miércoles, 6 de mayo de 2020

BELMONTE Y LA NUEVA BRAVURA


Por Santi Ortiz


     Comencemos por el principio. Una gran mayoría de aficionados taurinos tienen profundamente arraigada la creencia de que la agresividad natural del toro de lidia  y la bravura son una misma cosa. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.

     Que el soporte biológico de la bravura sea la agresividad que el toro lleva grabada en su genoma, no nos faculta para identificar ambos conceptos. De hecho, mientras que la agresividad del toro, como cualidad esencial del mismo, es tan estable como las características específicas de la raza de lidia, la bravura ha venido experimentando una incuestionable evolución a lo largo del tiempo. La primera es un concepto biológico, regido por las leyes de la selección natural; mientras la bravura es un concepto taurómaco, con carácter histórico, que, por involucrar a la inteligencia del hombre, se rige por las leyes de la selección cultural.

     Situado en una época anterior al advenimiento del toreo, el toro es un ser vivo moldeado por la selección natural. Como herbívoro que debe cuidarse de los depredadores, ha desarrollado un sistema visual que le permite tener un mayor campo de visión lateral y hacia abajo, un finísimo oído, un buen olfato, cuatro poderosas extremidades que le facultan para una veloz –aunque no larga– carrera y una testa coronada por dos astifinas defensas que le hacen temible en un encuentro frontal. Hasta aquí, el toro conformado por la selección natural.
 Veamos ahora las modificaciones que la interacción con el hombre le propicia.



Costillares, torero sevillano del siglo XVIII
     En la época en que se inicia el toreo a pie, la selección cultural prácticamente no se ha hecho notar, pero con el paso de los años el toreo se profesionaliza, convirtiéndose en el espectáculo más popular. La cotización del toro como animal de lidia experimenta un alza que sobrepuja su valor cárnico y otorga al ganadero un prestigio imposible de conseguir a través del ganado mansueto. Tales circunstancias dan origen, en el último cuarto del siglo XVIII, cuando la primera terna señera del toreo –Costillares, Pedro Romero y Pepe-Illo–, pisa la arena, a una especialización en la crianza del toro de lidia sin parangón en el pasado, pese a que haya constancia de la existencia de ganaderías bravas consolidadas a partir del siglo XVI e incluso antes.

XXVII y XXVIII. El Siglo XVIII, siglo de "las luces". - Ensayos     Sin embargo, es a finales de la centuria dieciochesca o a principios de la decimonónica cuando la mente del hombre comienza a romper la isotropía de la selección natural introduciendo en la existencia del toro una dirección privilegiada: la que discrimina a las reses en función de su idoneidad para la lidia. Ese es el criterio. A partir de ahí, comienza a buscarse un toro idóneo para la lidia de fines del XVIII y principios del XIX; un toro que se aparta de la naturaleza para adentrarse en la senda cultural del toreo.

Toros y cañas en la Plaza Mayor de Madrid I | Revista Madrid Histórico A partir de esos tiempos, cuando la tienta busca potenciar en el toro su codicioso empuje en el primer tercio y la fuerza y el poderío que obliguen al torero a utilizar su valor y su técnica para poder darle muerte a estoque, la bravura y la lidia quedarán hermanadas por unos mismos rasgos evolutivos, de forma y modo que toro, torero y toreo empiezan a configurar una especie de círculo vicioso o virtuoso –al que el factor tiempo impide cerrar del todo– que persiste hasta nuestros días y en el que las modificaciones ocasionadas por una parte influyen sobre el resto, variándolo a su vez.

38.- Monumento al TORO DE LIDIA. Puerto de Santa María – Escultor ...     Esta mutua influencia es lo que dota a cada uno de estos tres factores de carácter histórico. Particularmente, en lo que se refiere al toro, porque ese concepto toro idóneo, no es un concepto atemporal, sino que ha venido sufriendo modificaciones con el transcurso de la historia; esto es: ha venido experimentando cambios en función de los que, a su vez, ha sufrido el toreo y los gustos del público.
 Dicho esto, ¿qué evolución ha seguido el toro? O expresado de otro modo: ¿cómo ha evolucionado el concepto de bravura que ha ido buscando el ganadero? Muy sencillo: tanto el toro como la bravura han experimentado una evolución paralela a la lidia. ¿Y qué evolución ha seguido la lidia?, pues la que ha venido desplazando el centro de gravedad de la corrida desde el primero al último tercio.

Evolución de la suerte de varas durante el siglo XX | Pureza y Emoción     Hasta los tiempos de Bombita y Machaquito; esto es: los que preceden al protagonizado por Joselito y Belmonte, el público valoraba sobre todo la suerte de varas, las intervenciones en quites de los matadores y la estocada, suerte suprema del toreo a pie. Por aquel entonces, la muleta no pasa de ser un mero instrumento utilizado para ahormar los defectos del toro, con mucho pase de pitón a pitón y otros en los que casi nunca el torero se pasa al burel por la faja, todos encaminados exclusivamente a preparar al toro para la muerte. 


     Con ese esquema de espectáculo; esquema que se mantendrá hasta la llegada de Belmonte, ¿qué bravura es la que ha de buscar el ganadero? Ya lo hemos apuntado antes: aquella que luzca con sangrienta espectacularidad en los caballos y que permita al toro llegar a la muleta con la suficiente pujanza para que, por un lado, el torero muestre su dominio y, por otro, pueda ejecutar la suerte de matar, recibiendo o al volapié. Eso es todo.

     ¿Y cuál es la prueba selectiva –la tienta– acorde con este tipo de bravura? La que permite al ganadero apreciar la capacidad de las reses para superar el castigo infligido por la puya. Realmente, eso es lo único que le importa; por eso, la tienta que practica se centra exclusivamente en la pelea de las reses en el caballo. Su comportamiento en la muleta carece de interés alguno para el ganadero de entonces, siendo una gran mayoría las vacas que se van sin torear, y las que se torean es para que los toreros se entrenen, los aficionados practiquen o los invitados se diviertan. Y aunque es innegable que, en un periodo de tiempo tan dilatado como el que lleva de la época de Costillares a la revolución belmontina, la evolución de la Fiesta va derivando hacia un concepto más estético del arte, que atrae una paulatina y creciente atención de los públicos hacia la belleza de las suertes de capa, el donaire de las banderillas y el aplomo e inteligencia en el manejo –obligatoriamente breve aún– de la muleta, es una época sin rupturas donde cada presente toma a su pasado por modelo y lo tiene por referencia de obligada emulación. No obstante, se habla de que el Guerra cambió el toro; pero no en el sentido que aquí hablamos. Rafael lo achicó y logró que salieran con cabezas más cómodas, mas ni el tipo de bravura ni la tienta sufrieron con él el más mínimo cambio.

La razón incorpórea: El toreo de Belmonte (VI) Técnica y estética ...     Pero llega Belmonte, y con él este estado de cosas sufre una drástica convulsión. Haciendo del toreo una gimnasia espiritual, una fuerza poética interior que se vale del toro y de la lidia para manifestarse; una fuerza capaz de conferirle un sitio de honor al sentimiento donde antes sólo campaban el valor y la técnica, Juan Belmonte conmociona los cimientos mismos del toreo para protagonizar un cataclismo revolucionario cuyo asombro reparte sus destellos entre tres vértices bien definidos: el estético, el técnico y el ganadero; aunque aquí sólo vamos a ocuparnos de este último.

Martin Agüero Ereño on Twitter: "#LaTauromaquia. Como ustedes bien ...     Con el TEMPLE, esa herramienta espiritual sin parangón en el pasado que él trae al toreo, dota a éste de una dimensión espacio-temporal que no podía darle el brusco manejo de los engaños en vigor hasta su llegada. Cuando Juan consigue acoplarse con un toro y el arte brota como un descubrimiento, el temple alarga la embestida, suaviza la aspereza, conduce al toro en pos de los engaños y armoniza el ciego instinto de la animalidad y la voluntad creadora del hombre.

     Sin embargo, en los primeros tiempos de Belmonte pocos son los toros que se avienen con el nuevo toreo. Nadie los ha criado para esto. La selección cultural del toro de entonces no contempla su comportamiento en los engaños, de ahí que los bureles de esa primera época acometan más que embistan. Ningún ganadero ha tratado de alargar el viaje de sus embestidas –porque eso hasta entonces, con el toreo que se venía practicando, no servía para nada– ni de suavizar sus arrancadas.  Pero la llegada de Juan demanda exigencias nuevas, una nueva problemática, que el ganadero tendrá que solucionar. 
Más de uno repara en que, cuando Juan consigue meterse en el terreno del toro y atemperar su áspera acometida trocándola en pastueño embestir, es cuando de veras resplandece el milagro revolucionario de un toreo que ha conseguido sacudirse su condición subalterna de la suerte suprema para brillar con luz propia. A partir de tal consideración, comenzarán los ganaderos a buscar, en el laboratorio del campo, un toro más complejo, esto es: un animal que no sólo responda a las exigencias que el primer tercio impone, sino a las que demanda el toreo recién nacido.


     Deben, por tanto, atemperar la brusquedad del toro, y buscar un mayor punto de nobleza y unas hechuras que faciliten su capacidad de alargar el viaje siguiendo los engaños. Deben, en definitiva, buscar un toro nuevo apto para el nuevo toreo, y, por ello, el comportamiento de las reses en la muleta comienza a tenerse algo en cuenta en el campero examen de la tienta. El concepto de bravura sufre así una apreciable modificación, pues, a su capacidad de contribuir a la emoción del peligro, deberá ahora unir la de propiciar el deleite estético. La bravura no puede ser ya exclusivamente enemiga del torero, sino que, para que el arte florezca, también ha de ser su colaboradora.

     El cambio es radicalmente drástico. Mientras que en los siglos anteriores, es el toro quien condiciona el toreo –aunque condicionado a su vez por la suerte de varas–, de Belmonte en adelante será el toreo quien condicione al toro, añadiéndole una problemática nueva que la selección cultural deberá superar: la de cumplir con la exigencia estética.

EN LA PUERTA DE TOREROS, POR ROBERTO DOMÍNGO     Conclusión: es Belmonte con su nuevo toreo quien propicia el toro del futuro y no Joselito. Eso no quita para que Gallito, al que, como a cualquier torero, le interesaba esa nueva bravura colaboradora que propicia Juan, se valiera de su liderazgo entre los ganaderos y la amistad que le unía a muchos de ellos para ejercer su influencia impulsando el cambio de criterios selectivos que imponía en la tienta el toreo nuevo alumbrado por el trianero. Ese apoyo de José a la implantación del nuevo toro me parece innegable; pero, de ahí a sostener que fue él quien cambió el toro media un abismo. Al toro lo cambia el cambio de toreo, y quien cambió el toreo de aquel tiempo fue Juan, no José.

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