martes, 1 de septiembre de 2020

UN VIENTO FRESCO, LIMPIO Y SANO

 

Por Santi Ortiz


De la remota gruta de los vientos, nos llega un aire fresco, limpio, sano, vivificante y tónico, que ventila pulmones y conciencias y nos oxigena de esperanzas la vena aorta de las ilusiones. Qué diferencia con ese otro, viciado, envejecido por los calendarios, malsano por haber degradado la aventura en oficio, que se empeña en quedarse por encima de todo, impregnando de miasmas conformistas las salas y rincones del toreo.

Es verdad que en su recorrido por los calendarios las monteras que lo componen dejaron en la arena lo mejor de ellas mismas y hay algunas que todavía lo dan, pero hasta el más apetitoso manjar llega a hartarnos si hemos de comerlo por fuerza diariamente. Y eso es lo que está ocurriendo con la mayoría de los carteles de feria, convertidos en una abusiva y cansina repetición.

Si tomamos, entre los que torean asiduamente, a los once matadores de toros más longevos –Ponce, Finito, Morante, Ferrera, Curro Díaz, El Juli, Urdiales, El Fandi, Castella, Manzanares y Perera–, resulta que entre todos suman 245 años de alternativa; esto es: el mismo tiempo que ha pasado desde que Pedro Romero debutara en Madrid –1775– e iniciara su competencia con Costillares. Dicho de otra forma: acumulan tantos años de alternativa como edad tiene prácticamente el toreo a pie. Una curiosidad, pero también una tremebunda exageración.


Por el bien de la Fiesta, no podemos continuar así. Hay que ventilar el negocio y renovar su atmósfera. Se quejan los empresarios de que no encuentran recambios para estos toreros veteranos a la hora de confeccionar las ferias y abonos; pero no es cierto. Ese soplo vivificante y fresco que nos ha traído la corrida del pasado domingo en Linares o la de hace dos semanas en Esquivias lo desmiente rotundamente. ¿Es que Juan Ortega no tiene arte –arte puro y auténtico– para codearse con cualquiera de los consagrados que pasan por artistas? ¿No es Álvaro Lorenzo un torero con enjundia para colgar su nombre en los carteles de mayor postín? Y qué decir del portuense Daniel Crespo, ¿no sorprendió con sus buenas maneras, personalidad y elegancia, pese a no llevar más de cuatro corridas toreadas con grado de alternativa? Y si de Esquivias hablamos, ¿no nos dio gusto ver a Cristián Escribano, ante un toraco veleto, de casi seis años, desplegar a placer todo su regusto y torería? También quedé sorprendido gratamente con el momento dulce que atraviesa Gómez del Pilar, al que últimamente he visto en dos corridas muy seguro, muy templado manejando la muleta y con auténticas ganas de abrirse paso en la profesión.


No son éstos los únicos. El viento de la savia nueva golpea recio contra las puertas cerradas de los despachos clamando porque se abran los carteles, porque se los anuncie con toreros de más renombre y con las ganaderías que éstos matan. No se puede seguir cerrando el paso a los que hacen cola con merecimientos para ocupar un puesto en los buenos carteles. Ya sé que no cabe ponerlos juntos una misma tarde porque el público en general no los conoce y, como la mayoría no son aficionados, se dejan llevar por las “marcas” e ignoran el resto, pero tienen perfecta cabida en carteles cuyo peso recaiga en las llamadas figuras.

No es altruismo, es necesidad. No podemos convertir la cúpula del toreo en una especie de Inserso, que mustie toda ilusión que se roce por él. Hace falta gente nueva, con los sueños flamantes y una sed insaciable de triunfos y epopeyas; toreros con aristas agudas, no desgastadas ni melladas por el roce con el tiempo y los toros. Y no sólo son los empresarios quienes deben ponerse a la tarea, también las figuras veteranas que copan los carteles. Hemos de quitarnos las máscaras. Hemos de dejar de hacer de la mentira el pan nuestro de cada día, de nutrirnos con ella, y decir la verdad sin ningún disimulo. Por ejemplo, de nada sirve brindar a toda la familia taurina, como hizo Ponce en Plasencia, y en especial a “todos los toreros y a las cuadrillas que no están toreando”, si luego gusta de anunciarse mano a mano y va quitando un puesto cada tarde impidiendo actuar a uno de los brindados, uno de esos que “no están toreando” y a los que él, sin embargo, manda todo su apoyo. Tampoco es de recibo que se “caiga” de la terna un torero –como le pasó a Ponce en El Espinar– y los dos restantes –Ureña y Toñete– se repartan el pastel mano a mano sin darle entrada a un tercero ni siquiera en un año como éste en que los trajes de luces de la mayoría bostezan en los armarios sin un mal cartel que llevarse a los machos. Se precisa menos ombliguismo y más extirpar las injusticias; menos egoísmo y más concordia entre los compañeros. Tiene que ser así. Lo exige el momento que atraviesa el toreo.


Por mi parte, aún tengo el fresco soplo de Linares purificándome los pulmones del alma. Y la satisfacción de comprobar que hay sangre torera de repuesto, que hay sueños flamantes retozando en las praderas del futuro, que el valor, el arte, la torería y el duende, no se agotan con los tres naipes –sota, caballo y rey– que acaparan la Fiesta. Ojalá que esta voz tenga oídos que sepan escuchar. Hace falta que nazcan nuevas flores y, para ello, es preciso plantarlas y regarlas. De lo contrario, el toreo se verá convertido en el enésimo pase de la misma película.Y eso, significa la muerte.

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