La suerte no sólo la buscan los toreros; también el que compra el boleto. Gástense cien euros en una entrada para el Circo del Sol o la final de la «Champions» y disfrute garantizado. Los toros son otra cosa. El aficionado a los toros se parece más al cazador furtivo. Días que apuntan a gloria y se diluyen como un azucarillo y tardes anunciadas de diluvio universal –el pasado Domingo de Resurrección– que pasan a la Historia. Recuerda Carlos Marzal –que está de reciente parto literario– el día que se metió mil kilómetros para ver a Paula en El Puerto y amaneció aquella mañana de Levante...
La encerrona de ayer de Manzanares en La Maestranza lleva meses de boca en boca. Ruidoso runrún que colgó hace días el «No hay billetes». Manzanares, el torero más mimado de Sevilla, el que comparte capelo de Cardenal junto a Morante. Seis toros después de las dos Puertas del Príncipe del año pasado, de la locura del indulto de «Arrojado». Un día de segura efeméride. Pero no. La suerte taurina hace estos regates.
No fue el día de Manzanares, que se redimió con el extraordinario sexto después de una salvífica ovación de La Maestranza cuando el de Alicante mordía el capote en las tablas. Manzanares volvió a morder el percal, se fue a portagayola y ahí comenzó a salvarse, en parte, la corrida. Dos orejas (una de ellas por compensación del esfuerzo). La apuesta de seis toros siempre es arriesgada, más si hay uno de Victorino que, como ayer, dejó a Manzanares sin aliento. Una encerrona debe ser una obra de una pieza y no una obra de seis actos. Y hubo momentos de aquellas moviolas de Mankiewicz en las que cambian el tiro de cámara y vuelve a repetirse la misma escena, cuando entra otra vez Ava Gardner a tirar el champán en el salón
.Sevilla.
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