Por esa misma calle de Alcalá bajaba el 7 de octubre del 75 un río de lágrimas negras. La apoteósica vuelta al ruedo desembocó en su última Puerta Grande, 11 veces después. Una vaca le había partido el cuello a traición al maestro de la naturalidad perpetua y la sonrisa perenne, unos días antes, en la finca de Amelia Pérez Tabernero. A los pies de la serranía de Guadarrama, su sobrino Miguel, depositario de su sabiduría, la esperanza de la dinastía, a quien enseñaba secretos de torería aquel día, y su hija Paloma, una niña entonces, la niña de sus ojos, asistieron a la tragedia que recuerdan como si fuera ayer. Ahora nos reunimos no para conmemorar su muerte, sino para celebrar su vida, la épica historia del torero por excelencia de Madrid, los 100 años de su nacimiento: 25 de junio de 1922, Caracas, Venezuela, ya ves.
"Todo superó lo imaginado, secuestraron la caja, rompieron los planes del entierro, programado en la Sacramental de Santa María. Nadie había convocado nada. Te digo una cosa: Antonio Bienvenida fue el torero con más partidarios en Madrid de toda la historia", sostiene Miguel ante un retrato imponente de su tío, vestido de grana y oro, firmado por Baldomero Romero Ressendi.
La casa de Paloma es un museo de gastados capotes de paseo, viejos trajes de luces, finos apuntes de arte y toros fieros. Su padre mira de soslayo la conversación de sus herederos, los últimos Bienvenida: "No me dejaron ir al sepelio. Yo apenas tenía 14 años. Cuando se iban al cementerio, el tío Ángel Luis le dijo a mi madre, 'oye, quieren llevarse a Antonio a la plaza de toros a darle la vuelta al ruedo. No nos va quedar más remedio'. Y mi madre dijo 'bueno, lo que tú veas que tenemos que hacer'", puntualiza Paloma con la voz entera y el gesto quebradizo.
La prensa entera unificó en una sola voz su despedida: "Lloran la desaparición del perfecto profesional, del torero de la naturalidad, del hombre de bien, del caballero intachable" (Vicente Zabala); "te has muerto tú, el torero total. Como un museo de torería milagrosamente salvado en una época en la que torear empieza a ser sólo repetir series del mismo pase" (Alfonso Navalón); "Antonio no sólo ha sido el mejor torero de su época, sino que fue algo más: un símbolo el último romántico del toreo" (Carlos Ilián); "fue un torero de época y así entra en la historia" (Vidal).
Atrás quedaban las leyendas reales de los tres pases cambiados, la denuncia del afeitado a mediados de los 50, que le costó el veto de no pocos, la cornada bestial en Barcelona del toro de Trespalacios -el mismo hierro que seccionó la carrera del Papa Negro, su padre y maestro-, las reapariciones desde el lecho del dolor vestido con el mismo traje para hacer la misma suerte, la vuelta en el 71 con una corrida de Samuel en Madrid (106 tardes), la amistad entrañable con los Dominguín traducida en rivalidad por los partidarios irreductibles, febriles de pasión.
Antonio Bienvenida sería hoy de Morante de la Puebla
Miguel, hijo de Ángel Luis, el espíritu de Manolete puesto en pie dentro de la dinastía bienvenidista, explica qué significó Antonio Bienvenida en la Historia del Toreo. "Fue un ejemplo exacto de lo que es la torería. De cómo se anda con caballerosidad por el mundo del toro y cómo se anda en la vida. Y como torero qué puedo añadir yo. Interpretaba todas las suertes con gracia, con sevillanía, con un aire señorial. No sólo era técnicamente casi perfecto, porque él era un perfeccionista, sino que además poseía la chispa, el don de Sevilla, que llevaba en el corazón. Sobre su valor, mi padre siempre decía que Antonio tenía un valor silencioso".
Paloma subraya su capacidad para sobreponerse a terroríficas cornadas, a aquel rumor canalla que le dio por acabado cuando el toro de Trespalacios le sacó el paquete intestinal en Barcelona, o para superar aquella gravísima puñalada en el cuello de un toro de Juan Cobaleda de 1958 en Madrid, siempre Madrid... "A mi padre le apasionaba su púbico, esa exigencia. Y se exigía muchísimo. No es que se considerara torero de Madrid, es que le hicieron torero de Madrid. Siempre con Sevilla en el alma".
"Antonio no entendía el toreo de otra forma que no fuera como arte", escribió Vicente Zabala [Hablan los Viejos Colosos del Toreo. Editorial Prensa Española, 1976]. "Se lo habían inculcado desde niño. (...) Una madrugada en el barrio de Santa Cruz, de Sevilla, cuando empezaba a despuntar el día después de haber paseado destemplados por aquellas hermosas y angostas calles, empezó a torear de salón con la palma de la mano. Movía el brazo con la misma naturalidad con la que estaba en la cara del toro. (...) Le gustaba hacerse los vestidos de torear con golpes de oro en el chaleco como los toreros antiguos, que le daba un aire de torería cuando se abría la chaquetilla con motivo de alguna suerte. Jamás usó la espada de madera, siempre toreó con la de verdad y gustaba de estar colocado en el burladero más cercano a aquel donde muleteaba un compañero. Siempre que tenía el capote en las manos tenía la montera puesta. Para Antonio el toreo era un rito".
En la plaza de Madrid, hay recuerdos de Antonio en cada esquina: el monumento de Sanguino en la explanada de la Puerta Grande, la placa que hay en una pared en la misma, una sala de cultura con su nombre, una cerámica por el aniversario de su muerte y su Cristo del Gran Poder, al que rezan los toreros en la capilla de la plaza. Ese mismo Cristo al que la abuela de Paloma rezaba cuando toreaba cualquiera de sus cinco hijos: Manolo, Pepote, Antonio, Ángel Luis y Juanito. ¿Qué papel jugó la religión en la vida de Antonio Bienvenida? "Siempre fue muy creyente y al final de su vida, en su cinco o siete últimos años, se hizo numerario del Opus Dei. Rezábamos el rosario todos los días, pero no era de esos 'cargosos' que quieren que entres en la Obra sí o sí", remata airosa la niña de sus ojos.
Antonio Bienvenida fue partidario de Dios y de Domingo Ortega. Siendo de escuela gallista, rendía su admiración al temple, a Juan Belmonte. "Todos los toreros tienen su torero preferido. Da igual que seas una figura del toreo. El torero de Pepote Bienvenida, que posiblemente de todos los hermanos fue el más poderoso completo, era Félix Rodríguez. Y el de mi padre, Manolete", se ilumina Miguel hablando.
¿Y de quién sería hoy Antonio Bienvenida? "De Morante", entonan Paloma y Miguel al unísono. "Mira si mi padre tendría valor que, con el cuello partido, tendido sobre un capote, movía las manos para despreocuparnos. 'No pasa nada, Pilón', decía".
Sólo la muerte.
Y Madrid inundó de luto sus calles, de gentes tristes que lloraban hacia dentro.
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