miércoles, 9 de octubre de 2024

El tendido 7 envuelto en el escándalo de Las Ventas

 

La monumental bronca que se montó el domingo en la plaza de Madrid tras la cogida de Roca Rey muestra que la fiesta está viva, pero que el acoso a los toreros no es el camino

Este domingo se organizó en la plaza de Las Ventas una marimorena de órdago. Estaba anunciado el peruano Andrés Roca Rey, indiscutible primera figura del toreo actual, y, desde que hizo acto de presencia en el ruedo, contó con la animadversión del tendido 7, famoso por la defensa del toro íntegro y su constante exigencia.

Roca Rey era el blanco perfecto. Su primer toro, el segundo de la tarde, de nombre Soplón, 557 kilos de peso, de la ganadería de Fuente Ymbro, de seria presencia, astifino, fiero, encastado y exigente, era una papeleta difícil. Pero el torero peruano, valeroso donde los haya, le hizo frente con una gallardía inusual y se jugó el tipo a carta cabal desde que tomó la muleta y lo recibió de rodillas en el tercio, hasta que el toro murió y el torero acudió por su propio pie a la enfermería.


La película que se desarrolló en poco más de diez minutos fue de una acción trepidante entre un toro indomable, combativo y áspero, un torero heroico y arrollador, una mayoría de la plaza entusiasmada y conmovida ante el singular espectáculo y un pequeño grupo de espectadores empeñados en romper la magia del momento con palmas y protestas airadas contra el torero.

Y en el momento más apasionante de aquella pelea sin cuartel llegó la tremebunda voltereta, dramática, brutal y pavorosa; en el inicio de un pase de pecho, Soplón levantó al torero por el trasero, lo estampó de cabeza contra la arena, lo buscó con rabia, el pitón izquierdo hizo carne en la chaquetilla dorada del torero y balanceó con furia su cuerpo como un pelele en una escena violenta y dantesca.



Roca aún tuvo agallas para recuperar el resuello y volver a la cara del toro antes de perfilarse para la suerte suprema. En esos instantes, la acción se trasladó a los tendidos. Miles de gargantas estallaron de rabia (los gritos de “fuera, fuera” parecían ensayados) contra el tendido 7 al que culpaban de la cogida sufrida por el torero a causa de la presión soportada. La trifulca fue muy gorda, de las más ruidosas que se recuerdan en esta plaza en los últimos tiempos.

Seamos claros. Primero, la polémica y la división de opiniones son consustanciales a la fiesta de los toros, señales inequívocas de que la fiesta está viva. A garrotazo limpio solucionaban nuestros antepasados su fanatismo por uno u otro torero. Y segundo: el sector crítico del domingo no fue el culpable de la cogida de Roca Rey, responsabilidad exclusiva del toro y el torero.


Pero ni es admisible la ignorancia de los públicos modernos que cuestiona los cimientos clásicos de la tauromaquia, ni la imposición por decreto de quienes se consideran depositarios de las esencias taurinas.

Roca Rey puede gustar o no, y hay que ser exigente con él por su condición de figura relevante, pero no es justificable la crítica permanente por el hecho de ser quien es.

 El pasado domingo no la mereció; ni estuvo vulgar, ni ventajista, como en otras ocasiones; por el contrario, su faena a ese toro Soplón fue una muestra incontestable de por qué ocupa un lugar de privilegio en la tauromaquia moderna. Y la cogida que sufrió, la consecuencia de su compromiso. Además, todo torero merece un respeto cuando está en la cara del toro, y no las burlas o las recomendaciones extemporáneas y ridículas de quienes se creen Joselito y Belmonte desde el anonimato de su zona de confort. “A mí el que me gusta es el público del tenis”, dijo una vez Curro Romero.

Los protestones del tendido 7 se equivocaron y merecieron, ellos sí, la reprimenda del resto de la plaza.

En ese lugar se sientan un pequeño grupo de reventadores —al igual que sucede en otras zonas de la plaza— y, en general, buenos aficionados de diverso conocimiento y condición, entre los que destacan los miembros de la Asociación El Toro de Madrid, defensores a ultranza del protagonista de la fiesta y comprometidos con la integridad de la misma ante la autoridad, los empresarios de Las Ventas y los taurinos. Estos protestan con frecuencia, unas veces con razón y otras sin ella, escriben cartas a los responsables de la tauromaquia en Madrid, organizan interesantes jornadas invernales, exhiben pancartas cuando la ocasión lo requiere, y editan una revista en papel en la que repasan de modo exhaustivo la temporada en la capital y ponen a caldo a todos los estamentos relacionados con los toros, incluidos los periodistas.


Es imposible discernir si los de las palmas de tango contra Roca procedían o no de la Asociación El Toro, pero es normal que el público cargara contra todo el 7, pues de allí surgieron las discrepancias.

La misma noche del domingo, el presidente de este grupo de aficionados, Roberto García Yuste, se quejaba en la red X del trato recibido: “No conozco a nadie del 7 —decía— que se alegre de la cogida de un torero. Y parece que somos los culpables, como si lo pretendiéramos. Hoy se nos ha echado la plaza encima: insultando, amenazando y culpabilizando de la cogida. Alucinante. Seguiremos siendo exigentes, y con las figuras más”.

Claro que sí, exigentes siempre, pero no intransigentes; defensores del toro y de la pureza, sí, pero no acosadores de algunos toreros.

Es de buen aficionado saber cuándo y cómo protestar, y también aceptar de buen grado las críticas. 

Y si no, que aprendan de los picadores que no hacen su labor correctamente y deben aguantar cabizbajos ese insulto habitual a voz en grito que suele salir del tendido 7: “Picadoooor…”, y los demás responden: “¡Qué malo eres...!”, a sabiendas de que el piquero no suele ser responsable de la pésima ejecución de un tercio en desuso.


Aplíquense la máxima: “¡Aficionados…, que no por ser intransigente se es más puro y entendido en tauromaquia!”

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