miércoles, 30 de julio de 2014

Un cuadri para el recuerdo

"Trastero" se llamaba y se va a llamar durante mucho tiempo.
 Ese es toro de los que no se olvidan. Negro zaíno, hondo, badanudo, de mirada seria y noble, marcado con el 18 y el hierro de la H tumbada de los Cuadri, bravo como un toro bravo, entiéndase bravo en el mejor de los sentidos o lo que es lo mismo orgulloso, exigente, de los que venden caro el éxito porque los éxitos de los toreros, los auténticos, nunca jamás pueden ser fáciles ni baratos. 
Trastero fue claro desde el principio, ni hubo que descubrirlo ni andarle con mimos ni monsergas.
 De salida embistió codicioso a los capotes y ya en el primer puyazo quedó bien
a las claras su bravura. Apretó con los riñones, fijo, el rabo levantado de pura codicia, encelado, sin querer abandonar su presa… la reunión fue de las que valen una feria, no quito un ápice, una feria, uno de esos momentos que justifican los desvelos de un ganadero… fue tal la belleza de aquel pulso que un calambrazo de emociones recorrió la plaza.
 Entiendo que también el ánimo de Rafaelillo, su afortunado matador, que le cuajó un ajustado y torero quite, dos chicuelinas y una media soberbia, porque hay que apresurarse a decir que si Rafaelillo tuvo suerte con Trastero, Trastero la tuvo con Rafaelillo, que anduvo entregado y sincero a lo largo de toda su actuación.

Aún acudiría Trastero pronto y alegre a un segundo encuentro con Juan José Esquivel, de la misma manera que galopó en banderillas a requerimiento de Joselito Rus y Neiro que le cuajaron un gran tercio con los palitroques para que no faltase de nada. Rafaelillo, que ya había estado asentado y poderoso en el buen primero, le plantó cara con la sinceridad que merecía Trastero.
 Le ofreció la muleta adelante y abajo y lo llevó largo y sometido y en los momentos clave, en los que a Trastero le afloraba el carácter de su casta indómita, le aguantaba el reto para volverlo a embarcar y tirar de él. No fue faena de exquisiteces porque el toreo tiene muchos matices y a la emoción se llega por la belleza y la inspiración de los toreros, pero también por la emoción que genera un pulso como el de ayer, un bravo contra otro bravo, sinceridad frente a sinceridad.
 En la línea más bella, para escenificar el dominio del torero sobre el toro, Rafaelillo dibujó tres ayudados por abajo que fueron tres monumentos. Mató de una estocada, se desbordó el entusiasmo, le concedieron las dos orejas y la vuelta al ruedo a Trastero, a tales señores tales honores. Y hablando de señores, la afición descubrió en el tendido al ganadero, Fernando Cuadri, y le obligó a saludar. Lo hizo discretamente, como los hombres de campo, orgulloso y responsable, como para no restar protagonismo a nadie y todo seguido se tapó en su discreción.
El resto de la corrida también tuvo buena nota. El primero, dormido de salida y altón, una mole, todos saltaron por encima de los quinientos cincuenta kilos, tomaba la muleta con franqueza; el segundo fue una prenda, con todos los problemas que tienen estos toros cuando sacan problemas; el tercero tuvo nobleza; el cuarto fue Trastero, es decir la leche; el quinto apuntaba a bravo cuando ya se había desatado la fiebre torista en la plaza pero se vino abajo y no fue lo que prometía; y el sexto fue noble y parado. Con Trastero en el lote, la nota fue necesariamente alta.
De Rafaelillo queda dicho que redondeó una excelente tarde.
 Bien con el primero, que pedía oficio y mucha fe en que por mucho que esperase acabaría tomando la muleta y notable con el gran Trastero
. Llegó a la feria bajo las suspicacias que genera siempre estar apoderado por la empresa y se va con el marchamo de triunfador.
 Para que luego digan/digamos.

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