lunes, 22 de mayo de 2017

Lección de torería

Cuando Antonio Ferrera finalizó la vuelta al ruedo tras la muerte del quinto toro, el público la tomó con el presidente y le dedicó una sonora bronca.
 El motivo fue la negativa del usía a concederle al torero la segunda oreja. Injusta fue la protesta y acertada la decisión del señor del palco porque si bien Ferrera se entretuvo en dictar toda una lección de sobresaliente torería, no fue el suyo un examen de matrícula de honor, pues su imprescindible colaborador, el toro, no encerraba en sus entrañas las condiciones necesarias para que la obra resultante hubiera sido conmocionante y arrebatadora.
Pero dejó a la plaza entera, eso sí, con la boca abierta.

 Bueno, lo cierto es que desde el inicio del festejo se mostró Ferrera como un torero nuevo, clásico y macerado por el tiempo. No había más que ver su forma de andar por el ruedo, salir de la cara del toro, las pausas… Allí había un maestro, un diestro transfigurado; y eso se nota y se siente por la megafonía del sentimiento.

Lo que dictó ayer Ferrera fue su magisterio, expresado en la seguridad, la confianza, la naturalidad, la hondura, la elegancia y la búsqueda constante de la pureza.
Su primer anuncio fue con el capote ante su primero, al que recibió con un par de excelentes verónicas rematadas con dos medias sencillamente extraordinarias. Esa tarjeta de presentación dio paso a la faena de muleta al quinto, que comenzó con pases por alto, ganando terreno, y coronados en el centro del ruedo.
Allí, asentó las zapatillas, se ajustó la chaquetilla y dijo sin hablar que prestaran atención. Y lo que siguió fue la lección de un torero en plena madurez, ni más ni menos, con exacto sentido de los terrenos, las distancias y la colocación. El animal era noble y sosón, con la cara siempre a media altura, pero mejoró, ¡qué remedio!, ante la insistencia inteligente del torero. Surgieron, primero, hondos redondos; después, dos elegantísimos cambios de manos, y una tanda de naturales, a continuación, bellísima y desbordante de plasticidad. Otra más citando de frente, y unos ayudados finales antes de volcarse sobre el morrillo del animal y cobrar una estocada que fue suficiente.Sin algarabía, sin arrebato y sin la conmoción de las grandes tardes, Ferrera acababa así su clase de tauromaquia para paladares exquisitos. Su primero había sido una mole de carne que se paró pronto.
Bueno, lo de los toros da para una tesis. ¿Quién los habrá elegido? ¿Y quién los aprobó? Veamos: salieron tres abueletes —cumplían seis años en 2017—; a continuación, dos yogurines, —cuatro años desde enero y febrero pasados—, y el quinto, un hombre hecho y derecho. Los tres primeros feos y con las fuerzas justísimas. Imagínese a un señor —salvando las distancias— de la tercera edad al que preparan para participar en los Juegos Olímpicos. Pues, eso. Mucho interés, pero no acaba la carrera. Ninguno de tres la acabó, dieron todo lo que tenían en el tercio de banderillas y en el de muleta pedían a gritos una bombona de oxígeno. Después, resultó que ni los niños ni el hombretón tampoco derrocharon energía, lo que vino a demostrar que el problema fundamental no era la edad, sino la sangre. Que no valían como toros bravos, vamos… El único que mantuvo el tipo fue el quinto, y más bien por la pericia de su matador que por sus propias condiciones.
A pesar de todo, no se le puede poner un pero a la terna actuante. Los tres merecían toros con más riñones, con más codicia y picante (¿quién eligió esta corrida y quién la aprobó?), pero Padilla, Escribano y el ya citado Ferrera estuvieron muy por encima de sus toros.
Los tres compartieron banderillas en sus primeros toros y protagonizaron un tercio irregular y lucido; mejoraron, después, en los tres restantes (muy serio Padilla, magnífico Ferrera en un par al quiebro en tablas, y temerario y espectacular Escribano en otro quiebro sentado en el estribo).
Padilla (un perfecto director de lidia toda la tarde) nada pudo hacer ante su primero, agotado y sin fondo; recibió al cuarto, de rodillas en el tercio, con una larga cambiada, y así repitió la suerte cuatro veces más, avanzando hacia el centro hasta acabar casi en la misma boca de riego. Lo intento de veras, pero al toro mozuelo le faltaba vida. Mató con dignidad a su lote y pasó como un torero serio y comprometido, aunque falto de lucimiento por el mal juego de sus toros.
Tampoco le faltó entrega a Escribano; parado y vacío fue su primero, y algo más de vida mostró el sexto. Se fue a recibirlo a porta gayola, el toro se le paró a metro y medio, y tuvo la inspiración de resolver la papeleta con eficacia, pero el susto fue de muerte. Lo muleteó con escaso lucimiento por la sosería de su compañero y lo mató mal.

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