martes, 16 de febrero de 2021

UN SIGLO MÁS ATRÁS, POR ESTAS FECHAS

 Por Santi Ortiz




Una especie de ceniza triste mustia las ilusiones de la afición taurina. Cae tan cerca todavía la muerte de Joselito, que sigue pareciendo algo entre irreal e imposible. Es mucho vacío el que deja José y a todos parece mentira que la confección de las ferias pueda hacerse sin estampar su nombre en los carteles.

No obstante, la vida sigue, y hay dos toreros que concitan la esperanza de los aficionados para aquel 1921: Manuel Jiménez, Chicuelo, y Manuel Granero, valga enumerarlos por orden de antigüedad, aunque, dada las desigualdades del sevillano, sea Granero el que figure como primer aspirante a ocupar el sitio vacante que dejó Gallito, sin que haya que tomar esto a rajatabla, pues, en aquel momento y Belmonte al margen, el podio de José estaba fuera del alcance de cualquier coleta por muy de la cuerda gallista que ésta fuera. Así y todo, es un hecho inequívoco que son estos dos diestros quienes abonan las quimeras de los aficionados, de ahí que la estrofa final del poema que “Cancerbero” brinda en la revista The Times a los Manueles del toreo vaya dedicada a ellos: “Para que siga ese nombre/ en el Arte dando juego,/ hoy tenemos dos muchachos:/ Manuel Jiménez (Chicuelo),/ que a pasos agigantados/ a la cima va subiendo,/ y el valiente valenciano/ llamado Manuel Granero,/ que va buscando la silla/ que dejó vacante el diestro/ más grande que han conocido/ los que viven y vivieron.”

El clima de agitación social que sufría España desde el año anterior, cuyo epicentro en Barcelona llegó a cobrarse más de trescientos muertos, no hizo más que crecer a medida que se desataba una espiral de violencia, a la que no fue ajena el nombramiento del tristemente célebre Martínez Anido como Gobernador Civil de la Ciudad Condal, la aplicación de la “ley de fugas” y los asesinatos perpetrados, sobre todo, por el sindicalismo ácrata; espiral que llegaría a su clímax con el asesinato en Madrid del presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato, ametrallado por dos anarquistas barceloneses el 8 de marzo de 1921.

El encarnizamiento de la lucha sindical, aunque en tono mucho más moderado, no dejaría a un lado al toreo. En febrero, la Unión de Picadores, presidida por su Delegado General, el piquero cordobés, Manuel del Pino, Monerri, y apoyada por la Asociación de Banderilleros, promueve un pleito con la Sociedad de Matadores al negarse éstos a aceptar las bases que les proponen los hombres de a caballo, consistentes en subida de sueldo y mejoras en las condiciones de viajes, fondas y comidas. Las posturas se enconan sin que ningún bando dé su brazo a torcer y llegan los matadores a proponer ser ellos mismos quienes banderilleen las reses de los novilleros y, si no hay más remedio, celebrar las corridas sin picadores. De hecho, así sucedió en la novillada celebrada en Madrid el 20 de febrero, en la que actuaron Jumillano, Fausto Barajas y Antonio Márquez, con reses de Darnaude. No hubo suerte de varas y como tampoco había banderilleros, salieron como auxiliadores los matadores de toros Saleri II y Rodalito –que parearon muy bien–, Malla, Emilio Méndez y Castejón. Los espadas Barajas y Márquez banderillearon sus propios novillos.

El punto álgido del conflicto tuvo lugar una semana más tarde con la corrida de la Magdalena en Castellón, que anunciaba a Luis Freg, Varelito y Granero, para estoquear un encierro de Concha y Sierra. Con la mañana jarreando agua sin parar y como Freg y Varelito hubieran formado sus cuadrillas con esquiroles, al no haber firmado las bases que exigían los subalternos, la cuadrilla de Granero, que sí era asociada, por haber aceptado éste la tarde antes las condiciones de los picadores, se negó a torear con ellos, haciendo que el Gobernador decidiera suspender la corrida. Sin embargo, dada la expectación existente y la masa de forasteros que se había desplazado a verla, se organizó una manifestación que fue al Gobierno Civil pidiendo la celebración del festejo, cosa que consiguió al brindarse Granero a matar la corrida en solitario. Era la primera vez que el diestro valenciano se encerraba con seis toros.


Este comportamiento tuvo consecuencias poco gratas para el chiquet, ya que muchos de sus compañeros le acusaron de traidor por faltar a su palabra. Al parecer, Granero estaba en principio de acuerdo con sus compañeros y dos días antes de la corrida había telegrafiado a la Directiva de los matadores pidiendo picadores no asociados para poder torear en Castellón, pero cuando llegaron éstos acompañados de Saleri II, miembro de la Directiva, se encontraron con que Granero ya había firmado las bases de los picadores y toreaba con su cuadrilla asociada.

Ni los resquemores que pudo levantar en parte de la afición esta falta de compañerismo ni el bando de detractores que en su Valencia natal venían montando campañas contra él desde su inicio mismo de matador de toros, pueden justificar la inquina vomitada en un artículo publicado en “La Hoja Liberal” por una hiena que firmaba como “El Doctor Panglós”, situado por derecho propio al nauseabundo nivel de la gentuza antitaurina que se alegra de la muerte de un torero en la plaza o incluso de la de Adrián –¿se acuerdan?–, una criaturita de ocho años que, en su fantasía infantil, soñaba con ser torero y murió de cáncer. Hay que tener muy malas entrañas, ser peor que una fiera, para alegrarse de una muerte así. Sin embargo, este Panglós no los desmerece, como puede apreciarse en los párrafos que muestro a continuación dirigidos a Granero:

“Yo quiero sumarme por una vez a esa cohorte que te venera, y, como ella, quiero saludarte al comienzo de esta temporada que ha de ser de tus triunfos rotundos.

“Pero con mi saludo te ofrendo un deseo que me nace del alma, un insano deseo que no puedo tener oculto por más tiempo: el de que una tarde, cuando vestido de arlequín enloquezcas a las gentes en el circo frente a la acometida ciega de la bestia, que tu arte de cobardía y de estultez martiriza y engaña, una oleada trágica te cubra el rostro y tu vista se nuble y la fatalidad descargue sobre ti un certero golpe.

“¡Oh, esta ansia malsana, este deseo enfermizo de la cornada!

“Pero una cornada épica, una cornada como no la vieron los siglos. Si fuera de mi gusto, habría de cogerte el bicho con el asta derecha por el bajo vientre y seguir implacable hacia arriba, hacia arriba, y asomar la punta trágica del pitón por el cuello, de suerte que en él pudiera colgarse, a guisa de percha, un gabán de trabilla.”


El odio que rezuma su antitaurinismo –“…de la bestia, que tu arte de cobardía y estultez martiriza y engaña…”– y el destino terrible que le desea, me produce estupor al tiempo que sacude mi corazón con tétrico escalofrío; sentimiento que se me multiplica sabiendo la horrible muerte que sufriría Granero aproximadamente un año después. Lo de Panglós fue como dejar por escrito la profecía de una maldición, porque acertó en lo de “cornada épica, como no la vieron los siglos”, en lo de la oleada trágica que le nublaría la vista y en lo de “el asta derecha”, ya que “Pocapena” cogió al valenciano con el pitón diestro, aunque no por el bajo vientre, como deseaba el chacal Panglós, sino que le destrozó la cabeza bajo el estribo de la barrera horrorizando a todos los que tuvieron la desgracia de asistir a esa corrida.

La campaña de 1921 –primera y única que realizaría completa–, la terminó Granero encabezando el escalafón con 96 corridas toreadas y 194 toros estoqueados. Fue una temporada triunfal, en la que confirmó la alternativa, se anunció en siete de las ocho corridas de la Feria de Julio de Valencia y siguió alimentando las esperanzas de la afición, que lo veía más cerca de conseguir el puesto que imaginaba para él.

También Chicuelo toreó mucho en esa campaña, aunque veinticuatro tardes menos que el valenciano. El torero de la Alameda de Hércules, que ya en 1920 había hecho del pase natural un verdadero alarde para la época por ligarlo incontables veces –lo hacía por entonces, aunque faltaba mucho todavía para su célebre faena consagrativa de Madrid al graciliano “Corchaíto”– en Sevilla, La Coruña, San Sebastián y otras plazas, ejecutando en una faena hasta 15 o 16 de ellos, en distintos terrenos y en series de 6 y 7 muletazos, siguió manteniendo el pase natural como el más firme pilar de su artístico repertorio muletero, tan característico en él como la alada gracia de su capote y su irregularidad, que comenzó a poner de manifiesto nada más empezar la temporada –día de San José–, en la que se conoce como primera corrida de Fallas de la historia, donde alternó con Saleri II y Granero, para dar cuenta de un encierro de Guadalest. Los escandalosos precios de una reventa a favor del llenazo total y la deficiente presentación del ganado, de la que el público culpó injustamente a Granero, hizo que la gente saliera de la plaza con la sangre caliente y los bolsillos vacíos, reprochando la tan cara como mala corrida.

Una queja de aquel inicio de temporada, que acerca 1921 a este 2021, es la que se hace eco de la falta de novilleros con expectativas, pues, a excepción de Marcial y Pablo Lalanda, que se doctorarían ese mismo año, escasos son los nombres que se barajan entre los del segundo escalafón; algunos, como Joselito Martín, Rodalito, Manolo Gracia o Ginesillo, a la postre serían pasto del olvido; otros se estancarían en sangre y cloroformo, como Antonio Sánchez –cuya taberna continúa aromando de taurinismo la madrileña calle del Mesón de Paredes–, que vería frenada su trayectoria con la gravísima cornada en el vientre que le inferiría en la plaza de la carretera de Aragón, el 13 de febrero, un novillo de Cobaleda; percance que no le impediría tomar la alternativa en Linares al año siguiente. Sin embargo, los nombres que más brillarían en el futuro, pese a que entonces contaban poco en la quiniela de los aficionados, fueron los de Antonio Márquez y Valencia II. Mientras tanto, ocultos todavía en el localismo de sus primeros pasos toreros, ya se habían enfundado el traje de luces Manolito El Litri –que a la vuelta de dos temporadas iba a conmocionar el cotarro taurino– y El Niño de la Palma, sublimación del toreo clásico, que también iba a acaparar la atención de la afición de España.


1921, inicio de temporada. Ha transcurrido un siglo. En ese tiempo, el arte del toreo ha experimentado una depuración fuera de lo común; la afición, sin embargo, ha decaído mucho. El toro conjuga nobleza y bravura como nunca antes, pero se ha hecho mucho más predecible, lo que ha originado la merma de oficio y recurso en los lidiadores; mas, lo importante, es que, con nuestras luces y sombras, nuestros progresos e involuciones, aquí seguimos vivos e ilusionados, resistiendo la pandemia, los feroces ataques del antitaurinismo, la desatención de la Administración, el mutismo de la mayoría de medios de comunicación y el egoísmo y torpeza de algunos taurinos. Ojalá sepamos defender con uñas y dientes este patrimonio tan nuestro, para que, dentro de un siglo, otro amante del toreo teclee en su ordenador, como yo ahora, lo que era el 2021 taurino en comparación con ese 2121 que a él le tocará vivir.

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho el artículo, lo cuentas de tal modo que parece que lo has vivido. Enhorabuena.

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