jueves, 26 de noviembre de 2020

Justicia poética

 

“El toreo, precisamente porque es arte, es un continuado misterio”

(Francisco Brines)

POR FRANCISCO MARCH - 

Hace ahora justo un año, cuando aún nos juntábamos, abrazábamos y reíamos a cara descubierta, se presentó en Barcelona la Revista Quites, que reaparecía después de 26 años de silencio. En Quites entre Sol y Sombra, allá por los 80 y 90, de la mano de Carlos Marzal  y otros, entre ellos nada menos que Ramón Gaya, la tauromaquia se aparecía en su máxima y multidisciplinar expresión artística y cultural. Y ahora, en su nueva andadura, reforzada con otro número aparecido esta primavera,  y el periodista Salva Ferrer (que junto a Marzal, Esplá y Toni Gázquez viajaron a Barcelona para la ocasión) al frente, recoge el testigo. En Quites escribió, desde el inicio,  Paco Brines y de él son sendos artículos reproducidos en esta nueva etapa, uno de ellos mano a mano con Luis Francisco Esplá.

El torero alicantino, inmensamente feliz por el Premio Cervantes al poeta valenciano, calificaba ayer-a Brines como “poeta de poetas”, al tiempo que remarcaba que “su dimensión poética es tal que el hecho de que sea taurino es sólo una anécdota”.

Aún siendo así merece la pena subrayar esa adscripción taurina lúcida y permanente de Paco Brines, ahora Premio Cervantes, como ya fue Premio Nacional de Literatura , el Nacional de Poesía y otras distinciones más y que en 2006 tomó posesión del sillón X de la RAE, después de un maravilloso discurso dedicado a Luis Cernuda y en el que también hubo lugar para Juan Ramón Jiménez, la Generación del 27 y los poetas de su propia Generación, la de los 50, como Ángel González, Gil de Biedma o Caballero Bonald.

En artículo publicado en Quites en 1983, escribe Brines: “ Después de algunos años de no ir a los toros, olvidado de las repetidas y rutinarias ficciones que me los hicieron aborrecer, vuelvo ahora a ellos con la esperanzada ilusión del convaleciente, mas también con la precaución del avisado. Escogí, pues, cuatro corridas de la última feria de San Isidro, de tal modo elegidas que me permitieran ver en dos tardes a los tres toreros que, por razones distintas, me interesaban: Antoñete, Luis Francisco Esplá y Paco Ojeda”.


Sigue, sobre Antoñete: “ Vemos a un torero cincuentón, con más estampa de peón veterano que de rutilante maestro. Y así es hasta que hace correr el agua. Y aquí el milagro. No hay torero hoy en activo con mayor elegancia que él ni, cuando torea, las convergentes curvas del torso y la pierna hacen conjuntamente una línea más grácil y sólida a la vez que la del diestro veterano. Todo es depuración, así la elegancia como el conocimiento, lo externo y lo interno. De ahí que su andar, la distancia y colocación en el cite, la despedida del toro o su acogimiento, todo lleve el sello de la andadura aquietada y solemne del río avanzado, de la tarde que muere con belleza. Ya no hay temblor, si acaso un sutil velo. Y un olor penetrante de jazmín”.

De Esplá: “ Si hoy pisa los ruedos un torero necesario, ese es Esplá. Cuando la monotonía, el bostezo, la banalidad, se habían apoderado de la Fiesta surge un diestro para quien la profesión tiene una triple exigencia: de conocimientos, de imaginación, de estética. Esplá nos ha traído, por su real gana (que no es sino real afición)más renovación plástica, más viejo sabor, que en diez años de toreo todos sus compañeros juntos. Si en Antoñete saboreamos la solera de su tore,  Esplá quiere que saboreemos, en su hacer, la solera del toreo”.


Y de Ojeda: “ La manera de Ojeda de ir hacia el toro me causó extrañeza; como si llevara puestos al andar, pausado y solemne, unos invisibles tacones que, con la medias rojas, hacían parecerle a mis ojos una figura artificiosa, sin que ello pudiera corresponderse con un cuerpo y unas hechuras recias, de fuerte campesino andaluz…

Hubo un pase de iniciación de una serie, con la derecha, de una belleza larga, honda, en la que la emoción la transmitía el movimiento pausado y majestuoso del torso asentado sobre las piernas de inamovible pesadumbre y en la que el brazo trazaba un arco amplio de luminosa lentitud. Y se superpuso en mí alguno de los mejores momentos de un torero que presumo muy distinto”.

El Brines “aficionado exigente” aparece en varios de sus escritos taurinos, como este publicado en El País en la Feria de San Isidro de 1983: “Espero ver de nuevo algún día una vibrante faena de aliño bien ligada; de no más de cinco minutos de duración ante un toro  difícil, sin que se le de un solo natural o derechazo. Que se le mate con guapeza y que se le corte una oreja. Sólo se necesita para ello un torero y una afición. Creo que ese torero puede ser Esplá. ¿Existe la afición?. Es sólo cuestión de números, de blancos pañuelos desatados. Hoy Esplá torea Tulios en Madrid. ¡Suerte, maestro!.

En 1987 y también en El País, escribía sobre el público valenciano y como colofón de un artículo de significado titulo Reflexión taurina en Fallas:

“El hombre de la huerta tiene sus propios valores morales y, al igual que desea como novio de su hija a un muchacho que sobre todo sea trabajador, eso mismo estima en el joven dios del ruedo. ¡Que Dios nos asista!. Su valoración estética es la que dicta su admirable, mas aquí dañina honradez. El hombre urbano, que no valora el trabajo de esta guisa, suele ser un rastreador y aún ladrón, del ocio. Y la mirada del ocioso, si va acompañada de sensibilidad, es mucho más complicada con lo sueños, propios o ajenos, y sabe que el momento mágico es valioso porque es raro. Si es aficionado sabrá esperar el momento de la gran emoción y tendrá ya aprendido que no la puede exigir. Que Dios nos colme de ellos en los tendidos, a cambio de tan equivocado vuelo de pañuelos”.

 A Paco Brines, un poeta entre naranjos, le han concedido el Premio Cervantes, máximo galardón de las letras españolas. Pura justicia poética.

¡Va por usted, maestro!

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