se ha perdido (sobre todo para muchos jóvenes), hasta el punto de que su procesamiento cognitivo no evoca ya el albero. Hablamos de alguien que usa muletillas, que además cambia de tercio a cada rato, y a quien ayer le hicieron una faena, y respecto al cual debemos estar al quite porque cree que sufre una operación de acoso y derribo cuando en realidad todo es nada más que un brindis al sol (acortamiento de “brindis al tendido de sol”).
Quien se evade de un problema da una larga cambiada; el que resuelve deprisa hace una faena de aliño; un problema está “afeitado” si se limaron sus asperezas como se manipulan los cuernos para que causen menos daño; alguien que actúa sin trampas va a cuerpo limpio (sin espada), y siempre hay quien busca que le pongan a alguien en suerte (hoy en día con una buena comisión, claro).
Por el contrario, quedará patente el origen taurómaco de la imagen si contamos que una persona ha recibido muchas puyas y debemos echarle un capote, porque si no va a quedar para el arrastre, ya que es muy de entrar al trapo. Y la referencia se vuelve obvia cuando en la metáfora aparecen términos específicos: “Ver los toros desde la barrera”, “coger el toro por los cuernos”, “a toro pasado todos somos Manolete”, “hasta el rabo todo es toro”, “salió por la puerta grande”, “lleno hasta la bandera”, “desecho de tienta”, “se refugió en tablas”, “eso le dio la puntilla”, “es un primer espada de la política”.
También hallamos expresiones más eruditas, como “se la clavó hasta los gavilanes” (por las dos cabezas de ave que adornaban la cruz de la espada) o “se fue con media en las agujas” (cabizbajo, en alusión a esa estocada que humilla pero no mata).
La lidia ofrece tantas fases, lances y matices que ha dado para multitud de locuciones expresivas, como han estudiado Carlos Abella (¡Derecho al toro! El lenguaje taurino y su influencia en lo cotidiano. 1996) o Andrés Amorós (Lenguaje taurino y sociedad. 1990). Ninguno de ellos habría escrito “sufrió una herida por asta de toro”, sino “sufrió una cornada”. Como las que da la realidad.
Ojalá en el futuro sea posible, conforme señalaba Joaquín Díaz, una nueva fiesta taurina sin la muerte del animal (con recortadores, garrochistas, toreo de capote…), para que su lenguaje siga refrescando las imágenes y metáforas que representan fielmente lo que nos pasa en la vida.
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